José Mari Aiarzaguena
Médico de familia jubilado

El foro de la salud: que las hojas no nos impidan ver el bosque

Mientras visitaba Atapuerca pensé en nuestros antepasados luchando por su supervivencia, e imaginé al Homo sapiens actual como un rey león, evolutivamente preparado para matar y saquear, para mantener sus privilegios.

No obstante, este mismo Homo sapiens cruel y genocida –el último episodio lo tenemos en Palestina– tiene también la capacidad de ser empático, compasivo y con un sentido de la espiritualidad que transciende de uno mismo. Así, en 1948, y ante una situación con muchas similitudes con la actual, guerra, genocidio judío..., este sapiens respondió desde el humanismo, proclamando la Declaración Universal de los Derechos Humanos y fundando el NHS −Servicio Nacional de Salud Inglés−, el primer sistema sanitario en luchar contra las desigualdades sociales en salud, ofreciendo un servicio de salud universal y gratuito.

Pero en 1989, Margaret Thatcher decidió que el sistema público de salud NHS era un gasto inasumible y priorizó los intereses económicos frente a los derechos humanos. Decisión que compartieron muchos países europeos, así como Osakidetza. Comenzaron a funcionar las leyes de mercado y acuñaron la moneda de la enfermedad; cuyas dos caras, desigualdad/negocio privado, están inexorablemente unidas por un concepto de salud entendida como ausencia de enfermedad. Concepto liberal y muy democrático en el que, de la misma manera que todas tenemos «el mismo derecho» para acceder a una vivienda o a un salario justo, todas las personas que aceden a un servicio de Osakidetza son atendidos obviando el contexto psicosocial de la persona, aunque se sepa desde hace décadas que la influencia de los determinantes psicosociales en la salud es muy superior al que pueda tener el propio sistema sanitario. No queremos tener este elefante en la habitación, lo sacamos, y a seguir con el negocio. ¿No genera desigualdad social?

Me decepciona que en el foro de la salud se esté perdiendo la gran oportunidad de volver a asumir la visión de salud de la OMS manifestada en la declaración de Alma-Ata de 1978, basada en la persona integral, actividades de prevención y promoción de la salud... y que pivota en la Atención Primaria (AP) de salud. Por supuesto que hay que dar respuesta a la enfermedad. Por supuesto que hay que disminuir las demoras en citas médicas, pruebas diagnósticas, cirugías... Y por supuesto que hay que impulsar los avances tecnológicos que mejoren el diagnóstico y el tratamiento de muchas enfermedades. Pero estas realidades no deben ser utilizadas para ocultar la Salud Integral. Que las hojas no nos impidan ver el bosque:

Uno. Muchas de esas enfermedades, que finalmente se tratan con tanto éxito y eficacia, podían haberse evitado con programas de empoderamiento eficaces, y se hubiesen convertido en salud. Más del 90% de las enfermedades crónicas habituales son evitables con unos hábitos de vida saludables y el control de los factores de riesgo. Pero, claro, la salud de los que no enferman no se contabiliza y es invisible para este sistema.

Dos. Las estrategias de empoderamiento consistentes en intensas campañas informativas sobre hábitos de vida saludable y en programas de empoderamiento de los pacientes, como la del paciente activo que lleva funcionando más de 15 años, obtienen resultados muy escasos. ¿No será que no es posible promocionar hábitos de vida saludables, controlar factores de riesgo, manejar la enfermedad... sin tener en cuenta los determinantes psicosociales perjudiciales como la precariedad laboral, económica, dificultad de sacar adelante un proyecto de vida? ¿No estaremos potenciando una atención en la que las personas más necesitadas son los que menos se benefician?

Tres. Un estudio noruego realizado en el ámbito de la AP mostró que la probabilidad de muerte, uso de urgencias e ingresos hospitalarios se reducía entre un 25-30%, cuando la relación médica de familia-paciente duraba más de 15 años. Este es el poder generado por una relación más humana y segura, basada en la confianza, compromiso y conocimiento mutuos, conocimiento que permite tener en cuenta los determinantes psicosociales, y que facilita la tarea de obtener un diagnóstico más preciso, ampliar las posibilidades terapéuticas y realizar procesos de empoderamiento más eficaces.

Cuatro. Las palabras que escuchamos de refuerzo de la AP y de prestigiar la medicina de familia, chocan con la imposición de unas condiciones de trabajo que dificultan nuestra labor. Además, han solicitado que los médicos que trabajen en verano en AP no tuviesen que ser médicos de familia ni tener la especialidad. Han propuesto reducir un año el periodo de formación de la especialidad. Lo justifican por una falta de profesionales sanitarios. Pero estas medidas constituyen una amenaza para que desaparezca la salud de la especialidad de medicina familiar y comunitaria, y apoyan la hipótesis que defendía en el escrito que publiqué en GARA el 06/02/2024 «La salud no tiene valor»: no necesitan médicos expertos en salud.

Es cierto que las necesidades de salud han cambiado, más longevidad, más enfermedades crónicas..., por eso es más necesario que nunca recuperar el Homo sapiens de 1948 y 1978, y dar una respuesta basada en el derecho universal a la salud. Necesitamos una Osakidetza que pivote en la Salud y no en la simple ausencia de enfermedad. Es necesario fortalecer la AP, quitar los palos a nuestras ruedas, instaurar unas condiciones de trabajo que permitan realizar el trabajo con dignidad –¿qué menos que 15 minutos por paciente? ¿Acaso no estamos atendiendo personas?–, y continúen con la creación de un centro de excelencia de AP, compuesta no solo por médicos de familia, enfermeras..., sino también por epidemiólogos, sociólogos, estadísticos..., que impulsen las investigaciones necesarias para crear indicadores de calidad adecuados y evaluar los procesos y resultados en salud.
 
Que las hojas (y el marketing) no nos impidan ver el bosque de la Salud Integral.

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