JOHN WESSELS (AFP)

Entre polvo y humo tóxicos, en la cantera de granito Pissy

Todos los días se acercan hasta la cantera de granito Pissy de Uagadugú, en Burkina Faso. Mujeres, hombres y niños, algunos de ellos dormidos a la espalda de sus madres. Pican, recogen y trituran granito, con cuya venta intentan mantener a sus familias. Todo el día entre polvo y humo tóxicos.

Las mujeres, con sus palancanas de trabajo, respetan las colas que se forman todos los días en la cantera.
Las mujeres, con sus palancanas de trabajo, respetan las colas que se forman todos los días en la cantera. (J. WESSELS | AFP)

El estridente ruido de martillos y cinceles se mezcla en el ambiente con la algarabía procedente de la ciudad. En Uagadugú, hombres, mujeres y niños se amontonan en el enorme cráter de la mina de granito Pissy. Su objetivo es ganar unos euros.
En 40 años, este solar baldío ubicado en el distrito de Pissy, entre caminos y casas, se ha convertido gradualmente en un gigantesco hoyo de decenas de metros de profundidad, excavado con la fuerza de los brazos.

Desde la parte superior del cráter, se puede ver, abajo, a una mujer que levanta pesadas losas de granito y las posa sobre su cabeza. Junto a ella, otros muchos, la mayoría en chancletas, suben por el estrecho y empinado camino hacia el fondo de la cantera. Entre todos esbozan un gris escenario en el que los roles aparecen claramente definidos. En el fondo del pozo, los «parcelas» venden bloques de granito; a otros se les paga poor sacarlos a la superficie para que, después, mujeres y adolescentes los trituren hasta convertirlos en pequeños guijarros antes de venderlos.

De esta forma, todo el mundo obtiene un pequeño beneficio, normalmente uno o dos euros al día. «Con este dinero tengo que dar de comer a los niños, pagar la escuela...; es muy difícil. Llevo aquí 10 años y, aun así, no lo consigo. Es realmente lamentable», se lamenta Abarat Nikiéma sin dejar ni un momento de triturar granito.

Las piezas se destinarán a las obras de construcción de edificios, losas o caminos. Es sábado. Son las 9:00. Y, de repente, una multitud de mujeres visiblemente alteradas, algunas de ellas con bebés a sus espaldas, se acercan corriendo con palanganas repletas de pedazos de granito sobre sus cabezas.

Accidentes y enfermedades

Los compradores ya se encuentran allá, donde siempre, y ellas se apresuran a volcar su «cosecha» del día para cobrar cuanto antes los escasos francos CFA con los que intentarán alimentar a la familia.

El olor a llantas quemadas irrita rápidamente la garganta. Porque, en el fondo de la cantera, para romper el granito, los «mineros» utilizan el sistema D: queman durante días amasijos de llantas de camión y chatarra para debilitar la piedra y poder romperla con mayor facilidad.

Maxime Sidibé es uno de ellos. Con su hija de dos años a su lado, relata las difíciles condiciones de su vida cotidiana. «Esta tarea provoca heridos graves, cortes con las piedras, martillazos, astillas en los ojos... Hay gente que resbala al bajar y también provoca enfermedades», confiesa. Sin protección especial de ningún tipo, todos respiran gases tóxicos durante todo el día.

Días atrás, los mineros escucharon disparos en el campamento Lamizala, que linda con la cantera. Algunos, al parecer, decidieron amotinarse. Pero «la normalidad» regresó al día siguiente. Nada perturbó la vida cotidiana de esta mina salvaje. «Teníamos miedo, ¡pero continuamos! ¡No tenemos elección!», reconoce, resignado, Marcel Koala, un vendedor de granito.