Iker Fidalgo
Crítico de arte

Historias

De qué sirve contar historias? Las narraciones forman parte de nuestro aprendizaje. A partir de ellas somos capaces de ir entendiendo diferentes aspectos de la vida. Desde nuestra infancia, la manera que tenemos de aprender sobre comportamientos, situaciones o miedos, es a través de los relatos. Después, las novelas, las películas, el teatro e incluso la música, siguen manteniendo nuestra relación con lo narrativo. Este vínculo nos permite aumentar la capacidad de imaginar, verbo cuyo significado se refiere estrictamente a ‘formar una imagen mental’.

Esta imagen nos empuja a evocar otros mundos y otras vidas, en definitiva, nos da la oportunidad de ponernos en otros lugares y mirar por un instante a través de otro cristal. Es por eso por lo que las historias son necesarias. Nos hacen salir de nuestro espacio seguro. Nos acompañan asumiendo riesgos emocionales cuando entendemos que nuestra forma de ver la vida es tan solo una entre una multitud. Nos ayudan a darnos cuenta de que nada es objetivo y que todo se moldea según las experiencias de cada cual. Desde su lugar, el arte nos invita también a formar parte de él. Con sus propios códigos y diversidad de lenguajes, nos abre ventanas a otras ópticas y a universos que aunque ajenos, podemos acabar por hacerlos nuestros. De esta forma seguimos enfrentándonos a nuevos desafíos que nos van conformando como personas, pues es el camino para seguir manteniendo alerta nuestra propia mirada crítica.

A principios de enero, la artista Maider López (Donostia, 1975) inauguró en la Alhóndiga de Bilbo una muestra basada en su proyecto ‘Personaje’. La instalación consta de diferentes elementos que documentan una acción realizada en las calles de la ciudad entre el 12 de abril y el 16 de mayo de este mismo año. Más de 30 fotografías, dos piezas de vídeo y un plano sirven para documentar el recorrido que una mujer anónima realiza exactamente de la misma manera durante 30 días. En cada uno de ellos, su paseo recorre los mismo lugares, transitando las mismas aceras y sentándose en el mismo banco. En las fotografías, nuestra protagonista porta a la altura del pecho una planta de tallo alto de un color verde intenso, como un elemento que le diferencia del resto de personas que conforman el flujo de la ciudad. La repetición como toma de consciencia del espacio que se habita. El gesto artístico aparece en un segundo plano, aparentemente inactivo durante la rutina de su proceder. La vida y el arte se igualan para fundirse en una misma capa, conviviendo en un trajín de cruces, semáforos y ruido. La lógica de lo urbano domina los traslados y condiciona a la pareja que conforman la mujer y la planta. Nada es aparentemente reseñable en un acto tan simple como el desplazarse de un lugar a otro. Pero, entonces, el dispositivo del arte entra en juego. Es capaz de rescatar un instante y señalarlo. Asumir que, por volátil que sea, hay una carga política en el propio hecho de atravesar una ciudad una y otra vez, pues nos permite disparar reflexiones en torno al espacio público, la lógicas urbanísticas o los comportamientos sociales. La pregunta es si seríamos capaces de darnos cuenta de ello si la obra de arte no estuviera aquí para mostrarlo.

‘Loogbock’ (Cuaderno de bitácora) es el nombre de la exposición que la artista alemana afincada en París Katinka Bock (Alemania, 1976) presentó a finales de marzo en el Centro Museo de Arte Vasco Artium de Gasteiz. Podremos visitar la propuesta de Bock durante todo el verano, pues sus puertas permanecerán abiertas hasta el 12 de septiembre. La artista, gracias a una colaboración con la Factoría Marítima Vasca Albaola ubicada en Pasai San Pedro, compone una serie de piezas que utilizan el imaginario de los balleneros a través de varios elementos escultóricos. Esta cuestión que une inequívocamente una relación material con una identidad, se presenta de manera constante a lo largo de la exposición. Las propias obras crean una serie de interferencias de corte casi onírico en la disposición habitual de la sala. Atraviesan las paredes, dejan al descubierto las vigas de madera y proponen otros puntos de vista en el que encontramos diferentes pistas para muchos recorridos posibles. Todo parece ser concebido como una gran instalación en el que cada uno de los elementos conversa con el resto.