Jaime IGLESIAS
MÁLAGA
Entrevue
PAULA PALACIOS
CINEASTA

«Para los inmigrantes no hay opción, en su caso se trata de llegar o morir»

Nacida en Madrid en 1983, ha escrito y dirigido casi una decena de documentales centrados en la migración y las mujeres. Las salas de cine exhiben ahora su último trabajo, «Cartas mojadas», sobre la realidad de los inmigrantes que cruzan el Mediterráneo y para cuyo rodaje la cineasta se embarcó a bordo del «Open Arms».

En 2016 Paula Palacios aterrizó en Lesbos para rodar un film sobre las precarias condiciones de vida de los refugiados internados en la isla. Un viaje que prosiguió a bordo del “Open Arms” y que concluyó en Libia documentando los centros de tortura que tienen allí las mafias dedicadas al tráfico de personas.

 

Usted se resiste a que «Cartas mojadas» sea definido como un documental sobre el trabajo de «Open Arms».

Su labor ocupa la parte central del documental y fue gracias a ellos como entré en contacto con una realidad que me llevó a otros escenarios, como Libia. Pero no me gustaría que “Cartas mojadas” fuera percibida como “la película de ‘Open Arms’”, porque no se trata de un documental que aborde la realidad de los inmigrantes que cruzan el Mediterráneo centrándose únicamente en el punto de vista de quienes acuden a rescatarlos.

 

Pero esa mirada de desolación que puede verse en el rostro de los rescatadores, usted, hasta cierto punto, la hace suya.

Es que se trata de una experiencia impactante a todos los niveles, y claro que me afectó vivir todo aquello. Creo que eso se deja sentir en la película, pero al mismo tiempo pienso que también la gente con la que estuve a bordo llevaba muchas misiones a la espalda y eso me ayudó para no quedar desbordada por lo que estaba viendo. Aún así, es verdad que en esa misión que compartí con ellos se juntaron muchas cosas: fue la vez que más gente rescataron, unos 550 inmigrantes, y tuvimos un par de muertes a bordo, entre ellas la de un bebé. Por mucho callo que tengas, resulta imposible no sentir frustración ante eso y el verles a ellos tan desolados al final se deja sentir en mi mirada.

 

¿Hasta qué punto ese escenario de incertidumbre condicionó el desarrollo del documental?

A mí no me gusta trabajar con un guion cerrado. Yo visité Lesbos en 2016 y lo que vi es que allí estaban llegando muchas mujeres y muchos niños, y eso me hizo enfocar el documental en la experiencia de estas personas. Pero enseguida percibo que el verdadero drama se está viviendo en el Mediterráneo central, donde muchos inmigrantes encuentran su tumba intentando llegar a Europa. Eso me hace abandonar Lesbos y embarcarme en el “Open Arms”. Y estando de misión, una noche encontramos un barco que bloqueaba el paso a los guardacostas italianos que venían a nosotros para llevar a cabo una evacuación médica. Hubo una comunicación por radio y descubrimos que se trataba de militares libios. Eso me hizo sentir que tenía que ir a Libia a documentar el origen de esta tragedia.

¿Qué le llevó a tomar la decisión de que la película estuviera narrada usando la voz de los caídos en el camino?

Pasó algo a bordo del “Open Arms” que me impactó mucho. Una noche nos dieron el aviso de que había dos lanchas que habían salido la noche anterior, nos dan las coordenadas para ir a buscarlas y enseguida el “Open Arms” dispone de dos zodiacs para acudir al rescate. Fueron momentos de gran tensión al no saber lo qué nos íbamos a encontrar y, cuando llegamos, solo hallamos una de las dos embarcaciones. Entonces tomé conciencia de que debajo de nosotros había una cantidad ingente de personas que, en ese preciso momento, se estaban ahogando sin que pudiésemos hacer nada por ellos. Luego resultó que esa embarcación había sido rescatada por otra ONG, pero eso lo supe después. La sensación que viví en aquel instante me hizo pensar que la película tenía que ser narrada por la voz de una niña ahogada.

 

¿No se trata de una manera demasiado cruda de recabar la atención del espectador?

Puede ser, pero es que yo creo que sigue faltando sensibilización. En Europa seguimos culpando al inmigrante con frases tipo “¿pero para qué vienes?”, “¿para qué te juegas la vida?” o “eres un irresponsable”. Entonces, pensé que si hay alguien a quien no podemos culpar es a un niño. Los niños son víctimas inocentes y, a través de su voz, intenté lograr una implicación más directa del espectador.

 

Más allá de documentar la tragedia que conllevan estas travesías, «Cartas mojadas» también muestra el antes y el después en la vida de los inmigrantes. Por ejemplo, siguiendo a algunos de ellos en su condición de «homeless» por las calles de París.

Sí, yo quería ofrecer una visión completa del fenómeno migratorio y, en este sentido, celebro que las imágenes de París estén impactando tanto porque ahí es donde el sentido de culpabilidad en el espectador emerge hasta generar una sensación de vergüenza, de plantearnos qué mierda de sociedad estamos construyendo. Lo que pase en Libia nos puede parecer algo lejano, lo que ocurra en el Mediterráneo no deja de ser una tragedia que acontece aguas adentro, pero lo de París es algo que está ocurriendo en nuestras calles. Esas imágenes reflejan la falta de futuro que aguarda a estas personas: da igual que hayan sido torturadas en Libia o que hayan estado a punto de ahogarse, todo eso no parece generarnos la más mínima empatía. Y, sin embargo, no nos paramos a pensar que para ellos no hay opción, que, por mucho que no les queramos entre nosotros, van a seguir intentando venir aunque sea para acabar deambulando por París o para ser barridos por la policía porque, en su caso, se trata de llegar o de morir.

 

En este sentido, su incursión en Libia para retratar la vida de estas personas antes de dar el salto a Europa resulta, igualmente, estremecedora. ¿Cómo fue su experiencia allí?

Yo me enteré de que los guardacostas libios tenían una reunión programada en Roma con sus homólogos italianos, lo cual ya resulta revelador de las alianzas que determinados países europeos establecen en aras de que otros les hagan el trabajo sucio a la hora de controlar el flujo de inmigrantes. Entonces, fui a Roma a reunirme con un coronel libio y él accedió a recibirme un poco alucinado, esa es la verdad, pero al final escuchó lo que quería hacer y cómo estaba interesada en rodar en su país y él se comprometió a facilitarme los permisos, que tardaron ocho meses en llegar y que solo me autorizaban a ir a mí con lo que, una vez allí, tuve que contratar a un equipo libio. Los guardacostas libios no tuvieron problema en mostrarme sus instalaciones y su manera de actuar que, muchos de ellos, reconocen que no es la correcta, pero el problema es que se sienten avalados por Europa. Dicho lo cual, lo impactante para mí fue viajar hasta Beni Walid, una ciudad  que tras la caída de Gadafi se ha convertido en un territorio sin ley donde se trafica con todo: con armas, con petróleo y con personas. Ninguno de los miembros de mi equipo quería ir y tuvimos una sensación de miedo constante mientras recabábamos el testimonio de los subsaharianos torturados en los centros de internamiento ilegales que hay allí. Pero, a pesar del miedo que pasamos, me dio por reflexionar sobre cómo es posible que habiendo llegado yo hasta allí ningún convoy de la ONU haya podido acceder al lugar para verificar la sistemática violación de los derechos humanos que lleva tiempo aconteciendo en esta ciudad.

 

¿Cómo justifica esa indiferencia por parte de las instituciones internacionales?

A mí me han llegado a decir de todo. Fuentes fidedignas me ha comentado que los jefes de las mafias son gente mucho más importante de lo que pensamos y que muchos de ellos están en Europa. Eso explicaría muchas cosas, comenzando por la inacción de las instituciones europeas para tirar del hilo. En Trípoli tuve acceso a una cárcel donde pude entrevistar a tres líderes de la mafia dedicada al tráfico de migrantes por el Mediterráneo, pero hablando con ellos la sensación que me dio es que se trataba de tres simples eslabones de una red mucho más compleja.

 

Hace apenas un año el tema de los inmigrantes ocupaba casi todas las portadas y hoy casi nadie se acuerda de ellos. ¿Tenemos una memoria demasiado frágil?

Es que es un tema que nos genera tanta incomodidad, que nos hace tanto daño, que al final tendemos a alejarlo de nuestras preocupaciones, como si no nos quisiéramos creer del todo que se trata de algo real, que está ahí y que está ocurriendo muy cerca de nosotros. Por eso fue tan importante la foto de Aylan, el niño ahogado, porque contribuyó a sacudir nuestras conciencias. Pero lo que debemos pensar es que todos los días hay un Aylan y, por mucho covid que haya, en nuestras costas siguen muriendo inmigrantes a pesar de que apenas oigamos ya hablar de ellos. No es que no esté pasando, sino que los medios ya no están ahí para contarlo.