«Cuando compongo, asisto a una muerte de mí mismo, y en el suceso del recorrido de esta composición por el mundo debe tener lugar una segunda muerte: la de la obra como propiedad mía». Estas palabras llevan la firma de John Cage, un músico, pintor y compositor estadounidense que impactó de forma decisiva en la vanguardia de su tiempo.
Estudió con los compositores Henry Cowell y Adolph Weiss, así como con el austriaco Arnold Schönberg. Por influencia del zen, Cage utilizó a menudo en sus partituras los silencios como un elemento más del lenguaje musical, otorgando a los sonidos una entidad dependiente del tiempo.
Fruto de este riesgo surgió una gran polémica en torno a piezas que, como en el caso de la titulada ‘4'33"’, sigue siendo considerada por unos como una genialidad y por otros como una broma pesada. Ello no ha impedido que dicha pieza, que compuso en 1952 y a la que Cage acuñó el concepto de música no-intencional, sea una de las más visitadas en YouTube.
En la década de los años 30, comenzó a demostrar en sus primeros trabajos un talento inusual para el diseño de ritmos imposibles y aptitudes especiales para la invención de sistemas como el de veinticinco tonos.
Usó asimismo distorsiones para sus instrumentos e inventó el piano preparado, al cual le insertó en el encordado una serie de elementos que dotaban al instrumento de un amplio abanico de nuevas de posibilidades sonoras.
Sonidos, silencios y palabras
Cumplidos 110 años de su nacimiento y 30 de su muerte, la editorial Caja Negra ha publicado un interesante ‘mapa’ de interioridades relativas a este insurgente de las notas y compases que lleva por título ‘Escribir en el agua’.
Una extensa selección de las cartas escritas por John Cage de 1930 a 1992, que abre las puertas a una aventura de expansión de lo experimentable: al ruido, al cuerpo, al silencio, al espacio, al más allá de la sintaxis, a la mezcla de los lenguajes.
Un acercamiento casi involuntario y discontinuo a un personaje esquivo y que en sus carta explica su visión en torno al problema de la tecnología, la globalización económica y cultural, el encorsetamiento sexual, las relaciones entre distintas mentalidades –oriental, europea, norteamericana–, la alimentación, la comunidad y la crítica del sujeto moderno y del antropocentrismo.
A todo ello también se suma una visión más terrenal del compositor, su sensibilidad y sus dificultades económicas que compartió con otras personalidades de su tiempo como Morton Feldman, Merce Cunningham, Pierre Boulez, Peter Yates, Marshall McLuhan, Christian Wolff y David Tudor.
En una de sus cartas recopiladas, Cage escribió: «Necesitamos un nuevo lenguaje que pueda ser experimentado por todos los seres humanos en forma inmediata y que al mismo tiempo les otorgue a los animales, a las plantas, al aire, al agua y a la tierra un lugar equivalente en la creación. Los ideogramas chinos lo hacían, antiguamente. Necesitamos ideogramas que hagan eso ahora».
En otra, dirigida a nadie en concreto, señaló: «A ti, quienquiera que seas. Aunque me opongo al gobierno y a las instituciones, formo parte del American Music Center y pago mis impuestos, pese a que Henry David Thoreau, cuyas ideas por lo demás sigo, no lo hacía. Quiero decir que él no pagaba sus impuestos y por eso fue puesto en prisión. Emerson le preguntó: ‘¿Qué estás haciendo ahí?’. Su respuesta fue: ‘¿Qué estás haciendo tú ahí afuera?’».