Pablo RUIZ DE ARETXABALETA

«Por favor, da a los aviones nuestra localización porque queremos morir»

Después de matar a miles de personas de la comunidad yazidí en la comarca de Sinjar, el Estado Islámico secuestró a miles de mujeres que, convertidas en esclavas, son regaladas, vendidas y sometidas a torturas y violaciones. Nareem Shammo ha podido recoger sus testimonios del horror sufrido.

Los relatos recogidos por Nareen Shammo parecen la descripción de las grandes masacres descritas en los libros de historia, la matanza de miles de hombres y el secuestro de miles de mujeres esclavizadas y sometidas a torturas y violaciones, pero sucedió solo hace dos años y medio en el norte de Irak y tuvo como víctima a la comunidad yazidí, un grupo etno-religioso kurdo. De hecho, sigue sucediendo todavía hoy, ya que unas 3.800 mujeres y niñas siguen secuestradas y esclavizadas por el Estado Islámico (ISIS).

Invitada en Gasteiz por Amnesty International, Shammo, una periodista yazidí natural de Bahzani, en la región autónoma de Kurdistán en Irak, relató el horror a través de testimonios de las víctimas con las que ha podido contactar.

Shammo ha creado la red Initiative for Yazidies Around the World para liberar a las secuestradas por el ISIS, violadas y vendidas en los mercados de esclavos y forzadas a convertirse al islam, y ha recogido estremecedores relatos de mujeres que sobrevivieron: «He escuchado su voz cuando lloraban pidiendo ayuda».

El ISIS atacó la región de Sinjar, en el norte de Irak, el 3 de agosto de 2014 «muy temprano, cuando la gente estaba en la cama» y después de la retirada de 10.000 soldados peshmergas del Gobierno autónomo del Kurdistán. «Dejaron sola a mi gente y no lucharon. Más de 5.000 yazidíes fueron asesinados, entre ellos mujeres y niños muy pequeños. Algunos fueron enterrados mientras estaban vivos».

Los que pudieron escapar de las matanzas huyeron a las montañas cercanas. Pero, aislados allí, en dos semanas cientos de hombres niños, mujeres y ancianos murieron sin agua ni comida. Solo el pasillo que estableció la guerrilla del PKK logró romper el cerco.

Shammo logró una lista de 40 hombres que habían comenzado a comprar mujeres, «la mayoría eran nuestros vecinos de Bagash, Tal Afar, o de Siria».

El ISIS capturó a los yazidíes que no pudieron huir a las montañas y «empezaron a vender chicas en Mosul en un gran espacio cerca de la mezquita. Les dieron algunas a los líderes del ISIS». Una de ellas era Ashisha, una chica de 14 años, que relató que «entre 196 chicas, la mayor solo tenía 23 años y las prepararon para venderlas al día siguiente en Siria. Trajeron ropas, champú y maquillaje, para que se asearan, y les dijeron que las llevarían a Raqa. En ese momento algunas intentaron matarse. Recuerdo cómo Ashisha lloraba y me decía: ‘por favor, dí a los aviones que nos maten, dales nuestra localización porque queremos morir y no ser vendidas a los yihadistas’».

Suicidios y violaciones

«Muchas yazidíes, decenas, se mataron bebiendo petróleo, cortándose las venas, o lanzándose desde edificios altos o desde vehículos. Otras se prendieron fuego y murieron», señala. Algunas decían que estaban casadas y tenían hijos para evitar ser vendidas, por lo que los yihadistas empezaron a hacerles pruebas de virginidad.

«A madres y niños no les daban comida para forzarles a convertirse al islam. A mujeres embarazadas les hicieron abortar al ser violadas en repetidas ocasiones, golpeadas con cinturones y sometidas a electroshocks», prosigue.

Esta activista explica que cuando comenzaron a vender mujeres yazidíes como esclavas «el precio era muy barato, de unos cinco dólares hasta cien las más atractivas. Después empezaron a venderlas online y a enviar imágenes de las chicas y describir su aspecto, diciendo si hablaban árabe y qué labores domésticas eran capaces de hacer. El precio empezó a subir hasta hoy, que está entre 5.000 y 15.000 dólares».

Entró en contacto con Halam, la única superviviente de su familia. «Fue vendida cuatro veces, en un mercado donde todos los días eran llevadas muchas mujeres», explica. Ese día fueron 200. «Me contó terribles historias. Chicas de ocho años violadas en la zona de Al Gaslani en Mosul». Tras escapar vivió en un campamento de refugiados durante cinco meses y consiguió llegar a Alemania.

Nura, una mujer de 39 años, vive ahora también con sus niños en el campo de Sharia, en el Kurdistán iraquí. «Estaba embarazada cuando el ISIS la capturó y la torturó». Fue trasladada a Raqa, donde vivió con sus hijos y otras madres y niños yazidíes bajo tierra, entre la suciedad, durante dos semanas.

Después de tres horas caminando la vendieron en un mercado público. «Estaba muy asustada y no podía aguantar más así que me caía al suelo y me golpeaban». Nura y sus hijos fueron vendidos nueve veces y se convirtió en una esclava para hacer trabajos muy pesados. «Cuando dio a luz, aislada en una habitación, su hijo Adel, de ocho años, lloraba al verla sangrar y golpeaba las ventanas diciendo ‘nuestra madre se muere’. No entendía lo que ocurría. Adel le ayudó a cortar el cordón umbilical con un trozo de cristal. Después de cuatro días, el hombre que la había comprado volvió y la violó en varias ocasiones. Enfermó y fue vendida de un hombre a otro. Algunos la golpeaban porque rechazaba separarse de sus hijos. Ahora vive en el campo de Sharia con ellos, pero con inseguridad, no tiene qué comer y este invierno los niños no tienen buenas ropas para usar». Su hijo Adel no puede hablar con normalidad, no puede dormir y está nervioso todo el tiempo, porque estuvo cuatro meses con los miembros del ISIS en un campo de entrenamiento y vio como mataban a hombres, antes sus ojos, decapitándolos».

Shammo añade el relato de Warda, «vendida decenas de veces porque es muy guapa. Con dos niños, estuvo viviendo en una gran habitación subterránea también con otras madres y niños durante cuatro meses. Una se negó a aprender el Corán porque no sabía leer ni escribir. Mutilaron ante ella a su hijo y la obligaron a cocinarlo. Entonces empezaron a golpearse ellas mismas gritando por favor que las mataran».

Continúa con lo que Warda vio una noche en la que no podía dormir porque oía a alguien llorar y gemir. «Fui allí y encontré una niña yazidí de unos once o doce años que estaba atada a la cama, desnuda y sangrando. Dijo que estaba muy enferma. ‘Me violaron varias veces al día durante varios días y sé que me estoy muriendo’», le contó antes de pedirle que, si escapaba, se pusiera en contacto con su familia y les dijera que «intenté escapar del ISIS pero no pude»

Entrenamiento de niños

Los niños también fueron objeto de atrocidades. «A muchos los obligaban a ver cómo mutilaban a hombres contrarios a las normas del ISIS. ‘En una ocasión forzaron a mi niño de tres años a sacar los ojos de un hombre’», relató Wanda a la periodista yazidí. «Decenas de menores fueron separadas de sus madres y dadas como regalo a familias de soldados del ISIS», continúa.

«911 niños de yazidíes entre 5 y 16 años fueron llevados a campos de entrenamiento. Les enseñaban la sharia, cómo luchar en las batallas, cómo matar gente. En julio de este año 260 niños en Tal Afar llegaron al último nivel de entrenamiento y les enseñaron a conducir coches. Los preparaban para hacerse estallar y sé que algunos llegaron a cambiar su forma de pensar».

Pero los problemas no acaban con la huida. La vida en los campos de Irak es muy dura y apenas cuentan con ayuda. Cerca de 5.000 siguen en las montañas en Sinjar, otros 2.000 se encuentran en campamentos de Grecia desde hace más de nueve meses y esperan todavía llegar a Alemania y otros países europeos. 11.000 más viven en Turquía en campos donde no son aceptados como refugiados, y donde llevan más de dos años y medio.

La activista recuerda que «en nuestra historia hay 73 intentos de exterminio y este fue el numero 74», una historia que ha hecho que «el número de yazidíes en el siglo XVIII fuera de más de tres millones y ahora solo sea de millón y medio en Irak y otros países».

Nareen Shammo concluye subrayando la importancia de presionar a los gobiernos del mundo y al iraquí para que se proteja a las minorías y se reconozca «lo que sucede con los yazidíes como un genocidio. No hay paz sin justicia. Por eso es muy importante llevar el caso de la minoría yazidí y a los que lo han perpetrado al Tribunal Penal Internacional». «No quiero encontrar a mi gente dentro de cincuenta años otra vez asesinada e ignorada por todos los países. Los yazidíes sienten que el próximo genocidio no está lejos. Sueño con ser madre, pero no quiero tener un hijo sin futuro y eso les pasa a todos los yazidíes. Tenemos mucho miedo por nuestro futuro».