Dabid LAZKANOITURBURU

Turquía, o cómo luchar contra la «democracia-islámica»

Desde su triunfo en 2002, el Partido de la Justicia y el Desarrollo, del actual primer ministro Recep Tayip Erdogan, se ha embarcado en una política que conjuga una agenda liberal en lo económico y moderadamente islamista en cuestiones de la llamada «moral pública» que, aunque ha sido sancionada en todas las sucesivas elecciones, ha generado malestar en distintas capas de la sociedad turca, preferentemente en las más occidentalizadas.

dabi
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Completa el puzzle la personalidad atronadora de un Erdogan que conoció desde los albores de su carrera política en Estambul la represión que los movimientos islamistas sufrieron históricamente a manos de la Turquía laica y kemalista. De ahí su celo a la hora de poner en vereda, uno tras otro, a los poderes tácticos, comenzando por el militar y llegando a los tribunales, sin olvidar a la casta política, condenada once años a la oposición.

Erdogan se ve a sí mismo como una suerte de Atattürk en versión islamista y ansía coronar su éxito manteniéndose en el poder en 2023, centenario de la fundación de la Turquía moderna sobre los escombros del imperio otomano.

De ahí su espíritu de emulación, con obras faraónicas, del espíritu que animó a los sucesivos sultanes de la Sublime Puerta. El proyecto de derribo del parque de Taksim, en Estambul, con la construcción de un centro comercial y una mezquita dentro de una réplica de un cuartel otomano, es toda una metáfora de la ideología que mueve a esta suerte de democraciaislamista (equiparable, salvando las distancias, a la democraciacristiana) que ejemplifica el AKP
Y no acaban ahí los megaproyectos. Al proyectado tercer puente sobre el Bósforo hay que añadir la construcción de una megamezquita, de un aeropuerto internacional gigantesco y de un canal que enlazaría el Mar Negro y el Mar de Mármara, a cuyas orillas está planeada la construcción de sendas ciudades con más de un millón de habitantes cada una.

No hay duda de que el AKP ha convertido a Turquía en una potencia emergente que acaba de saldar una deuda externa que contrajo hace 50 años y se ha convertido en país donante del FMI. Pero ese crecimiento no ha redundado, en similar proporción, en una mejora de las condiciones de vida de los turcos, que han visto la emergencia, con bríos renovados, de una vieja clase, la del empresariado local islamista, que se codea ya en los grandes circuitos económicos internacionales.

Marca de la casa, el islamismo conjuga su escaso respeto a las clases más desfavorecidas (que reduce al asistencialismo y a la caridad) con un intento de homologación de los comportamientos en clave islamista. Si bien es cierto que lo ha hecho paso a paso, la fina lluvia de disposiciones contra la prohibición del velo o para limitar el consumo de alcohol ha incomodado desde siempre a sectores de clase media que añoran los viejos tiempos en los que el país vía el sueño, o la pesadilla según se mire, de un proceso de occidentalización que nunca llegó a  la Turquía rural y profunda, ni siquiera a los extrarradios de sus capitales.

Desde la izquierda a la extrema derecha, muchos tienen cuentas que saldar con Erdogan y su partido y hay que reconocer que todas ellas reivindican su dosis de justicia. Otra cosa es que las acusaciones sobre su innegable autoritarismo provengan de sectores, como el kemalismo, que lo han practicado con rigurosidad histórica, o desde las cancillerías occidentales, que tendrían mucho que limar respecto a la actuación de sus políticos y de sus policías.

Tampoco tiene demasiado sentido acusar a un islamista de querer modular la sociedad a su gusto. Y menos si gana las elecciones una y otra vez con más de la mitad de los votos. Lo que hay que hacer es convencer a los turcos de que el islam no es la solución. Y para ello hay que proponer soluciones propias. Que miren al futuro y no se dejen entrampar por nostálgicos del pasado que impusieron durante decenios un modelo económico similar prohibiendo, eso sí, el burla.

Ni el islam ni el presunto laicismo deben servir de coartada.