Periodista / Kazetaria

Japón, en la vanguardia del colapso demográfico asiático

El número anual de nacimientos en Japón cayó el año pasado por debajo del umbral de los 700.000 por primera vez. En 2024, nacieron 686.061 bebés, lo que supone una caída del 5,7% respecto a 2023 y marca la cifra más baja desde 1899, año en que comenzaron a contabilizarse oficialmente.

La caída en la tasa de natalidad se ha producido quince años antes de lo previsto.
La caída en la tasa de natalidad se ha producido quince años antes de lo previsto. (Stanislav KOGIKU / APA-PictureDesk / APA-PictureDesk via AFP)

La caída en la tasa de natalidad se ha producido quince años antes de lo previsto por el Instituto Nacional de Investigación sobre la Población y la Seguridad Social. De mantenerse la tendencia actual, Japón pasará de 124 millones de habitantes a solo 87 millones en 2070. Para entonces, el 40% de la población tendrá más de 65 años, configurando una sociedad envejecida sin precedentes, con efectos devastadores sobre la economía, el sistema de bienestar y la estabilidad social.

El primer ministro Shigeru Ishiba habla de «emergencia silenciosa». El temor no solo está ligado a la caída de nacimientos, sino a su impacto en ámbitos como el mercado laboral, la sostenibilidad de las pensiones y, en un plano más geopolítico, la capacidad del país para mantener su seguridad frente a amenazas externas, como las que representan China o Corea del Norte. El propio Ejecutivo ha empezado a vincular el envejecimiento con la defensa nacional, en un giro que preocupa a algunos sectores sociales y políticos.

El Gobierno ha anunciado una batería de medidas destinadas a fomentar la natalidad: extensión de las ayudas económicas por hijo, gratuidad en la educación secundaria, y un plan que garantiza el 100% del salario neto para las parejas que tomen la baja de maternidad y paternidad de forma simultánea. Sin embargo, estos esfuerzos, centrados en familias ya establecidas, apenas han tenido impacto real en los hábitos de la población.

LA RAÍZ DEL PROBLEMA: PRECARIEDAD Y PATRIARCADO

El diagnóstico de fondo revela un país atrapado entre una estructura laboral rígida, un machismo institucional persistente y un creciente sentimiento de desencanto entre los jóvenes. Las mujeres japonesas siguen siendo las grandes perjudicadas: enfrentan una cultura corporativa hostil a la maternidad, falta de conciliación real y una presión social que las relega a un rol tradicional que muchas ya no aceptan.

En Japón, la mayoría de los nacimientos tienen lugar dentro del matrimonio, y las cifras de bodas también muestran una tendencia preocupante. Aunque en 2024 se registraron 485.063 matrimonios, la trayectoria descendente iniciada en los años 70 no se ha revertido. Una encuesta de la Fundación Nippon reveló que solo el 16,5% de los jóvenes entre 17 y 19 años creen que llegarán a casarse, aunque muchos expresan el deseo de hacerlo. Los motivos: inseguridad laboral, bajos salarios, alto coste de vida y un modelo de vida familiar que se percibe como incompatible con la autonomía personal. Además, Japón obliga legalmente a los matrimonios a adoptar un único apellido. Este tipo de normativas refuerzan la percepción de una sociedad donde las expectativas sobre la mujer siguen ancladas en el pasado.

El colapso demográfico no es una abstracción estadística. En las zonas rurales, miles de pueblos están desapareciendo por falta de menores: las escuelas cierran, los servicios se reducen y los ancianos viven aislados. En las grandes ciudades, jóvenes sobrecargados de trabajo, sin estabilidad y sin expectativas de futuro, aplazan indefinidamente la posibilidad de formar una familia.

Paradójicamente, el Gobierno ha centrado buena parte de sus políticas en quienes ya están casados o tienen hijos, ignorando completamente a quienes ni siquiera han dado ese paso. La falta de conexión entre las prioridades del Ejecutivo y las necesidades reales de las nuevas generaciones es, según los expertos, uno de los mayores obstáculos para revertir la situación. Lo que hoy sucede en Japón podría ser un anticipo de lo que vivirán países como Corea del Sur y Taiwan, que ya ostentan las tasas de fertilidad más bajas del mundo junto a otros países europeos. Pero Japón es el primero en entrar de lleno en el túnel de una crisis demográfica estructural, con efectos ya visibles.

Admirado por su longevidad y su desarrollo tecnológico, se enfrenta ahora a su desafío más complejo: evitar que el progreso económico conviva con el colapso social.

El espejo japonés interpela a todo el Norte global: ¿Puede sostenerse un sistema que no ofrece futuro a sus jóvenes, que penaliza a las mujeres que quieren ser madres y que sacrifica la vida en comunidad por una productividad cada vez más estéril?