Matanza de alauíes, éxodo a Líbano y cambios en Damasco
Las masacres contra la población alauí en la costa occidental de Siria han tenido numerosas consecuencias: mientras miles de personas traumatizadas huyeron al vecino Líbano, el nuevo hombre fuerte de Damasco, hace malabarismos para intentar tranquilizar a la población y a la comunidad internacional.

Una tras otra, aparecen en el horizonte familias enteras. Cargando en brazos algunas pertenencias personales empaquetadas apresuradamente, cruzan a pie un brazo del río Nahr el-Kebir, que marca la frontera natural entre el territorio sirio y la región libanesa de Akkar; apostados a apenas unos cientos de metros, los soldados libaneses desvían la mirada. Ali, de 70 años, es uno de esos nuevos exiliados que decidieron abandonar Siria tras las masacres perpetradas por grupos afiliados a las fuerzas gubernamentales, que atacaron a la comunidad alauí (1.225 civiles asesinados, según la Organización Siria de Derechos Humanos, OSDH) entre el 6 y el 9 de marzo pasado.
Agotado, acaba de cruzar el arroyo, subido a lomos de un miembro de su familia. «Lo hemos perdido todo, pero gracias a Dios estamos vivos. Estos últimos días han sido aterradores, los peores de nuestras vidas», explica con voz trémula.
«Disparaban a todo lo que se movía»
A su alrededor, decenas de personas (hombres, mujeres, menores, muchos originarios de la ciudad de Tartus) dicen haber regresado del infierno. Uno de ellos, que se niega a dar su nombre por temor a represalias, explica: «Los combatientes de Hayat Tahrir al-Sham y de otros grupos llegaron, ebrios de violencia, y dispararon a todo lo que se movía. Entraban en las casas y asesinaban a sangre fría».
Coge su teléfono y muestra una fotografía en la que se ve el cuerpo de un adolescente sobre en un charco de sangre: «No pude hacer nada, murió ante mis ojos, tuve que esperar varias horas antes de poder salir de mi escondite, me habrían matado a mí también».
A su lado, tres hombres agarran sus móviles y reproducen vídeos, cada cual más perturbador. «¡Mira! Mutilan un cadáver con un cuchillo. ¡Son peores que el Daesh!», exclama, afirmando que desconoce si estos milicianos estaban vinculados a las fuerzas gubernamentales o a facciones del Ejército Nacional Sirio (ENS).
Una mujer, que también ha pedido permanecer en el anonimato, menciona que unos soldados encapuchados fueron varias veces a su casa y profirieron amenazas de carácter sexual: «Buscaban armas, dijeron que volverían al día siguiente y que me preparara si no las encontraban».
Sentada en un terraplén a pocos metros, otra mujer de 89 años recupera el aliento. A su lado, su hija y su nieta temen por sus seres queridos que aún siguen en Siria. «Si hablamos y nos identifican, tal vez los maten», justifican. «Confiamos en Al-Sharaa, que decía que estaríamos protegidos. No debimos haberlo hecho. La última imagen que me llevo de mi país son calles llenas de cadáveres», lamentan.
Lo que siguió fue una huida de varios días para estas familias, que se llevaron lo que pudieron: «Era imposible tomar cualquier carretera, había combatientes por todas partes dispuestos a matarnos. Cruzamos campos durante decenas de kilómetros. Tardé tres días en llegar aquí, tuve que parar para esconderme varias veces», afirma Ahmed, de 56 años de edad.
«Sin vínculos con las fuerzas leales»
21.000 alauíes habrían entrado clandestinamente en territorio libanés desde el inicio de las matanzas. Cientos de ellos han encontrado refugio en Masaoudiyeh, una aldea situada a tiro de piedra de la frontera y poblada en su mayoría por alauíes libaneses. Sus calles están abarrotadas: mientras algunos desplazados son acogidos por sus habitantes, decenas más se amontonan en la escuela del pueblo. Cerca de allí, en algunas calles, el retrato de Bashar al-Assad todavía se muestra en las paredes.
En el interior del centro escolar, las personas entrevistadas aseguran no tener ningún vínculo con los partidarios del régimen que encendieron las primeras mechas el 6 de marzo por la noche, lanzando una amplia ofensiva en la costa siria. «Las personas que conocíamos y que estaban en el Ejército entregaron sus armas. HTS les garantizó que no les harían daño y, a pesar de eso, algunos fueron asesinados», explica Mahmoud, un campesino de unos 50 años.
Ali Abbas «no aprueba» el levantamiento de las fuerzas leales al presidente derrocado, que ha llevado a este repentino estallido de violencia. A su alrededor, el tono sube, el malestar es palpable. Hassan, de 27 años, interviene: «Estoy en contra de la violencia, pero los ataques de estos grupos fueron una reacción a los malos tratos infligidos a los alauíes por HTS, nada más».
A su lado, Zouhair Fakkar Mohamed Ali, se muestra más vengativo y, a pesar de las evidencias, intenta relativizar los vínculos de los asaltantes pro régimen con este último: «Querían protegernos de la violencia y el saqueo, no busquéis más». El nerviosismo se palpa en el ambiente.
Inevitablemente, entre los desplazados alauíes hay miembros de las fuerzas de seguridad del régimen de Al-Assad. Algunos muestran viejas heridas, sin poder explicar su origen. «El servicio militar era obligatorio, todo el mundo tenía que ir al Ejército. Les garantizo que no sabemos quiénes son las personas que atacaron en nombre de Al-Assad. Nos han puesto a todos en peligro», afirma un hombre de unos 40 años.
Tras un largo silencio, y al abrigo de las miradas, Ali Abbas prosigue: «No es justo que se nos tache a todos de partidarios de Bashar al-Assad, aunque algunos lo hayan apoyado. Lo que es seguro es que hay que romper la espiral de violencia y venganza, pero me temo que eso no ocurrirá de la noche a la mañana».
Y es difícil no darle la razón. Estos días, los ataques continúan en las antiguas fortalezas pro-Assad. Ocurrió así en los alrededores de la ciudad de Qardaha, donde campos, cultivos y olivares han sido incendiados, según testigos, por grupos proturcos vinculados al Ejército Nacional Sirio.
La información ha sido confirmada por organizaciones de derechos humanos, quienes destacan, además, la participación en la destrucción y las recientes masacres de ilustres combatientes como Abu Amsha y Saif Abu Bakr, que durante mucho tiempo han actuado en el norte contra los kurdos.
Consecuencias
La comisión de justicia creada por Ahmed al-Sharah para investigar estos crímenes no parece convencer a los refugiados en Líbano para regresar a sus tierras. «Hemos visto sus rostros. Sabemos quiénes son, son antiguos miembros de Jabhat al-Nusra, la antigua facción de Al Qaeda en Siria. Hoy en día, les da igual lo que diga el nuevo líder de Siria. Son animales humanos que no buscan una buena imagen y ayudar a Siria a reconstruirse. Tienen sed de venganza, y Hayat Tahrir al-Sham no conseguirá controlarlos. Todo esto era previsible, no estamos preparados para vivir en paz», dice Ali Ahmed Ouach.
A pesar de estas promesas de justicia avanzadas por al-Sharaa, según la Organización Siria de Derechos Humanos, las ejecuciones sumarias y los actos de venganza siguen ocurriendo regularmente en la costa occidental de Siria, abusos que ponen en evidencia las enormes dificultades a las que se enfrenta el nuevo hombre fuerte de Damasco. Si bien ha proclamado la disolución de todos los grupos armados constituidos durante la guerra civil, muchos de ellos aún conservan autonomía estratégica.
Pero lo cierto es que todos estos crímenes han tenido un papel determinante en las recientes decisiones del Gobierno de transición sirio, que, unos días después, logró llegar a un acuerdo con las Fuerzas Democráticas Sirias, brazo armado de la Administración Autónoma dominada por los kurdos en el tercio noreste del país.
Gobierno transitorio
Otra consecuencia, por lo menos destacable, es el perfil de los 22 miembros del primer Ejecutivo de transición nombrados el 29 de marzo. Ahmed al-Sharaa parece haber querido contentar, además de a las potencias occidentales que exigían una amplia inclusión étnica y religiosa con vistas al levantamiento de las sanciones, a todos los componentes de la sociedad siria. Un deseo de apaciguamiento, incluso dirigido a los partidarios del antiguo régimen, con tres nombramientos de ministros que ya habían tenido responsabilidades bajo el Gobierno de Bashar al-Assad y que heredan los ministerios de Economía, Finanzas y Transporte.
¿Será suficiente para pacificar el país? Es difícil de imaginar, ya que Siria está profundamente marcada por más de medio siglo de una sanguinaria dictadura, y por una interminable y no menos sangrienta guerra civil en la que la masacre de los alauitas ha añadido una nueva página negra a su historia.

‘La Revuelta’ astindu du Zetak-en ikuskizunak... eta Euskararen Nazioarteko Egunean

Desalojado el instituto de Martutene, el Ayuntamiento solo realoja a la mitad en La Sirena

Solicitan inhabilitación y prisión para los policías acusados de agredir a un menor en Gasteiz

Euskal Herriko Osborneren azken zezena lurrera bota du Ernaik

