Dabid LAZKANOITURBURU

Nunca segundas partes...

Con su contundente derrota, Hillary Clinton desaparece de la escena política con el sambenito de perdedora, que le persigue ya desde que se convirtió como primera dama en víctima colateral de los devaneos sexuales de su marido y dos veces presidente, Bill Clinton, y que se confirmó en 2008, cuando cayó en las primarias, y contra todo pronóstico, ante un joven aspirante Barack Obama, que llegaría meses después a la Casa Blanca.

Dabid Lazkanoiturburu (Gorka RUBIO/ARGAZKI PRESS)
Dabid Lazkanoiturburu (Gorka RUBIO/ARGAZKI PRESS)

A cambio de su apoyo, y del del establishment demócrata, el primer presidente negro de la historia de EEUU se comprometió a ofrecerle la secretaría de Estado, cargo desde el que Clinton preparó su fallido asalto de ayer a la presidencia del país.

En lo que era un claro aviso a navegantes, la candidata oficial demócrata sufrió lo indecible para superar al rival socialista y senador por Vermont Bernie Sanders. Al punto de que el partido tuvo que recurrir a todas las triquiñuelas e influencias para imponer su candidatura.

Más de uno y una en la dirección del partido demócrata se estará preguntando hoy por las razones de fiarlo todo a una carta, la de Clinton, marcada además por el escándalo de los correos electrónicos secretos que manejó desde su correo privado, una acusación que ha rondado en campaña electoral hasta el último minuto y que no ha reforzado precisamente la convicción popular sobre la honestidad y buen hacer de la candidata.

Una respuesta sincera a esta cuestión les serviría para explicar la derrota de ayer, una derrota que tiene mucho que ver con la soberbia y la autosuficiencia de la clase política, sorda a las advertencias sobre el hartazgo creciente con el sistema de amplias capas de la sociedad.

Elucubrar qué habría ocurrido en caso de que el rival de Trump hubiera sido Sanders es una elucubración que, además de no servir de nada, resulta muy fácil con el resultado de ayer, pero es cierto que el revés de Clinton en estados de los Grandes Lagos que en los últimos decenios han sido demócratas y que en su día fueron bastiones industriales hoy en crisis como Wisconsin y Michigan nos da una clara pista de por dónde han ido los tiros electorales.

Pero no ha sido esa la única clave para explicar la derrota de Clinton en las presidenciales. Su candidatura ha estado lejos de entusiasmar al electorado negro, pese a los reiterados llamamientos de Obama pidiéndoles el voto.

Si los mítines del presidente saliente y del propio Sanders en Michigan y otros estados «obreros blancos» no han servido de mucho, tampoco parece que Clinton haya despertado especial expectación entre el electorado latino, que fue decisivo en 2012 para que Obama repitiera triunfo.

Sin obviar que, por sus especificidades demográficas, Florida es un estado especial, la victoria por 150.000 votos de Trump sobre Clinton ha desmentido a los que auguraban un recuento de infarto como el que en 2000 dio la victoria por 500 escasos votos al republicano George W Bush sobre Al Gore. Todo apunta a que los latinos, y sobre todo los negros de Florida, no la han considerado su candidata.

De la misma manera, y aunque a estas horas es pronto para análisis de sociología electoral más atinados, tampoco parece que el voto femenino se haya inclinado por Clinton pese al machismo misógino confeso de su rival. Aquí reside precisamente uno de los elementos que, si no exculpa, quizás sí disculpa el  fracaso de la que aspiraba a ser primera presidenta de la historia de EEUU. Porque más allá de su posición desde una perspectiva feminista, el reto que afrontaba la candidata no era baladí: convertirse en la  primera presidenta de la historia de EEUU.

Tampoco puede olvidarse un segundo elemento que a priori dificultaba la victoria de Clinton. Y es que la ley no escrita estipula que, en el hasta ahora perfecto bipartidismo estadounidense. tras dos mandatos a cargo de un partido, los electores votan cambio.

Esto último no desmerece el triunfo incontestable de Trump. Al contrario. Que un outsider como el magnate neoyorkino arrasara contra todo pronóstico en las primarias republicanas y haya vencido sin el apoyo del establishment del Old Party revela lo acertado de su estrategia, tal y como adelantábamos en la edición del domingo de este diario. Un estrategia que pasaba por enervar el voto blanco masculino, todavía mayoritario en el país, y esperar a que el escaso tirón de Clinton no lograra movilizar suficientemente a las  minorías latina y negra y a las mujeres. Todo apunta a que ha sido bingo.

Un bingo que no se esperaban la inmensa mayoría de los senadores y congresistas republicanos que, salvo sorpresa de última hora en el recuento del Senado, conservarán la mayoría en ambas cámaras, lo que acrecienta el triunfo arrollador de Trump y le deja las manos libres para hacer su política, sea esta la que sea.

Tiempo habrá para evaluar el impacto de su victoria en las filas de la élite republicana, ya que no se descarta que el showman televisivo convertido en el hombre más poderoso del mundo se cobrará justa venganza por los desplantes que ha sufrido en campaña por parte de quienes lo debieron apoyar y que buscan con ansiedad administrar un resultado que en ningún caso es el suyo.

Unos y otros deben estar ahora repitiendo el viejo mantra de ‘God save America’.