Ozan Kose (AFP)

Eastern Expres, una noche a través de las mesetas nevadas del Éufrates

La mayoría de viajeros suben al Eastern Express, en Ankara, con guirnaldas, manteles y botellas de todos los tamaños y colores. El objetivo es pasar una noche inolvidable mientras atraviesan las mesetas nevadas del Éufrates en Turquía. Hay viajeros de todas las edades. El destino es Kars.

El tren parte de Ankara y finaliza en Kars.
El tren parte de Ankara y finaliza en Kars. (Ozan KOSE | AFP)

Los nueve vagones del Eastern Express, llamado localmente Turistik Dogu Ekspresi, serpentean por las curvas de montañas nevadas en un viaje de 32 horas y 1.300 kilómetros, desde la capital Ankara hasta Kars, una antigua ciudad cercana a la frontera de Turquía con Armenia y Georgia.

El servicio fue suspendido a menos de un año de haber comenzado, debido a la pandemia del coronavirus. Pero con la relajación de las restricciones, el ferrocarril durmiente está de vuelta. Y, sin duda, con éxito. Los billetes, aunque son relativamente caros, se agotan en pocos minutos y, además la ruta atrae a viajeros de todas las edades y condición. «La línea Ankara-Kars es considerada por los escritores de viajes como una de las cuatro líneas de tren más bellas del mundo», ha llegado a decir el director de los Ferrocarriles Estatales de Turquía, Hasan Pezuk.

Cada viajero tiene un motivo para elegir Eastern Express. «Es mi regalo», explica sonriente una morena que, en cuanto ha tomado asiento, ha decorado su camarote con luces moradas. Ha colgado en la puerta una corona de peluche y ha colocado sus galletas y una tetera de porcelana sobre un mantel bordado.

Tres meses de nieve

El tren circula dos veces por semana durante tres meses de invierno, entre el 30 de diciembre y el 31 de marzo, para poder aprovechar al máximo los paisajes nevados. Hay quien considera su ruta una versión en miniatura del ferrocarril transiberiano de Rusia, dice el ingeniero Fatih Yalcin. El siempre está trabajando. «Siempre hay algo que arreglar», reconoce con la cabeza metida en el fondo de un armario eléctrico.

Las bajas temperaturas son, sin duda, una de las peculiaridades, para muchos atractivas, del ferrocarril. «La semana pasada, con 24 grados centígrados (-11 grados Fahrenheit), el agua estaba helada», explica Yalcin, «pero, a veces, cae hasta -40». «Intervengo cuando se requiere y sin molestar a los pasajeros. Verlos felices es un verdadero placer para mí».

Los viajeros son variados. Incluso conviven en sus vagones, normalmente en armonía, las oraciones y el alcohol, aunque la fiesta nocturna es lo que más atrae a la mayoría de ellos. En el tren viajan, por ejemplo, lhemur Irmak y sus amigas jubiladas, que se reúnen para tomar el té mientras se pone el sol. Son 40 mujeres que provienen de Bursa, una provincia occidental en el Mar de Mármara. «Estamos escapándonos de nuestros maridos y nuestros padres», dice Irmak, provocando la risa de todos. Como la mayoría de los pasajeros, ellas también se montaron en el tren con sus propias provisiones: un verdadero festín de especialidades y dulces.
 
Hay otro tren más rápido que recorre la misma ruta en veinte horas, pero carece de las paradas panorámicas que ofrece el Eastern Express, que, precisamente, fue diseñado para el puro placer de viajar a través de zonas espectaculares de difícil acceso, como Kayseri, Sivas, Erzincan y Erzurum. Y, por supuesto, en muchos casos, para salir de fiesta toda la noche.

Nostalgia

El abogado Yoruk Giris y sus dos amigos, que han subido al tren en Ankara, se han asegurado de que sus provisiones duren hasta el final. Ha sacado una guirnalda de luces blancas, un muñeco de nieve de yeso, velas y un altavoz portátil de donde sale rock turco a todo volumen.

«Era un viejo sueño», confiesa sonriente otro viajero, un hombre de 38 años que esquiva como puede una mesa llena de whisky, delicias y cervezas frías.

A medida que la tarde avanza hacia la noche, la gente comienza a reunirse en el corredor para compartir música y baile. Entre ellos, dos parejas, «amigos desde el instituto», que pretenden «pasar un buen rato juntos». Uno de ellos, Ahmet Cavus, admite sentir «nostalgia» por los viajes en tren que realizaba en su juventud. «En estos momentos especiales recordamos los viajes que hicimos de niños con nuestros abuelos», añade.

Cuando se acerca el final del trayecto, en Erzurum, la última parada antes de llegar a Kars, a una altitud de 1.945 metros, varios viajeros comienzan a interpretar un baile tradicional sobre la plataforma helada, aprovechando la música que procede de la radio del vendedor de té. El termómetro de la estación muestra -11C, pero nadie parece desanimado.