Jon CUESTA

El ébola que ahora sí preocupa a Occidente

Pese a la preocupación que ha desatado la aparición del ébola en Europa, la respuesta de los gobiernos occidentales y de los organismos internacionales aún no ha llegado donde hace falta, lamentan desde la «zona cero» del ébola.

Mientras que la jungla mediática española ha encontrado en el virus del ébola una mina con la que llenar horas y horas de programación tras el desgraciado contagio de la auxiliar de enfermería Teresa Romero y la cadena de despropósitos políticos y sanitarios que se han ido sucediendo en los últimos días, la epidemia sigue dejando en África occidental un imparable reguero mortal. Según la Organización Mundial de la Salud, la cifra de víctimas mortales se eleva a más de 4.000 y ya hay 8.400 personas infectadas. Liberia, Sierra Leona y Guinea siguen siendo los países más expuestos, aunque también saltaron casos en Nigeria y Senegal, y más recientemente un brote en la República Democrática del Congo que al parecer no tiene relación con los primeros.

A pesar de la llegada del virus a Europa y EEUU, la respuesta en medios económicos y humanos apenas se percibe en el epicentro del brote. «La respuesta de los gobiernos occidentales y de los organismos internacionales aún no está llegando al terreno ni se está traduciendo en un despliegue efectivo y coordinado», comenta Teresa Guilarte, portavoz en la CAV de Médicos sin Fronteras.

La directora de Operaciones de esta organización, Raquel Ayora, advierte sobre los peligros de tratar de cerrar fronteras occidentales al virus. «Una estrategia basada solamente en la protección y la fortificación de Europa no va a ser la solución, no va a evitar que siga habiendo casos. Para hacerlo, no hay otra solución que invertir de manera masiva en África occidental, donde está realmente el problema», incide.

Médicos sin Fronteras lidera desde marzo la lucha contra el ébola y ha tratado hasta la fecha a 3.500 personas, de las cuales más de 2.000 fueron confirmadas como infectadas. El organismo, que viene advirtiendo al mundo desde hace meses sobre la dramática situación en África Occidental, tiene hoy seis centros de aislamiento y tratamiento de pacientes, 260 trabajadores expatriados y cerca de 2.800 nacionales trabajando sobre el terreno en Liberia, Sierra Leona y Guinea, los países más afectados.

«Desde finales de marzo ya estábamos haciendo un llamamiento público para que hubiera una reacción internacional de apoyo específico para contener la epidemia, porque sus características ya anunciaban que se podía desbocar», recuerda Guilarte, que lamenta la «nula respuesta» de los gobiernos y organismos occidentales.

«La Organización Mundial de la Salud declaró una crisis de salud pública internacional el 8 de agosto, cuando ya el ébola estaba disparado», criticó.

Existen además otras víctimas no contabilizadas que derivan directamente del ébola. La dimensión de la epidemia ha derrumbado los frágiles sistemas de salud en las poblaciones afectadas. Los hospitales están colapsados, muchos médicos han muerto, otros están contagiados o simplemente no acuden por miedo a infectarse. «No conocemos datos, pero probablemente haya ahora muchas más personas muriendo de malaria, que es endémica en estos países, o debido a partos complicados, porque no hay estructuras sanitarias a las que acudir», comenta Guilarte. «Sin restar gravedad al brote, los efectos colaterales son quizá muchos más críticos que el propio ébola».

Desde el Estado español, la comunidad africana sigue con preocupación y tristeza el desarrollo de los acontecimientos. «Lo triste es que la existencia de este virus se conoce desde 1976, y desde ese año a esta parte se ha hecho menos de lo que se ha hecho en este último mes», subraya Antumi Toasijé Pallas, presidente de Wanafrika y coordinador del Partido Multicultural.

«Como esto sucedía en África, no le interesaba a nadie», comenta. Toasijé, que desde Wanafrika trata de difundir informaciones rigurosas y alejadas de los habituales estereotipos sobre el continente africano, denuncia un «racismo internacional» traducido en «países que importan más o que importan menos en función de la raza de los habitantes». Este activista, historiador de formación, pone también el peso de la responsabilidad en los gobiernos africanos. «Nosotros nos autorresponsabilizamos porque ya es hora de que África también haga las cosas por su cuenta», afirma. «Si esperamos que el resto del mundo nos solucione los problemas, eso no va a suceder», advierte.

Lo cierto es que el virus mortal está ya en casa. Las controvertidas repatriaciones de los religiosos Miguel Pajares y Manuel García Viejo, contagiados con el virus en Liberia y Sierra Leona, costaron casi 200.000 euros y transportaron la enfermedad a un Estado, el español, con recursos humanos y técnicos insuficientes para contrarrestarla con garantías. El único centro especializado en enfermedades infecciosas y tropicales, el Hospital Carlos III, había sido desmantelado por la Comunidad de Madrid unos meses atrás debido a los recortes y a una reestructuración. La llegada de los religiosos infectados obligó a improvisar en la sexta planta un espacio para el tratamiento de los enfermos, aunque los trabajadores sanitarios, como se ha ido descubriendo después, carecían de un protocolo de garantías. Llegó entonces el primer contagio en suelo español. La auxiliar de enfermería Teresa Romero, que había atendido a ambos religiosos, dio positivo en ébola el pasado día 11, poco después de la muerte de García Viejo. Ella misma declaró a los medios que, probablemente, se infectara al haberse tocado la cara con un guante.

Se da la paradoja de que uno de los sueros utilizados para tratar de contrarrestar los efectos del virus provenía de la sangre de la hermana Paciencia Melgar, misionera de la Inmaculada Concepción que superó la enfermedad tras caer enferma en el Hospital St Joseph de Monrovia (Liberia), donde también resultó infectado el primer español fallecido, Miguel Pajares.

José Luis Garayoa, misionero en Kamabai -una región de Sierra Leona cruelmente asolada por el ébola-, se muestra indignado por el cinismo del Gobierno español. «Me hace mucha gracia que se haya tenido que usar a Paciencia, una monjita negra, para intentar sacar un suero y salvar a una enfermera española, cuando España no la quiso repatriar cuando estaba enferma».

Miedo entre los sanitarios

El ébola es cruel y dramático por sus consecuencias físicas, pero también por el pánico que desata. «Una epidemia de virus va en paralelo a una epidemia de miedo», afirma Raquel Ayora, directora de Operaciones de Médicos sin Fronteras. «Tienes que controlar ambas para poner bajo control la situación». Ese miedo, mezclado con indignación, se ha generalizado también entre los profesionales de salud de la Comunidad de Madrid. La temporada de gripes y fiebres está al caer, y la sicosis generalizada puede llevar a una parálisis de centros de salud cuando se multipliquen los pacientes con síntomas similares al de la epidemia. «A día de hoy, yo no atendería a ningún paciente sospecho de tener ébola», comenta una auxiliar de enfermería del Hospital 12 de Octubre que prefiere mantener el anonimato. «La información que tengo sobre la enfermedad me la he buscado yo, y además no me ponen los medios adecuados que garanticen mi seguridad», añade. Muchos otros profesionales se quejan también de la falta de medios y de no haber recibido aún ninguna charla formativa para tratar a este tipo de pacientes, más allá de las informaciones y novedades que minuto a minuto van sucediéndose en los medios de comunicación desde que se conoció el caso de Teresa Romero.

Teresa Guilarte considera que esta atención mediática puede ser una «oportunidad» para volver los ojos a África. «Sin renunciar a la protección que cada Estado debe dar a sus ciudadanos, no hay que olvidar que también es una responsabilidad internacional apoyar a los gobiernos africanos», subraya. Si esto no se logra, Guilarte augura una expansión del virus por África pero también por el mundo. «No se pueden poner fronteras en el aire», concluye.