Crítico musical / Musika kritikaria

Cuando el compositor se pone a dirigir

Lugar y fecha: Donostia, Auditorio Kursaal. 27/08/2025 Intérpretes: Orquesta de la Ópera Nacional de París. Kirill Gerstein, piano. Dirección: Thomas Adès.  Programa: ‘Le tombeau de Couperin’, ‘Concierto para la mano izquierda’ y ‘La valse’ de Maurice Ravel. ‘Concierto para piano’ de Thomas Adès.

Orquesta de la Ópera Nacional de París, dirigido por Thomas Adès.
Orquesta de la Ópera Nacional de París, dirigido por Thomas Adès. (Andoni Canellada | FOKU)

La Orquesta de la Ópera de París interpretando a Ravel era una combinación que tenía todos los visos de ser infalible, y así se demostró en su actuación en el Kursaal antes de proseguir esta tarde al Festival Ravel de Biarritz. El color, el fraseo, la perfecta afinación que caracteriza a las orquestas francesas, así como cierta inefable languidez en la expresión que sienta como anillo al dedo a la música del compositor vasco… La orquesta parisina guarda en su seno todos los ingredientes para hacer el mejor Ravel posible, y Thomas Adès los aprovechó para cocinar unas versiones interesantísimas y muy personales de tres de sus obras. En el caso ‘Le tombeau de Couperin’, la de Adès fue una versión dibujada hasta el más mínimo detalle, pero de una forma que parecía buscar la lógica interna de la composición en vez de quedarse en la belleza exterior de esta música de orquestación milagrosa. Adès, al fin y al cabo, es ante todo uno de los compositores más importantes del presente, y verlo enfrentarse a estas músicas supuso una de esas raras ocasiones en las que un oyente atento puede apreciar cómo concibe la música un compositor, que puede ser muy diferente a cómo lo hace un director. Todo lo que Adès hacía con sus manos, los brazos o el cuerpo (bailó bastante sobre el podio) tenía una reacción directa sobre el sonido orquestal, y este trabajo tan minucioso lo puso al servicio de un entendimiento profundo de la partitura, sacando a la luz muchos pequeños detalles (un trino por aquí, una nota de trompeta con sordina por ahí, un crescendo de la flauta doblando el oboe por allá…) que habitualmente pasan desapercibidos.

Sin embargo, a Adès también le faltó esa «languidez» que señalábamos antes. El pulso del ‘Rigaudon’ de ‘Le tombeau’, por ejemplo, estaba marcado en todo momento casi como si fuera un metrónomo, algo lógico si pensamos que Adès es un compositor con un sentido del ritmo extraordinariamente desarrollado, pero que quizá no encaje del todo con la propuesta poética de Ravel. El efecto fue incluso peor en ‘La valse’, que a pesar de su nombre, no es un vals. Adès decidió que sí lo era, y se apegó constantemente al ritmo ternario, empezando desde esos primeros compases de los contrabajos que habitualmente se intuyen pero no se perciben, y que él marcó para que sonasen como latidos del corazón. Por esta convicción en aferrarse a la fisonomía del vals, todos los momentos en los que Ravel destroza el ritmo y desgarra la orquesta, simbolizando la decadencia y fin de una civilización (la que había llevado a Europa a la Primera Guerra Mundial) se recibieron sin demasiado sentido, más como excentricidades que como eventos trágicos, cuando en realidad son lo que dan pleno sentido a esta soberbia creación de Ravel.

El ‘Concierto para piano’ del propio Adès, por su parte, no solo fue esclarecedor de la forma de dirigir del británico, sino que pareció tener una muy buena acogida por parte de un público, el de los conciertos sinfónicos de la Quincena, que no tolera muy bien la música contemporánea. Pero cuando una partitura tiene la calidad de la de este concierto, todo el mundo se para a escuchar, y lo que escucharon fue una caleidoscopio de referencias a las tradiciones musicales del pasado abocadas al frenetismo y al caos, pero dando nacimiento, de esta vorágine, a nuevas construcciones expresivas que parecían hablarnos muy directamente sobre el mundo contradictorio en que vivimos, al borde de la fractura y sin embargo radiante. La parte de piano, complejísima tanto técnica como rítmicamente, fue abordada por Kirill Gerstein sin que aparentase ser el desafío que en realidad es. Pero es que Gerstein tocó también, en la misma velada, otra obra tanto o más difícil que la de Adès: el ‘Concierto para la mano izquierda’ de Ravel, que, como su nombre indica, se toca solo con una mano aunque parece que sean dos o incluso tres. Tanto Adès como Gerstein, y particularmente la orquesta parisina, firmaron una versión sobresaliente de este concierto.