
Incentivados por políticas estatales como el proyecto E-1, dirigido a negar la existencia del Estado palestino con la construcción de 3.400 viviendas en territorio ocupado, los colonos se ven legitimados para expandir progresivamente su presencia en Cisjordania sin impedimento alguno.
El pasado 14 de agosto, el ministro de Finanzas de Israel, el colono ultra Bezalel Smotrich, anunció que el Gobierno había aprobado el inicio de la implementación del plan de desarrollo E-1 (Este-1). Esta zona se extiende a lo largo de una franja estratégica al este de Jerusalén, que separa el norte y el sur de Cisjordania y conecta la colonia de Ma’ale Adumim con la ciudad.
Así, el Ejecutivo de Benjamin Netanyahu hace de la colonización una política de Estado que no solo se promueve desde las instituciones, sino también en el ámbito privado. Reflejo de ello son las acciones que colonos, siempre respaldados por el Ejército y las autoridades, llevan a cabo en localidades de todo Cisjordania. La aldea de Ein al-Auja, situada al este del territorio, ha sido objeto de este tipo de ataques durante los últimos meses.
Looking occupation in the eye (Mirando la ocupación a los ojos), organización israelí que monitoriza los asentamientos en Cisjordania, fue el principal obstáculo con el que se toparon los colonos en mayo, cuando pretendían asentarse en zonas de Ein al-Auja. Consternados por lo sucedido semanas antes en la zona de Mughayyir al-Deir, los activistas plantaron cara a los colonos que trataban de expulsar a la población beduina. Tras llamamientos y denuncias públicas interpuestas por esta y otras organizaciones, Israel decidió ordenar a los colonos su evacuación.
Aun así, en una entrevista en al diario “El País”, uno de sus habitantes denunciaba la semana pasada que los colonos llevaban ahora a sus rebaños cada mañana y cada noche a las inmediaciones de la localidad para que pastaran, con el fin de intimidar a sus habitantes y recordarles su cercana presencia.
«Lo que ocurre en Cisjordania escapa en gran medida a la atención de los medios de comunicación», denuncia la organización. De manera directa -a través del proyecto E-1- e indirecta -iniciativas privadas de colonos-, la sombra sionista se cierne hoy más que ayer sobre Cisjordania.
Nuaman, una aldea imposible
Nuaman es una aldea atrapada entre Jerusalén y Belén cuyos habitantes no son reconocidos ni como israelíes ni como palestinos. Tras décadas reclamando sus derechos, enfrentan hoy su mayor amenaza: Israel pretende demoler sus casas. «El racismo sionista quiere quedarse con toda nuestra tierra», denuncia Yamal Darawi, jefe del consejo local, en una visita organizada por la ONG israelí Ir Amim.
El poblado, poco más que una fila de casas antiguas y una mezquita, carece de escuelas, tiendas o infraestructuras. Aun así, sus viviendas, amplias y bien conservadas, superan en condiciones a muchos pueblos palestinos bajo riesgo de expulsión. Diplomáticos y ONG han intentado interceder, pero nadie ha logrado detener la presión israelí.
Los problemas de Nuaman comenzaron en 1967, cuando Israel, tras conquistar Jerusalén Este, incorporó la aldea a sus fronteras municipales, pero registró a sus vecinos como ciudadanos de Cisjordania.
La situación apenas cambió hasta los Acuerdos de Oslo, en los 90, cuando Israel los declaró «residentes ilegales» y les prohibió edificar. Muchos creyeron entonces que el pueblo pasaría a la Autoridad Palestina (ANP), pero ocurrió lo contrario: Israel demolió viviendas y les negó permisos de construcción. También les restringió el acceso a Jerusalén y a sus servicios municipales. Con el muro de separación de 2003, Nuaman quedó aislado incluso de Cisjordania, obligando a sus habitantes a cruzar controles militares para tareas cotidianas.

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