
Un festín: la sala Debussy, reconocidamente la preferida de Jean-Luc Godard, estallando en una carcajada sonora cuando el ficticio Godard de Guillaume Marbeck resopla, quejándose por no haber sido invitado al festival de Cannes. La energía que se ha vivido en el pase de prensa de ‘Nouvelle Vague’ probaba, como pasa en raras ocasiones, qué tanto une y abraza la cultura cinéfila. Ojalá puedan disfrutarla en un festival de cine. Y es que el viaje detrás de las cámaras de ‘Al final de la escapada’ es un canto hecho por y de amor al cine; igual que el debut de Godard se amasó a base de fe absoluta en el proceso de filmar, con una pizca de ego (encantadora, que no empalagosa) y sin miramiento alguno por el qué-dirán.
La película de Linklater es exactamente lo que promete: una recreación espitada de los procesos aberrantísimos y del todo anti-industriales que gestaron la que prometía ser una mancha en el currículum de Jean Seberg y Jean-Paul Belmondo. Pero negando cualquier arco dramático, el guion de Holly Gent y Vince Palmo se dedica a recopilar todo aquello que hacía de la Nueva Ola francesa un movimiento a atesorar. Desde los sarpullidos filosojuguetones de Godard (citas y citas, y citas de citas) a una puesta en escena, la propia de Linklater, que también anda algo excitada o inexacta, y que se permite salidas de puro amateurismo (de “amar”)… Como devolver a la vida, en un escaparate de cameos repartido por todo el metraje, a los rostros más icónicos del cine de la época: ver a Agnès Varda y Jacques Demy, y poder descubrir que nos faltan cromos por coleccionar (¡bastantes mujeres!) es un placer, nada culpable, al que volveremos con goce cinéfilo.
‘The Brutalist’, pero con burócratas
El Arco de La Defensa, el cubo sin fondo siempre presente en la vida del pueblo parisino. Presente, ¿pero importante? Bonito, útil, político, sí. Pero quizás sólo importara de veras al “desconocido del gran arco”, su arquitecto, al que dieron el apodo por ganar el concurso del proyecto sin currículo o cargo alguno. De la narración de Laurence Cossé sobre las negociaciones que mantuvo susodicho Don Nadie, de nombre Otto von Spreckelsen (el delicioso Claes Bang), con el Estado francés, Stéphane Demoustier (‘Borgo’, ‘La chica del brazalete’) ha hecho una película tan popular, pulida y perfectamente equilibrada como, se suponía, debía ser el Arco.
A la contención de Bang (quien con un sólo arqueo de cejas ya coloca a su diplomático arquitecto a medio camino entre la claridad y el despropósito), se le suma un elenco escogido con privilegio: Swann Arlaud (el abogado de ‘Anatomía de una caída’) es el escudero pragmático para este Quijote que no escucha y Xavier Dolan se encarga de las negociaciones con el poder, marcadas por una comedia soterradísima y plenamente confiada en el diálogo. Y para Sidse Babett Knudsen (‘Borgen’), esposa ficticia del arquitecto, la clave del conflicto humano tras el gigante de cemento, que no es otra que la renuncia a los planes de uno.
Jennifer Lawrence ríe para no llorar en ‘Die My Love’
Bajo la batuta de Lynne Ramsey y la producción de Martin Scorsese, ‘Die My Love’ es un festín cómico negrísimo que saca a relucir las tripas calientes y ensangrentadas de una mujer desquiciada, abandonada por su aniñado marido (Robert Pattinson) con un perro que no para de ladrar, un bebé que la vuelve madre irremediable y todo el deseo que el hombre simplemente no le da.
Ramsey, Palma de Oro por ‘Tenemos que hablar de Kevin’ recoge la novela homónima de Ariana Harwicz y resigue el proceso de liberación de Grace (Lawrence) con imágenes de buscada ambivalencia, tridimensionalidad (hay un tremendo trabajo con la música y las calidades del sonido) y sin miedo al simbolismo, a las que contrasta y devuelve a tierra el grandísimo trabajo del tándem protagonista.
Jennifer Lawrence gatea, gruñe y convulsiona, y luego encapsula toda la incredulidad del malestar cotidiano en una respuesta servida con genio, incluso muy graciosa. Mientras, Robert Pattinson saca a la bestia de ‘El faro’ para su padre castrador. Reconozcamos el brío de esta excelente variación sobre la mitología fantástica materna, por mucho que se embale en sus últimos compases.

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