Thomas RENGGLI

Maradona, Messi, el Papa Francisco... y la afición argentina

Brasil 2014 es el Mundial de los sudamericanos y la argentina es una de las aficiones más bulliciosas. Uno de los cánticos má escuchados por los albicelestes es el de «Brasil, decime qué se siente, tener en casa a tu papá», recordando las hazañas de Diego Armando Maradona.

Pasan la noche tumbados en bancos de jardines, extienden sus sacos de dormir en los arenales, izan sus banderas entre las palmeras de la playa de Copacabana, beben Fernet Branca con cola y son bulliciosos, muy bulliciosos. No en vano, hacen más ruido que los holandeses, los alemanes y los italianos juntos en esta Copa del Mundo. Unos 50.000 aficionados argentinos siguen a su selección a lo largo y ancho de Brasil y tiñen de celeste y blanco el certamen. Mientras tanto, los brasileños que presencian la escena perciben cómo entre ellos se despiertan sus más primarios temores futbolísticos.

En 1950 fueron los aficionados uruguayos los que aguaron la fiesta mundialista de los anfitriones y se llevaron la Copa que todos creían reservada para la canarinha. 64 años después, los argentinos quieren convertirse en los nuevos aguafiestas y escribir la continuación del histórico Maracanazo: «No vamos a volver a casa hasta que hayamos ganado el título», asegura Martino mientras alza el puño envuelto en una bufanda con los colores de Argentina.

Martino es seguidor de Boca Juniors y de la Albiceleste, que es el apodo con que se conoce a la selección argentina. De su cuello cuelga un amuleto con el rostro del Papa Francisco. Su otro santo patrón lo lleva tatuado en el brazo izquierdo: ¡Diego! Se refiere lógicamente a Diego Armando Maradona, un dios del fútbol que fue un genio sobre el terreno de juego, pero que lejos del césped tuvo menos suerte. A pesar de los pesares, el ídolo argentino ha capeado todos los temporales. A ojos de sus seguidores, el Pelusa sigue siendo el salvador que en 1986 conquistó el que sigue siendo hasta la fecha el último título mundialista de su país: «Es un mago, un acróbata», dice Martino en un intento de verbalizar su admiración. «Diego es el mejor jugador de todos los tiempos», añade con una determinación en la mirada que deja claro que sería una pérdida de tiempo debatir con él sobre un tal Pelé.

Con su multitudinaria presencia y su potencia de voz, los aficionados argentinos se han convertido en un elemento característico del paisaje mundialista de Brasil. Ellos y sus cánticos. «Brasil, decime qué se siente. Tener en casa a tu papá», comienza la pegajosa letra, que recuerda las hazañas de Diego Maradona y el gol de Claudio Caniggia que eliminó a los brasileño del Mundial de 1990. «Te juro que, aunque pasen los años, nunca nos vamos a olvidar. Que el Diego te gambeteó. Que Cani te vacunó. Que estás llorando desde Italia hasta hoy».

Y como muchos de los cánticos argentinos, termina con el juicio sobre quién es el mejor futbolista de la historia: «A Messi lo vas a ver. La Copa nos va a traer. Maradona es más grande que Pelé».

No obstante, por momentos también se oyen notas discordantes. En el primer partido de Argentina, frente a Bosnia, un grupo de hinchas argentinos se introdujeron por la fuerza en el estadio de Maracaná. Independientemente de estas indeseables discordancias, lo que ha quedado claro es que Brasil 2014 quiere ser el Mundial de los equipos americanos, sobre todo de Sudamérica.

Los aficionados ingleses, que obviamente ignoraban las grandes diferencias de temperatura existentes dentro de Brasil, se presentaron en pantalón corto y chanclas y se quedaron fríos, no solo por la derrota de su equipo. En cambio, los seguidores argentinos están mejor preparados. El mate se lo han traído de casa y cualquier otra cosa que necesiten la pueden comprar en el supermercado de la esquina.

Y para quien aún no haya encontrado un lugar donde dormir, Martino tiene las puertas abiertas: «Siempre hay sitio para tres o cuatro compatriotas». Pero, ¿habrá sitio para la selección argentina en la final del 13 de julio? El conjunto dirigido por Alejandro Sabella logró la clasificación pero su juego no encandiló a nadie. Todavía está por ver si Lionel Messi recibirá de sus compañeros el respaldo necesario para convertir a Argentina en una selección campeona del mundo.

20 años y cinco Mundiales de disgustos

Pase lo que pase, los futbolistas argentinos están en deuda con su afición. Desde que alcanzó la final por última vez en 1990, Argentina no ha dado más que disgustos a sus seguidores en la competición mundialista: en 1994 cayó en octavos frente a Bulgaria, en 1998 perdió en cuartos con Holanda, en 2002 no pasó de la fase de grupos y en 2006 y 2010 quedó eliminada en cuartos a manos de Alemania. La de hace cuatro años fue una cita mundialista que los aficionados preferirían borrar totalmente de su memoria, con la desastrosa derrota por 4-0 que Argentina sufrió frente al combinado germano en cuartos de final, y el papel cercano a lo satírico que Diego Armando Maradona desempeñó como seleccionador.

En Brasil todo es distinto, y el camino a la gloria de los argentinos está trazado. Martino y sus compañeros de viaje piensan ya en un posible duelo contra sus archirrivales brasileños. La configuración del cuadro de la segunda fase del certamen implica que argentinos y brasileños solo podrían encontrarse en la final que se disputará el 13 de julio en Maracaná. La afición albiceleste confía en que la magia de Lionel Messi guíe a Argentina hasta el partido del que saldrá el campeón del mundo. La adoración que el superastro del Barça suscita se pone de manifiesto cuando 50.000 aficionados se inclinan ante su mesías particular y exclaman un interminable «¡¡¡Meeeessssiiii!!!»»

El seleccionador Alejandro Sabella se suma a los elogios hacia su jugador : «Cuando tiene el balón, Messi nos hace mejores. Independientemente de lo que ocurra en este Mundial, se trata de uno de los futbolistas más grandes de la historia». Y por si la magia de Messi no fuese suficiente, a Argentina todavía le quedarían dos ases sagrados en la manga: el Papa Francisco y la mano de Dios. Por lo que pueda pasar, se entiende.