Iker Fidalgo
Crítico de arte

Arqueología

La arqueología es una ciencia que, a través de las evidencias y los restos, estudia el comportamiento de las sociedades y de todo lo que nos precede. Son varias las herramientas analíticas que pone a disposición de tales descubrimientos y es, en definitiva, la construcción de un relato que permita explicarnos los caminos que hemos tomado hasta llegar a lo que hoy somos. Podemos tomarnos la licencia de comparar esta disciplina con algunos de los aspectos más reseñables de la creación artística. Puesto que el arte tiene la condición de pertenecer a su tiempo, pero a la vez trascender a lo largo de los años, muchas creaciones sirven como testigos de sucesos, formas de expresión o legados de generaciones anteriores. La obra se activa con cada mirada y las lecturas se dan desde diferentes puntos, según el momento y el lugar. Es por eso que en nuestra relación con el arte encontramos una conexión con el pasado de nuestros contextos.

Destellos de cuestiones que en un momento dado las manos de una artista decidieron abordar y que hoy nos llegan como una narración que es fiel tanto al tiempo en el que se hizo como al tiempo en el que se lee. El arte es a veces un poso que mantiene viva una memoria. Capaz de hacer vigente aquello que parece olvidado pero que, sin embargo, es necesario no enterrar.

Dentro del programa ‘La obra invitada’ del Museo de Bellas Artes de Bilbo, el pasado 16 de noviembre se presentaron por primera vez desde 1925 dos cuadros íntimamente ligados entre sí. Hasta marzo del año que viene, las dos obras firmadas por los hermanos José Arrue (Bilbo, 1885-Laudio, 1977) y Ramiro Arrue (Bilbo, 1892-Donibane Lohizune, 1971) tituladas ‘Baserritarrak’ y ‘Fandango’, respectivamente, habitarán juntas la sala 33 de la pinacoteca de la capital vizcaina. El origen de estas piezas se remonta a la “Exposition Internationale des Arts Décoratifs et Industriels Modernes de París de 1925” y el encargo que se les realizó a los hermanos para que formaran parte del ‘Stand Basque’ que representó a la cultura de Ipar Euskal Herria en este evento. Ambas telas evocan escenas costumbristas e incluyen en ellas los códigos habituales de este tipo de representaciones. La imagen de un momento en el que suceden diferentes acciones típicas de un entorno y una identidad cultural.

El formato horizontal nos permite enfrentarnos a dos composiciones panorámicas de tres metros cada una, proponiendo así dos obras de gran tamaño que, sin duda, la posibilidad de verlas juntas suma en espectacularidad. A pesar de que ambas recrean entornos muy similares, se nota la diferente factura de cada autor. Mientras ‘Baserritarrak’ propone un trazo más definido y unos contornos más delimitados, lo que le acerca a un lenguaje de la ilustración, ‘Fandango’ se disipa más en la propia materialidad del óleo y con unos rostros más toscos. A pesar de ello, la pieza de Ramiro transmite una atmósfera algo más gris, lo que le da un aporte expresivo menos plano que en el caso de su hermano. Sin salir del museo bilbaino, y también hasta marzo, se podrá visitar la pintura realizada por Agustín Ibarrola (Basauri, 1930) titulada ‘Guernica’. Realizada en el año 1977, fue un homenaje al original de Picasso y una versión adquirida por el patronato del Museo en la pasada feria ARCO.

El propio Ibarrola inauguró en mayo la exposición ‘Ibarrola en la ría, agua, hierro, fuego y aire’ en el Itsasmuseum de Bilbo, que podrá visitarse hasta el 31 de enero. Obras realizadas en gran formato y una veintena de dibujos protagonizados por los paisajes industriales surgidos alrededor de la ría. Las piezas fueron realizadas en los años 70 y hablan, desde el reconocible estilo del autor, de un legado que ha condicionado el devenir del entorno y de sus habitantes.