Mikel Insausti
Crítico cinematográfico

«Quién lo impide»

Echaba de menos el debate cinematográfico, porque la mayoría de películas de hoy en día, gusten más o gusten menos, no generan ninguna discusión y parece que todo se da ya por hecho, sentado y sabido. Jonás Trueba nos devuelve con ‘Quién lo impide’ (2021) la ilusión por el aprendizaje, por el descubrimiento, por la empatía que nos lleva a ponernos en el lugar de otras personas alejadas de nosotros, en este caso porque están viviendo la adolescencia y quien esto escribe atraviesa, eufemísticamente hablando, lo que llaman la madurez.

Trueba y su muchachada parten de la idea, muy cierta, de que la adolescencia es una etapa de la vida, y de ahí que sus ideas o revoluciones nunca lleguen a consolidarse, porque enseguida te haces mayor y toca ir aceptando una serie de responsabilidades que te van minando una libertad que es más imaginaria que otra cosa. Entonces, si aceptamos la premisa de que esta juventud no tiene por qué ser distinta de la que fuimos o de las que vendrán, los prejuicios frente a las nuevas generaciones, sus modas o sus actitudes deberían desaparecer. El hecho de que su relación con las nuevas tecnologías desde la más tierna infancia les haga socializar de otra manera, en principio no les hace peores ni mejores, si acaso, diferentes.

No es hacer demagogia el afirmar una vez más que este tipo de experimentos didácticos y sociológicos han de ser divulgados en las escuelas, los institutos y las universidades. No quiero decir con esto que un festival de cine no sea su sitio pero, si realmente hay intención de querer cambiar las cosas desde el impulso generacional, creo que no debería haberse presentado a concurso en Donostia. La competición en el cine, en el arte, es algo caduco y antinatural que mejor ir erradicando. La crítica especializada veía en ‘Quién lo impide’ a la favorita para ganar la Concha de Oro, que este año se dirimía dentro de la coyuntura pujante del feminismo, por lo que se ha quedado con el premio crítico Feroz, mientras el Jurado de la Sección Oficial aplicaba la corrección política al otorgarle un premio coral de consolación al Mejor Reparto.

La teoría dice que las grandes películas son merecedoras de grandes premios, pero de nuevo no es más que eso, pura teoría. Porque el último trabajo de Jonás Trueba sería en todo caso una pequeña gran película, que no es lo mismo. Sabido es que el cineasta madrileño se mueve en la independencia, y que también con presupuestos exiguos se pueden proponer obras gigantescas, y no lo digo solo por las cuatro horas de duración, sino por la cantidad de temas que quiere abarcar dentro de un combinado de cine documental y ficción ciertamente ambicioso como propuesta total.

Pero que nadie se lleve a engaño, ya que pretender que una película, por muy extensa y orientativa que sea, refleje la realidad de la juventud actual, es una quimera. Lo importante es que un grupo de chicos y chicas toman la palabra, hablando libre y sinceramente para romper de una vez por todas los estereotipos con que se les presenta, tanto en las ficciones como en los noticieros.

Pero en el universo de Jonás, hijo de Fernando Trueba y Cristina Huete, además de sobrino de David Trueba, la cinefilia y la influencia de la nouvelle vague pueden más que ninguna otra corriente realista o documental. Y como docente lo que hace es contagiar su pasión por el cine a sus colegas de menos edad, que empezaron en el proyecto siendo quinceañeros y quinceañeras y han acabado alcanzando la mayoría de edad. Por eso su vocación, al margen de sus planes de futuro, se ha reorientado al final hacia el audiovisual.

Antes de llegar al largometraje definitivo, dividido en tres actos con un par de interludios o descansos, ya se habían ido presentando piezas sueltas en el festival de Sevilla, en la Cineteca de Madrid o en Tabakalera. El origen estaba en ‘La reconquista’ (2016), que acababa con la canción del recordado Rafa Berrio que ahora da título y engloba a todo el proyecto.