Jesús Valencia
Educador Social

Aficiones insurgentes del año nuevo

Parece como si el cambio de años concitara sueños e invitara a materializar utopías. No han faltado quienes, a lo largo de la historia, han reservado las insurgencias para esta fecha emblemática.

Haití, hormiguero de esclavos exprimidos por un puñado de terratenientes, llegó a la conclusión de que había que voltear aquel desatino. La revolución francesa no había aportado ninguna mejora a los explotados de las colonias. Comenzaba el siglo XIX y soplaban viento de revuelta en las ardientes tierras caribeñas. Jean-Jaques Dessalines, negro por nacimiento y esclavo por obligación, lideró la indignación de sus paisanos oprimidos. Juntos dieron zapateta a los soldados franceses -ya republicanos- en la batalla de Vertieres (un cursillo intensivo sobre libertad, igualdad y fraternidad impartido por los braceros haitianos). Una vez expulsados los franchutes, los patriotas proclamaron la independencia de aquella media isla caribeña a la que llamaron Haití. Era el 1 de Enero de 1804.

Pasaron los años y algo parecido sucedía en otro rincón del Caribe. Cuba era -por Constitución y Ley- nación libre pero la realidad no coincidía con las proclamas. Los negros regalaban sudores y vidas a los dueños de las plantaciones; producían en los trapiches azúcar amarga para disfrute de una oligarquía holgazana. La Habana era el prostíbulo de gringos machistas, adinerados que frecuentaban los casinos porteños y compraban a precio de saldo los favores de mulatas fogosas. El supuesto gobernante de aquel burdel era un tal Batista, Fulgencio de nombre y corrupto de profesión. El cotillón de aquel año tuvo un extraño sabor a sobresalto; se decía que unos facinerosos alzados en armas avanzaba imparables hacia la capital. Quienes participaban en la acartonada fiesta del palacio presidencial no estaban cómodos; perdían cada dos por tres el ritmo del importado rigodón mientras miraban intranquilos por las ventanas. Alguien avisó que los rebeldes llegaban y aquel tropel de escarabajos palaciegos inició la desbandada perdiendo en ella joyas, zapatos y compostura. Batista tomó un avión que le esperaba con los motores en marcha y se largó. El ejército de los patriotas tomó a su cargo la nación y comenzó a construir una patria nueva e igualitaria. Era el 1 de Enero de 1959.

Los policías que conformaban el destacamento de San Cristóbal de Las Casas celebraban por todo lo alto el final del año. Al día siguiente entraría en vigor el Tratado de Libre Comercio aunque a semejante tropa le traían sin cuidado aquellos enjuagues de alta diplomacia. Repantigados, despachaban a dos carrillos las viandas con que les había obsequiado el Patronato de Damas Benefactoras de la ciudad; acompañaban el generoso rancho con abundante tequila, obsequio del Club de los Caballeros Honorables de San Cristóbal. Todo estaba bajo control ya que la ciudadanía se ocupaba en parecidos placeres. Respecto a los miles de indígenas que habitaban en las montañas....ni caso. Aquellos indios carajos -o indios de mierda, que viene a ser los mismo- también andarían borrachos o jodiendo con sus malolientes hembras. Las aguardentosas fuerzas del orden se equivocaron. Miles de indígenas organizados se adentraron en la ciudad y la tomaron por asalto. El Ejercito Zapatista de Liberación Nacional se presentaba al mundo. Era el 1 de Enero de 1994.

También entre nosotros el cambio de año suele ir acompañado de un cierto aire renovador. En algunos pueblos de nuestra geografía se conserva el rito ancestral de ur berria; parece como si los lugareños apreciaran un sabor nuevo y renovador hasta en el agua que mana de la misma fuente; no faltan los que se encaraman en algún cresterío para recibir allí a la madrugada del 1 de Enero. Quienes hayan contemplado la primera alborada de este año en alguna cima no se habrán sentido defraudados. El año nuevo huele a cambios espectaculares. La carcomida nave de la transición navega a la deriva; muchos de quienes se acomodaron en ella saltan con prisa antes de que el bajel zozobre y, quienes se mantienen en él, no se conceden descanso; achican con pozales y palanganas el agua que se les cuela por las incontables grietas del caso. Es nuestra hora, la de acumular voluntad, coraje, ilusión y fuerza para voltear este odioso galeón. Ha llegado el momento de acometer sin remilgos la tarea con la que veníamos soñando: intensificar la construcción de una Euskal Herria nueva, justa y diferente. Los filibusteros que siguen agazapados en el bajel ya alcanzaran la orilla si el dinero robado que almacenan en sus bolsillos se lo permite. Es el 1 de enero de 2015.

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