Dabid Lazkanoiturburu
Entrevue
Raúl Zibechi

«En América Latina nos faltó firmeza estratégica para ir abandonando el modelo económico extractivista»

Periodista uruguayo y colaborador de GARA, Raúl Zibechi es una voz tan ineludible como oportuna en los convulsos tiempos que vive el continente latinoamericano. Y lo es desde su condición, primero, de activista político, lo que le obligó a exiliarse durante 16 años en el Estado español. De ahí su profundo conocimiento de la realidad política de Euskal Herria.

Su activismo, en cualquier caso, no está reñido con una mirada crítica y aguda sobre los procesos de cambio registrados en los últimos lustros en Latinoamérica. Unos procesos que auparon a gobiernos progresistas y soberanistas en buena parte de la región y de los que vivimos estos días un cruel reverso en forma de derrotas electorales (Venezuela, Argentina, incluso Bolivia...) y de destituciones como la de la presidenta guerrillera de Brasil, Dilma Rousseff.

Sin obviar en ningún momento los factores externos que impulsan esta reacción, Zibechi pone el acento en los errores internos y en la necesidad de autocrítica. Y apela a una especie de regreso a los orígenes cuando reivindica a los movimientos sociales como agentes imprescindibles del cambio. Ello no le impide, sin embargo, advertir de que, incluso con la izquierda en las instituciones, el cambio será necesariamente gradual y llevará años, cuando no decenios.

¿Qué está pasando en Latinoamérica para que se dé este reflujo de los gobiernos progresistas?

Por un lado, asistimos en América Latina a una ofensiva &discReturn;del capital financiero de EEUU en todos los órdenes, político, económico, diplomático... que se traduce en un reforzamiento de las derechas locales y en un desplome de los precios del petróleo, gas, soja, hierro... de todos los productos que exporta la región

Pero junto a ese principal factor externo, hay cuestiones internas. Los gobiernos progresistas han gestionado el modelo extractivo, de materias primas, y no han sido capaces de encarar un proceso de transformación de la base productiva y de las relaciones sociales que les permita entrar en un ciclo económico más vinculado a un empleo digno y en el que la gente no tenga que depender de políticas sociales.

A ello se suma el natural desgaste tras 10-15 años de gobierno. Los ejecutivos tuvieron caja durante mucho tiempo porque los precios eran muy altos y ahora están en déficit; no pueden seguir traspasando fondos a la política social o sufren reducciones en los presupuestos. Tienen problemas para mantener el ciclo económico de consumo y de alza del mercado interno.

En Brasil se denuncia un golpe de Estado en su sentido más amplio, relacionado con la larga historia de asonadas en el conjunto de la región. ¿No cree usted que la apelación en exclusiva a factores externos y a una suerte de conspiración sirve al fin y al cabo para ocultar errores propios?

Sin duda, pero buena parte de la izquierda no opina así. A mi modo de ver, utilizar ese término es un poco abusivo y convendría reservarlo para cuando de veras se dé. Un golpe de Estado es un quiebre institucional y no es el caso. En Brasil hay una destitución en marcha contra la presidenta, Dilma Rousseff, un proceso que es legal pero no legítimo. Es legal porque no quiebra ninguna ley, pero no es legítimo porque Dilma –pondría la mano en el fuego– no es corrupta, como lo era y en grado sumo su predecesor, Fernando Collor de Mello, destituido en 1992.

Algunos estamos cansados en Latinoamérica de recordar a los compañeros venezolanos, brasileños, argentinos... que no podemos seguir con esa cantinela de que hacer críticas es hacerle el juego al imperialismo.

Claro que a mí me interesa discutir contra el golpe, contra la intervención yankee, pero me interesa igualmente discutir sobre el rentismo petrolero. Un ejemplo: cuando Hugo Chávez llegó al poder en 1999, el 90% de las exportaciones eran petróleo crudo; ahora rondan el 95% punto arriba punto abajo. Brasil se desindustrializa para exportar más soja y más mineral de hierro a China. Peor aún que eso: Brasil, Argentina, Uruguay y Paraguay, los cuatro países que crearon y conforman el MERCOSUR, son grandes exportadores de soja al mismo mercado, a China. ¿Cómo nos vamos a integrar si vendemos lo mismo a los mismos mercados? La integración tiene que ser complementación productiva, ‘yo te vendo lo que tu necesitas y tu lo que yo necesito’. Es un poco la UE en los buenos tiempos.

Hay una falta de visión de que la crítica es necesaria para mejorar la gestión. Hasta la derrota en las legislativas del 6 de diciembre en Venezuela eran contados los que hacían alguna crítica. Luego se abrió la veda.

Como si los problemas en Venezuela hubieran arrancado con la derrota del PSUV el pasado año.

El de la corrupción es uno de ellos y es intolerable. El presidente Maduro reconoce que 300.000 millones de dólares, casi un PIB entero, se lo rifaron en la corrupción en los últimos diez años. Y no solo es Venezuela. En Brasil hay cuadros del PT presos. La corrupción es una línea roja que no se puede traspasar.

Otra cosa es el problema del modelo económico, porque no puedes cambiar de uno a otro como de camiseta. A mí si un gobierno me dice: ‘Mira, en 10 años vamos a acumular un excedente con la exportación de materias primas y con ese excedente vamos a ver cómo invertimos en un cambio de modelo productivo’. Yo me callo, porque soy consciente de que hay que pagar los salarios de los empleados públicos, de los militares, de las maestras, de la salud.

Lo que no me gusta es que se dé por bueno el modelo económico, que es depredador, es contaminante, nos hace dependientes, que implica polarización social porque en un modelo de monocultivos o de minería no hay un empleo digno. De ahí que persistan bolsones de pobreza enormes que deben ser atendidos con políticas sociales. No puede ser que doce años después de que llegara el PT al gobierno, 50 millones de brasileños –el 25% de la población– sigan recibiendo la ayuda del plan Bolsa Familia. Eso quiere decir que no se ha movido la economía. Y si no la movió Brasil, la quinta o sexta potencia económica mundial, cómo lo van hacer entonces Paraguay o Uruguay, Bolivia o Ecuador...

¿Puede profundizar más en las alternativas al actual modelo económico extractivista?

Por de pronto, es necesario abrir el debate, lo que no se ha hecho, salvo en Bolivia y un poco en Ecuador. Un debate nacional si quieres como se hizo en Cuba en los sesenta con la zafra de los 10 millones de toneladas. Sí, fue un fracaso, pero al menos hubo debate.

Y es un error circunscribir el debate al aspecto contaminante de la producción de soja, de la minería... Tiene que ser un debate general y regional, porque solo un esfuerzo conjunto puede sacarnos del modelo extractivo. Ahora bien, conviene pensar en un plazo de 20-30 años en un proyecto realista que asuma que, mientras tanto, la soja y el mineral van a seguir, pero que su producción no siga creciendo, y ver en qué medida los excedentes y productos que exportamos se puedan procesar. A modo de ejemplo, el 95% de la soja que exporta Uruguay es ¡grano en bruto!.

No exportemos más grano. Y si exportamos mineral de hierro, por lo menos que tenga un mínimo proceso, que aporte cierto valor añadido.

¿Y qué hacer con los beneficios?

Los excedentes tienen que ir a una bolsa que permita invertir en nanotecnología, en biotecnología, en tecnologías de la información que permitan meter a nuestros países, siquiera por la ventana, en esta cuarta revolución industrial. Una especie de fondo soberano para invertir en producción intensiva, en formación, en la creación de polos de desarrollo. Ya sé que no es fácil; las multinacionales tienen el monopolio del saber, pero como países soberanos tenemos que hacer una apuesta seria.

Usted mismo reconoce que es difícil.

Sí, pero ahí está otra vez el ejemplo de Cuba. La Revolución heredó un monocultivo de caña de azúcar y siguió exportando esa materia prima, sobre todo a la URSS, que se la compraba a un precio político. Para cuando llegó la crisis del campo socialista, Cuba había desarrollado la medicina, la salud, la educación...

Se podría decir, irónicamente, que gracias a la caída del bloque soviético, Cuba es una gran exportadora de tecnología médica, de vacunas, de procesos de curación del cáncer... eso tiene un gran valor agregado. Y si Cuba, un país pobre, ha podido, cómo no van a poder Brasil, Venezuela, Argentina...

En estos casos hubiera sido más lúcido guardar un 10% de los excedentes para ese fondo, pero lo que se ha hecho es fomentar el consumismo y el rentismo, el facilismo, y eso genera una especie de clientelismo en la población. ¿Ha sido lógico? Más que lógico es humano, es buscar el camino más fácil.

Nos falta firmeza estratégica. Esa firmeza que demuestran Rusia y China, hostigadas fuertemente por EEUU, pero países a los que no les tiembla el pulso, tampoco en el ámbito militar. Y que conste que no soy ni prorruso ni prochino.

Ha mencionado dos veces el ejemplo cubano. Ahora que se acaba de celebrar el VII Congreso del PCC y en plena fase de inicio de deshielo con Washington, aunque el bloqueo persiste. ¿Qué futuro augura al modelo cubano, cuando hay sectores desde la izquierda que temen que la isla caribeña vuelva a convertirse en un prostíbulo de EEUU?

Yo creo que el pueblo cubano y la dirección cubana tienen claras algunas cosas y hay una dignidad en Cuba que es irreversible. No quiero entrar en el debate de si Cuba sigue o seguirá siendo socialista o no, porque no va a ningún lado. De lo que se trata es de salvar un proceso, como el cubano, de dignidad nacional, de soberanía, de marcar distancia respecto a EEUU aunque tengan relaciones. Si se trata de eso, a mí que entren capitales –ya hay capitales españoles–, no me preocupa mucho. Lo importante es que, además del impulso a la tecnología médica, los cubanos han sido capaces de crear, con ayuda brasileña, un puerto de vanguardia como el de Mariel para ponerse a tiro con el resto de los puertos del mundo, una zona franca para triangular las exportaciones chinas a EEUU.

Yo creo que el gran debe de la revolución cubana es permitir, no te digo ya el consumismo o la moda, pero sí una mejora del nivel de vida de los cubanos. No puede ser que los cubanos todavía no tengan internet; esto no puede ser la Albania de los años sesenta o Corea del Norte. Si eso se consigue a mí, que haya más o menos capitalismo, no me preocupa. Te lo digo con toda honestidad.

De lo que se trata es de que esos once millones de cubanos vivan mejor, porque realmente la vida en Cuba es muy ajustada. No hay hambre, pero es muy austera. Y yo puedo elegir libremente la austeridad, por ejemplo para permitirme viajar, pero otra cosa es la austeridad impuesta por un estado central. Yo aspiro a que todo el mundo sea austero, a que el consumismo decaiga, pero tiene que ser por decisión consciente de la gente: personal y política.

Volviendo al conjunto de Latinoamérica, usted reconoce que abandonar el modelo extractivo necesitaría una transición de años, cuando no de decenios. ¿Qué hacemos mientras tanto en Brasil, en pleno proceso de destitución de Rousseff?

Me gustaría equivocarme, pero creo que la suerte de Dilma, a no mediar un milagro judicial, está echada (esta entrevista se realizó en vísperas del voto en el Senado). Si Dilma cae, vendrá un gobierno de derechas y elecciones en 2018. El PT llega muy debilitado; llegó a tener 90 diputados, pasó a 70 tras las últimas elecciones y ahora le quedan 58, porque en Brasil los diputados sí cambian de partido como de camiseta.

Creo que no es fácil que Lula vuelva a ser presidente. Puede haber un impedimento judicial, pero aunque no lo hubiera no creo que estuviera en condiciones de ganar. Pero, incluso si lo hiciera con el 19% de los diputados, ¿con quien iría a gobernar, con toda la otra onda corrupta? El problema es que Dilma tiene el apoyo de 100 diputados de 500. Aunque no hubiera impeachment, no puedes gobernar. Ellos se empeñaron en querer seguir en el gobierno como fuera y eso no es garantía de nada. Si te eligen presidente cuando el modelo neoliberal extractivo está en auge, vas a gestionar ese modelo neoliberal extractivo. Si tienes una economía alternativa que va creciendo, ahí tienes otro lugar en que apoyarte. La estrategia del PT ha sido poco inteligente.

Pero entonces, ¿qué alternativa queda? ¿Hay que renunciar estratégicamente a aspirar a «tomar» el poder, porque, como dice, gestionas pero no gobiernas? Es todo un dilema

En absoluto. No hay que renunciar a ello, hay que crear las condiciones sociales, políticas, culturales, para que cuando llegues al gobierno tengas en qué apoyarte. Fíjate lo que le pasó a Bildu aquí con el tema de las basuras. Yo hubiera preparado a la población para que pudiera asumir ciertas medidas antes de llegar al gobierno. Sé que es muy simplista decirlo y no quiero pasar por un osado que vengo aquí con una solución mágica, pero es que salir del entrampe en el que estamos las izquierdas en todo el mundo no es nada fácil. No tenemos ni la vía armada, que fracasó en toda América Latina, por no decir más, ni la vía electoral es la garantía. Ahí nos debemos una discusión muy seria para no volver a repetir errores.

No estoy diciendo que no haya que ir a las elecciones y ganarlas siempre que se pueda, pero yo empezaría a hacer cambios más de fondo en los municipios. Comenzar por crear una masa crítica de personas que comiencen a vivir de otra manera. Tenemos que ser conscientes de que el sistema capitalista ha sufrido grietas, pero está muy vivo, también en la cultura popular. Se trata de aprovechar las instituciones para elaborar proyectos a largo plazo y no para que las instituciones nos dominen.

Es bueno que los nuestros estén en las instituciones. Es una posibilidad, pero también tiene limitaciones y una de ellas es que te tienes que rodear de técnicos, de buenos salarios, te acostumbras a no tener que hacer cosas que no te gustan. Tenemos que estar muy alerta y ser no críticos sino rigurosos con nosotros mismos. Los que tenemos unos años sabemos que cierta incomodidad en la vida cotidiana es buena y necesaria para mantener el espíritu rebelde en pie.