Dabid LAZKANOITURBURU

El árbol y el bosque polacos

Tiene razón al Gobierno de Polonia cuando, al intentar justificar su legislación negacionista, se escuda en que describir los campos de concentración como polacos, y no campos nazis en Polonia, es un insulto a los dos millones de polacos no judíos que murieron a manos de los alemanes y a los miles de que, desde el interior o el exilio, lucharon contra Hitler y salvaron a cientos de miles de judíos de la solución final.

Pero se olvida de que no fueron menos los que hicieron posible, por pasiva pero también por activa, que tres millones de judíos polacos, la mitad de las víctimas del Holocausto judío –hay otros– desaparecieran de la faz de la tierra en las cámaras de gas.

Cierto es también que el colaboracionismo con los nazis fue todo menos exclusivo de la Polonia ocupada y que se repitió en media Europa (Croacia, Rumanía, Hungría...). Sin olvidar que otros países no eran «antijudíos» simplemente porque ya se encargaron siglos antes de masacrarlos o, en su caso, de expulsarlos.

La cuestión judía apela a la responsabilidad de toda Europa. Pero eso no exonera a un Gobierno como el polaco que, al penalizar la crítica sobre el pasado, no hace sino evidenciar que poco es lo que realmente separa a su patriotismo ultraconservador de la Alemania que alumbró el nazismo. Porque tiene una ideología que, por mucho que se escude en históricos «agravios polacos», ayuda a explicar el Holocausto... en Polonia.