Txoli Mateos
Txoli Mateos
Soziologoa

Demasiada luz

Si reivindicamos un modo de vida más acorde con la naturaleza y nos movilizamos contra proyectos que sentimos como una agresión al medio ambiente, no nos puede parecer normal vivir en ciudades hiperalumbradas donde casi no se diferencia la noche del día.

Este verano, en un lugar remoto del Alentejo, después de cenar, mis amigos y yo nos sentábamos a mirar al cielo estrellado. Así, sin más, fascinados por el espectáculo. Hoy en día se puede considerar un auténtico lujo al alcance de poca gente poder ver las estrellas por la noche o abrir la ventana y que no haya absolutamente nada más que oscuridad.

Hablar de crisis energética, transición ecológica o energías renovables es algo relativamente nuevo entre nosotros. Por el contrario, durante siglos, la luz –en todas sus modalidades– ha sido sinónimo de modernidad y de alegría. El nombre de uno de los más importantes movimientos filosóficos occidentales, la Ilustración, tiene su origen en el verbo «iluminar»; es decir, combatir el oscurantismo y las supersticiones mediante «la luz» del pensamiento racional y científico.

La llegada del progreso inundó de luz –sobre todo, eléctrica– nuestros pueblos y ciudades, y aún así hay sectores sociales que reivindican «más luz»: las mujeres, por ejemplo, que no se sienten seguras en algunas zonas de las grandes ciudades. Aunque esa demanda de luz es legítima, la realidad es que la contaminación lumínica o exceso de luz en las zonas habitadas del planeta es cada vez mayor. Se propaga cientos de kilómetros y pone en peligro la vida de los ecosistemas nocturnos. Si reivindicamos un modo de vida más acorde con la naturaleza y nos movilizamos contra proyectos que sentimos como una agresión al medio ambiente, no nos puede parecer normal vivir en ciudades hiperalumbradas donde casi no se diferencia la noche del día. Eso no es mejora de la calidad de vida: es contaminación. Y, además, impide el descanso nocturno.

Vivimos con demasiada luz, aunque esa luz la produzcan placas solares, por ejemplo. Y no nos damos cuenta de ello. En un vídeo sobre la contaminación lumínica aparece una voz que dice: «¡Hola! Soy la oscuridad. ¿Te acuerdas de mí?». La oscuridad no es algo triste; es natural. Deberíamos reconciliarnos con ella.

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