Alfredo Ozaeta

Adecuación social

Que las sociedades están cambiando no es noticia ni novedad, y que además lo están haciendo a velocidad de vértigo tampoco genera excesiva preocupación entre la ciudadanía, o al menos eso es lo que parece, más allá de los manidos y superficiales comentarios al uso. El problema radica en si esta mudanza se está realizando en términos positivos y de mejora para el conjunto de la mayoría de los pobladores del planeta o si, por el contrario, solo está sirviendo para favorecer a la minoría elitista que maneja las palancas del control de gran parte de nuestras vidas.

Tampoco es nuevo que las políticas neoliberales estén imponiendo sus agendas y ganando posiciones en una gran parte de lo que hasta ahora se venían postulando como democracias parlamentarias o convencionales. Lo han visto de lejos, sabedores y conscientes de los cambios en ciernes: hábitos, redes, consumo, mercado de trabajo, migración, etc. Y de su incidencia en lo actualmente establecido en las sociedades que gestionan y en las que lo están intentando, se han puesto ya en la tarea de adecuarlas a su estrategia.

Entre sus muchas adaptaciones se encuentra la desactivación de los elementos y organizaciones que consideran obstáculos para sus propósitos. Dentro de esta estrategia se encuentra la creación de nuevas siglas, formaciones políticas o directamente conflictos que desgasten y erosionen a las que les resultan molestas o consideran ya amortizadas.

Son conscientes de que estos nuevos productos, electorales o no, que crean para participar de manera eficiente en su táctica de confusión y desactivación de iniciativas populares nacen ya con fecha de caducidad. A la vez que provocan en capas y sectores de la sociedad cierta desafección hacia la práctica de determinadas políticas y hacia la política en general, distorsionan la realidad, ocultando la corrupción e incumplimiento de los programas de grupos o siglas afines bajo su control y obediencia. Intentan generar una corriente de opinión de que todos son iguales y todos participan por igual de las deshonestas y mafiosas prácticas, dando a entender que es algo inherente o consustancial a la actividad pública. Como si el compromiso incondicional y generoso, o simplemente la solidaridad de muchas personas en su labor por y para los demás fuera ya una entelequia.

Sabido es que cualquier organización que no haya sido gestada desde la iniciativa popular con amplia base social, impregnada de fuertes fundamentos ideológicos y marcados objetivos, está condenada al fracaso. Los populismos y modas ideológicas persisten y tienen vida mientras los alimenten y visibilicen los medios bien engrasados por los grupos de poder y/o presión interesados en utilizarlos como arietes de desgaste de adversarios y de confusión social.

No es menos cierto que también aquellos grupos que no evolucionen o se adapten a las nuevas situaciones y exigencias sociales, provocadas por los cambios ideológicos generacionales y nuevas necesidades  propias de la evolución de sus contextos, también cada vez más globales, como puedan ser:  desarrollo cultural, democrático, tecnológico, económico, migratorio, demográfico o simplemente social, pueden tener dificultades para mantener su cercanía con el espectro ciudadano embrionario de su nacimiento y notoriedad.

No se trata de perder las señas de identidad, ni mucho menos sus principios originarios, es más, considero que es fundamental el mantenerlos para no olvidar los motivos que impulsaron la necesidad de su creación para ser parte activa, responsable e influyente en las decisiones que pudieran afectar a los objetivos, cambios y al conjunto de los derechos que se pretenden defender y conseguir.

De lo contrario se corre el riesgo de dejarse fagocitar por la burocracia y acabar convirtiéndose como la mayoría de los grupos políticos en oficinas para trámites administrativos, empleo, puertas giratorias o defensa y salvaguarda de los intereses corporativos de sus simpatizantes, adeptos, y empresas afines participadas. O simplemente «morir de éxito» al considerar que su crecimiento político o situación hegemónica les valida y garantiza el futuro. Olvidándose de sus compromisos con la sociedad a la que dicen defender.

Se pueden cambiar los métodos o estrategias, pero los objetivos deben mantenerse en los parámetros que exige la justicia universal, igualdad, cuidado de las personas y medio ambiente, sin olvidar la emancipación política y social.

Como sociedad y nación sin estado nos queda mucho por construir y ganar en estos tiempos convulsos donde quieren imponernos el individualismo y nula empatía con los que más sufren y necesitan de nuestro apoyo, como cómodo tránsito hacia la nada.

Y en este panorama no excesivamente alentador, es gratificante el escuchar a algunos políticos como en el caso del señor Otxandiano, candidato de EH Bildu a lehendakari de la CAV, hablar de regeneración política y acuerdos en métodos y objetivos, poniendo el foco en los problemas relativos a la juventud, trabajo, vivienda, sanidad, educación, medio ambiente, energías y demás derechos sociales e impulsando la justa y democrática reivindicación soberanista que anhela nuestro pueblo.

Tarea ingente en una sociedad donde se abren más gimnasios que bibliotecas o que centros de enseñanza e infantiles. Además de inteligencia, compromiso y trabajo, requiere la implicación de todas las que pensamos que algo o mucho hay que cambiar y mejorar para conseguir los objetivos referenciales y fundamentales que impulsaron las luchas de las generaciones anteriores por una democracia plena y justa para todos sin distinción.

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