Obituaires

OBITUAIRE

El hombre de ojos azules que amó a Joanne Woodward

“Paul NEWMAN“

(1925-2008)

Paul-newman

A comienzos de este año Paul Newman y Joanne Woodward celebraron sus bodas de oro, al cumplir los cincuenta años de casados. Algo así es una provocación en Hollywood, donde las estrellas están obligadas a generar escándalos en su aireada vida privada, poco menos que por contrato. Aunque contrajeron matrimonio en 1958, se conocieron cinco años antes en el Actor's Studio de Lee Strasberg. No es que les uniera el Método, pero hubo química desde el principio, aunque estaba el inconveniente de que Newman fuera casado. Ella era casi seis años más joven y más famosa, por más que ahora parezca mentira. La mujer siempre fue por delante en el reconocimiento de la Academia, ya que obtuvo el Óscar en 1957 gracias a su triple actuación en «Las tres caras de Eva», con el agravante comparativo de que el actor no lo obtuvo hasta 1986, cuando Martin Scorsese le dio la oportunidad de repetir su mítico papel de «El buscavidas» en «El color del dinero». Un reconocimiento que llegaba tarde y con metedura de pata de los miembros de la Academia, que le habían concedido la estatuilla honorífica a toda su carrera justo un año antes, pensando que ya no tendría oportunidades de optar al premio. Le habían retirado precipitadamente, pero él seguía siendo un hombre de acción dispuesto a participar en competiciones automovilísticas, hasta convertirse en el piloto más longevo de todos los tiempos.

A Joanne nunca le hizo ninguna gracia que Paul se jugara la vida en las carreras de coches, y no le quedó más remedio que resignarse al ver como quedaba segundo en las 24 horas de Le Mans, allá por 1979. Pero el destino burlón quiso que no fuese a morir víctima de la velocidad, sino de viejo y en su cama. Han sido muy afortunados, ya que en su rancho de Connecticut encontraron algo más que un lugar donde descansar y disfrutar de sus últimos años juntos, habida cuenta de que allí será también donde sus restos reposen unidos para la eternidad. Desde que durante el rodaje de «El largo y cálido verano» decidieron emparejarse de una vez por todas, con Martin Ritt como director y padrino, se han entendido a la perfección profesional y familiarmente. El éxito de las salsas caseras Newman's Own no ha sido más que una extensión de su felicidad hogareña, y de ahí que prefirieran dedicar las millonarias ganancias de su firma de productos alimenticios a obras benéficas. Entre otras cosas, porque es duro para una pareja artística de tanto nivel reconocer que se puede ganar más dinero con la hostelería que con el cine. Aún así, Paul estaba agradecido a la buena mesa y le gustaba hacer un símil gastronómico cuando se refería a su amada Joanne: «Para qué buscar fuera una hamburguesa si tengo en casa un entrecot».

La prensa sensacionalista de Hollywood odiaba al matrimonio Newman-Woodward, porque nunca pudieron sacar un chisme sobre ellos. Para los gacetilleros resultaba una pareja muy aburrida, hasta el punto de que en los libros sobre interioridades de Hollywood suelen aparecer mencionados como un caso excepcional. En cambio, para el cinéfilo quedarán como una de las reuniones artísticas más consolidadas. La inspiración de Paul Newman como cineasta tuvo su única y absoluta musa en Joanne Woodward, dirigiéndola en todas sus películas, excepto en «Casta invencible», en la que el actor tuvo que sustituir al realizador inicialmente previsto sobre la marcha. De la profunda conexión entre ambos surgieron las obras maestras «Raquel, Raquel» y «El efecto de los rayos gamma sobre las margaritas», así como el film autobiográfico «Harry e hijo», que evocaba la figura del hijo mayor muerto por sobredosis. «La caja oscura» y «El zoo de cristal» fueron sendas contribuciones a su repertorio teatral, dejando testimonio del talento escénico que poseían. Brillan igualmente en los trabajos conjuntos que hicieron para otros directores, a partir de que fueran descubiertos como pareja estelar por Martin Ritt, quien volvió a contar con ellos en «Un día volveré». Stuart Rosenberg fue otro que les dirigió por partida doble en «Un hombre de hoy» y «Con el agua al cuello». Leo McCarey lo hizo en «Un marido Rico», Mark Robson en «Desde la terraza», Melville Shavelson en «Samantha», James Goldstone en «500 millas» y, por último, James Ivory en «Esperando a Mr. Bridge».

Sé que lo normal es hacer el obituario de un gran actor como Paul Newman individualmente, pero soy incapaz de separarle, incluso en sentido figurado, de la persona que más amó. Los dos han dado tanto al cine que es imposible devolvérselo, así que me parece justo recordar tanto al que se va como a la que se queda, porque no sabían vivir el uno sin el otro y esta ruptura circunstancial es sólo física.