Mariona Borrull

Olivia Wilde y el Festival de Venecia: mucho drama fuera de la pantalla

‘Don’t Worry Darling’ no es ni la mitad de jugosa que los conflictos que lleva detrás, Martin McDonagh saca músculo con ‘The Banshees of Inisherin’ y ‘Love Life’ nos enamora con una historia compleja sobre el duelo. Esta es la crónica de la sexta jornada del Festival de Cine de Venecia.

La actriz y directora Olivia Wilde, en la alfombra roja. Su segundo trabajo ha traído cola.
La actriz y directora Olivia Wilde, en la alfombra roja. Su segundo trabajo ha traído cola. (Andreas SOLARO | AFP)

La cadena de escándalos que llevan anticipando el estreno este lunes de la gran película del día, ‘Don’t Worry Darling’, ha sido suficiente motivo para que, desde la sala de prensa, la suntuosa moqueta delante de la Sala Grande se vea de un granate color sangre. En resumidas cuentas, los últimos días han estado marcados por las pullas a Olivia Wilde, directora, a quien se ha acusado de favoritismo, de brecha salarial y de trato denigratorio hacia Florence Pugh y Shia LaBeouf. El resultado de la pelotera ha sido una sombra sobre la reputación de Wilde, la ausencia de Pugh en la rueda de prensa y una atención mediática desmesurada para la cinta. Sobre la película, ¿lo vale?

La respuesta es que no, no mucho. Wilde se aleja de su debut, la magnífica comedia adolescente ‘Súper empollonas’ (2019), para apostar fuerte en el campo del thriller psicológico de subgénero «desmontando la falsa felicidad del sueño americano de antaño».

Florence Pugh vive como Alice, una joven ama de casa cuyo marido (Harry Styles, ni más ni menos) la satisface personal, económica y sexualmente. La existencia idílica de Alice se verá comprometida por unas siniestras alucinaciones que, sin salirse nunca de los cómodos caminos de la ciencia-ficción paranoica, la llevarán a cuestionar la realidad de su propio pueblo, fundado por un CEO de dientes blancos y peinado inmejorable (Chris Pine). Sin embargo, la protesta que Wilde organiza, con su particular Neo por cabecilla, queda lejos de terrenos arriesgados: la cinta no ofrece alternativas al sistema y ondea el estandarte de un feminismo blanco, servil e inocuo. La claca mediática ha anticipado una película perfectamente prescindible.

La nueva de McDonagh

La seguía otra buena historia de litigios. ‘The Banshees of Inisherin’, la nueva de Martin McDonagh (‘Tres anuncios en las afueras’), compra todos los números al Oscar a Mejor Guion y Actores, tan resultones como es habitual en la filmografía del británico. McDonagh apaña un rifirrafe entre dos amigos de toda la vida en un pequeño pueblo de la costa oeste de Irlanda. De un día para otro, Colm (Brendan Gleeson), un hombre con ambiciones en el mundo de la música folk, decide cortar su relación con Pádraic (Colin Farrell), con menos luces pero de buen tratar. Pádraic se niega a aceptar el rechazo frontal de su colega y lo persigue, a pesar de la insistencia de su hermana Siobhán (Kerry Condon) y del joven alborotador Dominic (Barry Keoghan, eterno ‘rarito del pueblo’).

Quien conozca a McDonagh sabrá que las consecuencias de su empeño bienintencionado solo pueden acarrear una sucesión de consecuencias macabras. Dejando de lado el brillo de un guion repleto de giros y discursos emotivos, que la sala ha aplaudido debidamente, destaca un Colin Farrell de ademanes tan idiotas como simpáticos, un campo de pruebas sobre el que determinar si nuestro niño interior es, en realidad, un genio humanista o un idealista desgraciado.

Una perla asiática

Mucho menos aplaudida ha sido la tercera competidora en Sección Oficial, una perla asiática a reivindicar. Koji Fukada, nunca estrenado en el Estado español, escribe y dirige una película que avanza en consonancia con las grandes obras del melodrama japonés contemporáneo, con Ryûsuke Hamaguchi (‘Drive My Car’) como referente directo.

Fukada toma un auténtico reto por partida: dibujar el proceso de duelo de una madre (Fumino Kimura) tras el incidente que acaba con la vida de su hijo, aún pequeño. La dirección de Fukada tiene la suficiente inteligencia para aportar, a un retrato doloroso, formas e imágenes venidas desde todas partes, ya sea la contemplación del cine de Yasujiro Ozu, la comedia negra de las películas de Roy Andersson o el culebrón. Será su particular forma de complejizar el camino hacia la aceptación, un recorrido tiene tanto de dejar ir como de guardar y de cuidar.