Iker BIZKARGUENAGA

Recomponer desde el feminismo los destrozos de la tortura

Cuando se habla de tortura aparecen palabras terribles como electrodos, bolsa, bañera, violación, paliza, pero apenas se mencionan otras como miedo, vergüenza, humillación, soledad… El jueves sí se habló de ellas durante una charla en la que se analizó cómo restañar desde el feminismo las heridas causadas por esa lacra que tanto daño ha causado.

Mesa redonda sobre la tortura en La Bolsa   Luis JAUREGIALTZO I FOKU
Mesa redonda sobre la tortura en La Bolsa Luis JAUREGIALTZO I FOKU

En la tarde-noche del jueves, en el edificio de La Bolsa de Bilbo se habló de tortura, hablaron personas que han sido torturadas, y tomaron la palabra, no para explicar qué fue lo que les hicieron sino para contar cómo se sintieron al sufrirlo, en un coloquio que en su sencillez fue catártico y que removió muchas cosas en el interior de los asistentes, muchos de ellos también víctimas de la tortura.

Olatz Dañobeitia, Mikel Soto e Ixone Fernández fueron quienes narraron en primera personas ese descenso a los infiernos que supuso no sólo el tiempo que permanecieron, inermes, en manos de sus captores, sino también todo lo que vino después. Porque como recordaron, «la tortura no acaba en la comisaría» ni su huella se borra cuando se sale de ella.

Junto a ellos intervino Olatz Barrenetxea, sicóloga que lleva años tratando y sanando a personas que han padecido el maltrato institucionalizado, años intentando «arreglar lo que se ha roto». Porque la función principal de la tortura es romper a la persona, doblegarla, y por eso mismo, todos y todas coincidieron en que un paso vital para superarlo es aceptar uno mismo que, efectivamente, lo han roto, para poder rehacerse.

«Ese discurso de que no se debe flaquear, que hay que mantenerse firme, fuerte siempre, ha causado mucho daño, hay que acabar con él», había señalado antes Fernández. Y lo hizo con conocimiento de causa.

A ella algo se le rompió dentro justo cuando la absolvieron, un día en que «todo el mundo estaba feliz» pero que en su caso fue el inicio de un camino larguísimo, en el que se ha sentido incomprendida y sola. Porque aunque parezca mentira incluso en los círculos cercanos de las personas afectadas hay mucho desconocimiento sobre la tortura y sus efectos. «A medida que pasa el tiempo, hay gente que no entiende que sigas mal», expuso. Ese imaginario del militante duro, irrompible, se volvió en su contra.

Perspectiva de género

La mesa redonda organizada por Egiari Zor Fundazioa llevaba como título “Reconstruirse después de la tortura. Reflexionando desde un punto de vista feminista”, porque, como indicó Dañobeitia, investigadora social, igual que al resto de las facetas de la vida también a la tortura hay que mirarla desde una perspectiva de género para poder tener un retrato completo de lo ocurrido.

Valoró a este respecto que la teoría y la práctica feministas pueden aportar su experiencia en este ámbito, en el que debería abordarse qué impacto ha tenido en las mujeres, en los hombres, y en la relación entre géneros. Según indicó, «si el objetivo de la tortura es romper a la persona, para ello se utiliza la posición que tiene esa persona en la sociedad», y ahí el género juega un papel determinante.

Dañobeitia, que concluyó su intervención preguntándose si «sólo nos tenemos que curar nosotros o también tiene que hacerlo la sociedad» señaló que a través de la tortura se castigan «feminidades» y «masculinidades disidentes» y, deteniéndose en la violencia sexual que se ejerce contra las personas detenidas, destacó que «igual que en la calle las mujeres somos tratadas como objetos sexuales, en las comisarías también».

La realidad social es, en este ámbito, muy diferente en función del género, y como expuso posteriormente Soto, el modo en que percibe un hombre la amenaza de que le van a violar es muy diferente a cuando se la hacen a una mujer, «porque el hombre no tiene una experiencia en la sociedad, es algo que no pasa, pero desgraciadamente a las mujeres sí que les ocurre».

El iruindarra explicó que a él le costó una década darse cuenta y asumir que había sufrido violencia sexual, «porque no tenía herramientas para identificar aquello». Opinó asimismo que uno de los objetivos de los torturadores es «romper la masculinidad» de sus víctimas de ese género, y apostilló que prácticas como golpear o poner electrodos en los testículos, por ejemplo, no tienen tanto que ver con que sean zonas sensibles del cuerpo sino con ese objetivo de humillar y romper su masculinidad.

También señaló que una de las cosas que el patriarcado impone a los hombres es «esconder nuestra vulnerabilidad», una losa que acompaña asimismo a las personas que han padecido la tortura.

Esa misma exigencia social se extiende también al espacio militante, donde se presuponen demasiadas cosas, y que conlleva por ejemplo que a víctimas de la tortura les cueste mucho pedir ayuda. «No pedí ayuda; pensaba que estaba libre y que ya está», evocó Fernández el que fue el inicio de una pesadilla. Recordó que el tiempo que siguió a cuando quedó absuelta lo pasó «con miedo, asustada cuando iba por la calle», y sufrió un progresivo deterioro de su salud. «¿Cómo compartir con la gente que no estás bien?», hizo ayer en voz alta la pregunta que se hacía entonces.

«Me sentía débil como persona, como mujer, como militante», añadió, apuntando que entonces intervino en varias charlas para hablar de la tortura, pero siempre desde ese prisma, el de qué le habían hecho, no qué efecto había tenido en ella aquello que le habían hecho. Fernández también alertó de las consecuencias de gradar los niveles de sufrimiento, de comparaciones que pueden llevar a una víctima a pensar que no debería estar tan mal «cuando a mí no me han hecho lo que le hicieron a otra persona».

El suyo, admitió, ha sido un camino largo, y doloroso, en el que ha vertido muchas lágrimas pero que le ha permitido salir adelante. La clave, dijo, pasa por «asumir que eres una víctima, que te han machacado», un paso ineludible para recomponerse y seguir caminando. También insistió en que las personas que han sufrido la tortura «deben ser sujetos activos en esta pelea», una lucha, la que se libra contra la práctica de la tortura, que según pidió Soto «no debe permitirse que se eche a perder».

Escribir nuestra memoria

Barrenetxea ha atendido a numerosas personas que han padecido torturas y malos tratos, y ayer hizo hincapié en el «miedo» como elemento principal y objetivo de esa práctica abominable, donde todo está encaminado a provocar pavor a quienes la padecen. La sicóloga destacó la «profesionalidad» con la que actúan los torturadores, que saben dónde apretar y qué teclas pulsar para romper sicológicamente a quienes caen en sus manos.

También explicó el valor terapéutico que tiene hablar de lo padecido, «sin miedo ni vergüenza», aunque alertó del riesgo de «revictimización» e insistió en algo que ayer citaron todos los contertulios, la importancia de hablar «no de lo que nos han hecho, sino de lo que nos ha provocado eso que nos han hecho».

Barrenetxea concluyó valorando que «tenemos que empezar a escribir la memoria de nuestro pueblo, y cada uno debe escribir su propio capítulo». Y a tenor de lo visto ayer, aún quedan muchas páginas por redactar y otras tantas heridas por cerrar.