El ciclo de Música de Cámara de la Quincena comenzó la noche del domingo con lo que perfectamente podría haber sido la traca final o, al menos, el concierto central del ciclo, presentando un nombre de mucho peso en su repertorio más icónico y atractivo: el reconocido pianista Luis Fernando Pérez interpretando íntegra la ‘Suite Iberia’ de Isaac Albéniz, uno de los exponentes de la música pianística de todos los tiempos tocada por quien ya realizó de ella una grabación referencial, por la cual recibió la medalla Albéniz.
Formada por cuatro cuadernos de tres piezas cada uno, la ‘Suite Iberia’ bien podría haberse llamado ‘Suite Andaluza’ ya que, salvo la pieza dedicada al madrileño barrio de Lavapiés, todas las demás dibujan diferentes paisajes de Cádiz, Sevilla, Málaga, Almería o Granada, con una estructura común de melodías populares deconstruidas, con un acompañamiento denso y a veces complejo que desemboca en una parte central más arrebatada, y que sirven para evocar un recuerdo, un aire, una sensación que plasme ese paisaje sonoro, con un lenguaje cercano al impresionismo.
El pianista madrileño comenzó la primera de las doce piezas, ‘Evocación’, con cuidado, contenido, como quien camina de puntillas, con un acompañamiento nebuloso que da esa sensación de ensueño e irrealidad que tan acorde va con el título; pero la fuerza con la que hizo sonar la melodía del fandanguillo apuntaba a una interpretación más visceral que cerebral, cargada de energía, como efectivamente se vería a lo largo de la suite.
Tras la algarabía bulliciosa de ‘El Puerto’, la suite puso su primer examen con ‘El Corpus Christi en Sevilla’, la pieza más larga y exigente del Primer Cuaderno, donde se pudo apreciar la trabajada técnica de Pérez y el dominio de la complicada partitura. La densa escritura de esta pieza tuvo que ser sostenida con algo más de pedal de lo deseable, pero la expresividad y la intensidad interpretativa se impusieron a un acompañamiento algo emborronado.
El Segundo Cuaderno comenzó con la rítmica petenera de ‘Rondeña’, a la que Pérez acompañó de un precioso manejo de las dinámicas, añadiendo y quitando tensión para que la música nunca perdiese interés, entrando y saliendo de la ensoñación en una espiral de melodías, como en la segunda pieza, ‘Almería’, en la que las tonadas populares –una constante en la obra– enganchan con el imaginario colectivo. Aquí el acompañamiento, más transparente y liviano, permitió un cierto relajo en la pedalización, que ya empezaba a pesar, antes de acometer ‘Triana’, con su conocida seguiriya, repleta de danza y duende, donde los giros de la melodía casi dejan ver el revoleo de los volantes de la bata de flamenca.
Tras una necesaria pausa técnica, el pianista retomó el Tercer Cuaderno con el mismo vigoroso ímpetu en el ‘granaíno’ barrio de El Albaicín. Ritmo, sentimiento y lirismo, aunque faltó hilazón. Del mismo modo, ‘El Polo’ acumula intensidad, vestido de unos rubatos elegantes y muy bien acomodados a los acentos folklóricos de la pieza, aunque a algunos pasajes les faltó limpieza en la digitación, tal vez por el esfuerzo acumulado de la obra. La tercera parte terminó con ‘Lavapiés’, la única pieza inspirada fuera de Andalucía, en la que evoca claramente en el registro agudo del piano el castizo organillo a ritmo de chotis.
El Cuarto Cuaderno, con ‘Málaga’, ‘Jerez’ y la sevillana ‘Eritaña’, fue un prolongado crescendo en ritmo, pasión y exigencia, en el que, si bien Luis Fernando Pérez salió airoso –por no decir victorioso–, este clímax arrebatado le hizo perder parte de la limpieza tanto en la articulación como en el pedal, aunque quedó totalmente eclipsado por el derroche sonoro del pianismo de Pérez, que hizo un extraordinario trabajo; toda una carrera de fondo con un repertorio exigentísimo tanto física como intelectualmente, en un colosal ejercicio de concentración y abstracción que el público agradeció calurosamente.

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