Mikel Casado

Alimentar al monstruo

Anteayer, una gran cantidad de personas, aficionadas al ciclismo o no, se colocaron a ambos lados de la Gran Vía bilbaína, banderas palestinas en mano, para protestar firmemente contra la participación de un equipo ciclista israelí en un acontecimiento deportivo de seguimiento internacional.

Pongamos el marco. Por un lado, el Gobierno de Israel está matando, por cualquier medio en sus manos, de forma oculta (lo que vemos es por testimonios clandestinos) a miles de personas indefensas, independientemente de si la mayoría son ancianos, mujeres y niños, que lo son, en una vil, perversa, cruenta, vengativa, intencional e interesada masacre genocida que supone una bárbara conculcación de derechos humanos de un nivel parecido o superior en crueldad, aunque no en número, al del holocausto. Es evidente que el derecho de defensa de Israel no es justificación, como no lo sería que la policía o el ejército sitiara todo el Ensanche bilbaíno y lo bombardeara bajo la justificación de que hay un grupo de peligrosos delincuentes dentro.

Por otro lado, el equipo ciclista israelí, por muy privado que sea, es una representación de Israel, como lo es cualquier equipo nacional en el extranjero. La imagen ciudadana que al Consejero Zubiría le gustaría haber visto es la de dejar hacer, la de mantener el deporte al margen de la política, (fatal creencia contraria al profundo significado de la democracia), manifestando al mundo que bien podemos saber de la barbarie que esté teniendo lugar a nuestro lado o en las antípodas del mundo, que nosotros los vascos somos capaces de celebrar el acontecimiento deportivo con jovialidad y al mismo tiempo con insensibilidad mientras nos comemos un talo con txistorra y bebemos txakolí, que ya habrá tiempo de vestirse de manifestante por los derechos humanos en algún rincón de la ciudad lejos de las cámaras mundiales.

La lógica del buen comportamiento institucional y ciudadano del funcionario Zubiría exigiría que, incluso si se diera el caso, improbable pero posible, de que el equipo israelí o un miembro del mismo ganara la competición, la ciudadanía debería ser capaz de abstenerse de comportamientos incívicos y presenciar al presidente Netanyahu subir al podio con sus ganadores, y de que el propio Zubiría le diera la mano, si el final de la competición fuera en Bilbao. Sí, esa idea de separar deporte y política lleva a ello. Esa es la idea de convivencia que parece defender el Consejero.

Me resulta difícil entender cómo, en un país en el que afortunadamente y con esfuerzo se ha salido del círculo de violencia, se pida esa falsamente equidistante, falsamente ilustrada, neutral y condescendiente actitud ante la barbarie y el enseñoreamiento del matonismo más arrogante y peligroso en el que vivimos en esta época. Esta actitud es la que realmente alimenta al monstruo de la violencia impune, de la anti convivencia universal. La convivencia no es asunto de buenos modales, es mucho más que eso; es una forma de ser totalmente opuesta a la de la desconsideración de los derechos humanos, mínimos procedimientos éticos, que son políticos, de obligado respeto por encima de todo lo demás. Es precisamente este valor el que se vio defender en Bilbao y motivo de orgullo que el Consejero no quiere ver, pues solo mira esos pocos casos particulares en los que puede que algo de seguridad personal se pudiera ver comprometida, que es el argumento, junto con el de la imagen de Bilbao, lo que únicamente parece preocupa al Consejero. Desgraciadamente, el funcionario prioriza una seguridad, sobre la que se puede debatir, y una imagen estética, comercial y económica de Bilbao, en términos de rentabilidad, que no es priorizable sobre el valor que defendieron ayer los y las manifestantes. Lo que está en peligro no es tanto la imagen de Bilbao como la débil y muy mejorable democracia que «nos hemos» dado o nos han dejado tomar.


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