Mikel ZUBIMENDI

ELECCIONES AL GRAN JURAL DE MONGOLIA: DE LA TERAPIA DEL SHOCK, AL SHOCK SIN TERAPIA

En medio de un clima de excepticismo social creciente, una gran crisis económica agravada por el estancamiento de China y denuncias de corrupción y nepotismo, el pueblo mongol ha votado con un afán de castigo, dando un gran varapalo al Gobierno.

Mongolia, heredera del imperio más grande que jamás haya conocido el mundo, el fundado por el mítico Gengis Kan, es un país gigantesco situado entre dos vecinos poderosísimos y aún más grandes, Rusia y China. Dominado por estepas y montañas, al norte y oeste, y el desierto de Gobi, al sur, tiene una población de apenas tres millones de habitantes, mayoritariamente menor de 30 años, repartida en más de millón y medio de kilómetros cuadrados, lo que le convierte en el país con menor densidad de población del mundo. Muy rico en recursos naturales, con enormes depósitos de cobre y carbón, así como oro y otros minerales, se prometió al pueblo que esos tesoros enriquecerían la nación. Pero la promesa se ha desvanecido y la vía a la prosperidad ha sido, cuando menos, escandalosamente desigual.

En una situación crítica de recesión, sirva como ejemplo un dato: en 2011, su crecimiento económico se disparó hasta el 17% y para este año, el FMI calcula que apenas superará el 0,4%. El clientelismo y la corrupción endémica, junto al estancamiento en el crecimiento económico de China, su mayor socio comercial, y la caída de precios en el mercado global del carbón y del cobre, ha llevado a Mongolia a una situación límite, al borde de un rescate financiero que analistas internacionales ven muy probable.

La deuda pública y privada se ha disparado y el miedo a una total dependencia de China ha marcado estas elecciones. En medio de esta profunda crisis económica y un ambiente de gran escepticismo, anteayer se celebraron elecciones al Gran Jural de Mongolia, su Asamblea Nacional de 76 miembros. Aunque los resultados oficiales no se conocerán hasta dentro de una semana, las primeras estimaciones indican que los socialistas del Partido Popular de Mongolia, herederos de la era soviética con redes clientelares muy potentes y en el poder hasta 2012, habrían obtenido una victoria aplastante con un 85% de la representación y 65 escaños. El Partido Democrático, en el poder los últimos cuatro años, apenas habría logrado siete actas e incluso el primer ministro habría quedado fuera del Gran Jural. A ojos de los mongoles, el partido en el Gobierno, que ha pedido préstamos por valor de miles de millones de dólares y ha sido el impulsor de las «políticas de shock» impuestas por sus acreedores, es el culpable y merecía ese «gran castigo».

Particularmente las nuevas generaciones consideraban al Gobierno corrupto e inepto. Frente a las loas a Mongolia –el secretario de Estado de EEUU, John Kerry, llegó a definirla como un «oasis de democracia»– por su «exitosa» transición desde un modelo de protectorado soviético –hasta la década de los 90, el mayor socio comercial e inversor–, a una «democracia parlamentaria», los hechos muestran otra realidad bien distinta: el fracaso de las recetas económicas occidentales y el desencanto del pueblo.

Soborno, corrupción y nepotismo

En efecto, las autoridades de Ulan Bator buscaron ayuda del FMI, el Banco de Desarrollo de Asia, y países como Japón, Corea del Sur o EEUU para una transición rápida al capitalismo. Estos le prescribieron la conocida como «terapia del shock»: privatizaciones exprés, minimizar al máximo el Gobierno y la Administración, prohibición de subsidios, reequilibrio radical del presupuesto, liberalización total de precios y del mercado, recortes en gasto social, sanidad, educación…

Pero como hasta algunos de los apologistas de la «terapia del shock» reconocen ahora, esas políticas resultaron desastrosas para el pueblo. En realidad fue un shock sin terapia que disparó la inflación, el desempleo y la pobreza. La desigualdad en el reparto de los beneficios de la industria minera (hasta un 89% de sus exportaciones), aumentó escandalosamente y las élites y los conectados al poder prosperaron mediante el soborno, la corrupción y el nepotismo. Como ha demostrado la filtración de los «papeles de Panamá», desde el hijo del alcalde de Ulan Bator hasta las hijas del primer ministro, por ejemplo, tenían cuentas secretas engordadas por las multinacionales mineras como la anglo-australiana Rio Tinto.

En definitiva, los mongoles han votado para castigar, para dar otra dirección al país, para ver «servido el cordero asado en la mesa», es decir, para tener su parte de los beneficios mineros y su dinero en efectivo.