Txaro Marquínez

Agonía en las residencias de mayores de Gasteiz

A mi madre no la ha matado la covid-19, pero la está matando la pena, el dolor, la incomprensión. Eso no les importa, ni a las instituciones, ni a las gerencias de algunas residencias privadas.

Nuestros mayores, los mismos que lo dieron todo por nuestro bienestar, están siendo ninguneados y menospreciados, tanto por las instituciones como por las direcciones de algunas residencias. Desgraciadamente, los fallecidos de las residencias han sido tantos que, incluso quienes durante años han mirado para otro lado, han tenido que mirar al frente.

Mi madre es una mujer de casi 95 años. Sufrió la guerra y sus consecuencias. Le toco trabajar duro. La vida no le fue fácil, quedándose viuda muy joven y sacando adelante a sus dos hijos. Siempre ha tenido la mano tendida para ayudar a los demás.

Desde hace un año está en una residencia y el día 9 de marzo mediante una llamada telefónica, se nos comunicó que se prohibían las visitas, sin darnos opción a ser nosotros, sus familiares, quienes le explicáramos lo que sucedía. El «hasta mañana» del día 8 de marzo, se ha convertido en un «hasta no sé cuando». Desde ese día el camino que estamos recorriendo tanto ella como sus familiares, esta siendo un camino de espinas.

La dirección del centro decidió el 27 de marzo aislarlos en las habitaciones a pesar de no tener ningún positivo, ni entre los usuarios, ni entre las trabajadoras. Toma esta drástica decisión asegurando que el Ministerio de Sanidad le «obliga» a ello.

Por suerte, nos podemos comunicar por teléfono con mi madre. Pero esas llamadas tenemos que hacerlas en una franja horaria limitada porque se nos restringió el horario de llamadas. Esto es especialmente grave si tenemos en cuenta que la información más detallada de su situación la obtenemos a través de ella. En cuanto a su rutina, la única actividad que realiza es dar algún paseo por el pasillo, pero siempre sola.

Este aislamiento, más parecido a un sistema penitenciario que a un sistema asistencial, está siendo desgarrador tanto para mi madre como para nosotros, sus familiares. ¿Hay algo más duro que oír llorar a tu madre mientras pregunta por qué les hacen eso, y no tener respuesta que darle?

La profunda tristeza y la desesperación que emanan sus palabras son la descripción de una agonía, consecuencia de un aislamiento injustificado de 57 días. Aislamiento que en la residencia en la que se encuentra mi madre no ha sido gestionado con psicólogos u otro tipo especialistas que hubieran podido ayudar a mi madre y al resto de usuarios a no sufrir los daños psicológicos que están sufriendo.

La fluidez informativa por parte de la dirección de la residencia de un inicio, ha degenerado en escuetos email, sin concreciones y muy distanciados en el tiempo. Las video llamadas han sido escasas, la última hace veinte días. Esto deja clara la poca empatía de la dirección hacia los mayores y lo poco que les importa su dolor.

El estado anímico de mi madre es muy preocupante, cada vez más, y empieza a estar sumida en una depresión que no está recibiendo la atención que merece. Hace alrededor de diez días se le empezó a sacar a hacer alguna ingesta fuera de la habitación, de forma individual. Hasta entonces dormía, comía y pasaba todo el día en la más absoluta soledad en su habitación. Ahora come con otra usuaria, pero ambas tienen deficiencia auditiva y al estar a más de dos metros, no pueden comunicarse. Cabe decir que los resultados de PCR y serología de trabajadoras y usuarios de la residencia han sido negativos.

Mediante nota de prensa de la Diputación de Álava, se dijo que se iba a permitir desde el día 18 de mayo que podólogos y peluqueras fueran a las residencias. A día de hoy mi madre no ha sido atendida por ninguno de los dos servicios mencionados, es decir, mi madre lleva tres meses sin que se le corten ni el pelo ni las uñas de los pies.

Seguimos sin información por parte de la dirección, sigue confinada en su habitación y sigue sin realizar actividad alguna que le permita ocupar el tiempo. Como decía antes, su salud mental sigue empeorando, pero salvo a nosotros sus familiares, parece no importarle a nadie.

La nota de prensa de la Diputación de Álava del día 23 de mayo habla de datos y números. Mi madre y nuestros mayores son mucho más que eso. Tienen nombre, apellidos, sentimientos y derechos que no se les están reconociendo.

Es muy duro leer y oír que se están estableciendo protocolos para ir a la playa, a las terrazas, a bodas, e incluso se anima a preparar las vacaciones de verano, mientras mi madre sigue aislada, respetando normas de riguroso distanciamiento en la residencia.

¿Hasta cuándo se va a permitir este tipo de tortura? ¿Por qué mi madre no puede convivir con el resto de usuarios? ¿Por qué mi madre no puede dar un paseo con sus hijos, como lo venía haciendo diariamente? ¿Nadie va a decir basta ya a esta tropelía de irreparables consecuencias?

A mi madre no la ha matado la covid-19, pero la está matando la pena, el dolor, la incomprensión. Eso no les importa, ni a las instituciones, ni a las gerencias de algunas residencias privadas. Esa muerte no computa como fallecida por covid-19 en residencia geriátrica. No enturbia su imagen, si es que queda algo por enturbiar.

Por favor, saquen a nuestros mayores de los aislamientos, permítannos a sus hijos acompañarles, dejen los intereses políticos y económicos a un lado, ellos se lo merecen.

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