Gontzal Mendibil
Cantante

Arrupe non toccare

‘Arrupe, un faro de luz’, con este título escribí un artículo de opinión en noviembre del 2008. Y días después, con el título: ‘Los Jesuitas del Padre Arrupe’, Mikel Arizaleta se hizo eco de mi escrito haciendo algunas afirmaciones. El pasado 29 de julio, publicó en estás mismas páginas con el mismo título de ‘Los jesuitas del Padre Arrupe’ repasando lo que entonces escribió.

Me trae a la memoria al insigne Padre Arrupe y al proyecto musical representado ahora hace ocho años frente a la basílica de Loiola en Azpeitia. Llevar a cabo el musical fue una satisfacción plena que supuso meterme en la piel de Arrupe para escenificar y musicar su vida y obra en un espectáculo que cautivó a muchísima gente.

En esas fechas de finales de otoño del 2008, se cumplía la celebración del 101 aniversario del nacimiento de Arrupe, y poco después proclamaban presidente de EEUU a Obama. Y aunque ni el proceder de uno ni de otro, ni las funciones tuvieran nada que ver, hice alguna comparación de esa «nueva esperanza» que tanto necesitaba el mundo, y no digamos la iglesia, tan estancada y anquilosada durante cientos de años.

La muerte a los 33 días del mandato de Juan Pablo I en extrañas circunstancias supuso un ordeno y mando de la jerarquía eclesial romana donde no hubiera ninguna sombra de discrepancia y se postergara todo posible cambio de orientación aperturista.

Llegó el anuncio de la fumata blanca del nuevo Papa Juan Pablo II destinado primero a demonizar el marxismo, y frustrar y paralizar todo lo que conllevara cierto avance de la nueva teología adaptada a los tiempos. Los teólogos de la liberación, cuya implantación era palpable sobre todo en Latinoamérica, sufrieron en sus propias carnes el dogma y los decretos de imposición de la jerarquía de la iglesia católica, y bien se sabe lo que todo ello supuso para el Padre Arrupe, que quedó postergado y sufrió lo indecible durante el mandato de Juan Pablo II. No hay ni una imagen donde aparezca una mirada entrañable de Juan Pablo II hacia él, ni siquiera cuando Arrupe se encontraba gravemente enfermo mostró compasión alguna.   
El destino quiso que en el espectáculo musical ‘Arrupe, Nire isiltasun hau – Arrupe, Mi silencio’,  representara en escena a Arrupe niño, Jackes de Irala, nieto de Anton de Irala. Durante su estancia en Filipinas su aitite estuvo con Arrupe un día antes de que el general de los jesuitas viajara a Roma. Le contó la gran preocupación por el hostigamiento que sufría por parte del Papa Juan Pablo II. Arrupe sufrió un derrame cerebral, bajando las escaleras de avión que le trajo de Filipinas al aeropuerto Fiumicino de Roma.
 
Las cosas nunca suceden porque sí, siempre hay un porqué. Era tal la ansiedad y el aprisionamiento que vivió Arrupe en esos tiempos, que su desasosiego desencadenó en un derrame cerebral nada más bajar las escaleras del avión en Roma. Ya nada podía ser igual.

Y, hace ahora casi ocho años escribí que tanto Arrupe como Obama representaban una esperanza, un faro de luz. Pero, esos cimientos tan pesados y sus mastodónticas maquinarias son difíciles de mover. Y no siempre resultan tan esperanzadoras como deseáramos. Los cambios en estos organismos son demasiado lentos y pesados. Y ya sabemos que los abusos del poder, por pura permanencia en él, siempre han estado y están a la orden del día.

Supongo que la esperanza puesta en Obama ha quedado truncada para muchos. Pero son quizás más quienes han apreciado sus intentos de avance en muchos de los temas sociales, y los pequeños cambios que haya podido ejecutar.  

«Los jesuitas son soldados de Dios (con cierto sabor a Camino del Opus Dei). Y, por encima de todo la obediencia, la santa obediencia, la obediencia de cadáver». Esta afirmación de Mikel Arizaleta, es diluir el fondo y la forma del tema. En mi opinión, en la percepción generalista de los temas se pierde el valor de la crítica. No, no es lo mismo el ser y el hacer, el fondo y la forma del Opus Dei que el de los Jesuitas. Como tampoco es lo mismo el actuar de Karol Wojtyla, Juan Pablo II y Francisco (Bergoglio). Ni tampoco es lo mismo Donald Trump y Hillary Clinton, aunque discrepemos ampliamente en muchos aspectos tanto del uno como del otro. Puede que sirvan a un patrón común, pero el sentir de la justicia y el hacer y el proceder solidario de los unos y de los otros se diferencian muy mucho.

Afirma Mikel que desconoce, en gran parte, la vida del general Arrupe, y creo que es así. Pedro Arrupe y Monseñor Escriva eran prácticamente de la misma época.Pero, mientras que Arrupe  intentó abrir nuevos caminos de cara al futuro y ser una fuerza dinamizadora dentro de la iglesia, y ejerció la vocación solidaria y la crítica social con mayor independencia; luchar por la justicia social es lo que propugnó Pedro Arrupe, vinculando la fe con la justicia social. Escrivá de Balaguer, por el contrario, estaba convencido de que lo importante era volver a lo de antes, a «lo de siempre». Y es esta la guerra que tendrá que librar la institución eclesial. O adaptarse a los tiempos, o quedarse anclada en el pasado.

El compromiso político-social, que incluía apoyar la Teología de la Liberación, asustó a Pablo VI, que llamó a capítulo a Arrupe. Juan Pablo II hizo el resto. El 11 de diciembre de 1978 tuvo lugar la primera audiencia de Arrupe con el Papa polaco, al que juró obediencia. Juan Pablo II quería poner orden en la compañía, pero en septiembre de 1979 desveló sus cartas en la asamblea de presidentes de la Conferencia Jesuita. «Deseo deciros que habéis sido motivo de preocupación para mis predecesores y que lo sois para el Papa que os habla», les anunció.

A quienes nos gusta la libertad en su sentir más amplio, no nos convence ni nos satisface la obediencia a ciegas y sin criterio. Pero desgraciadamente esto sucede en muchas ordenes establecidas. Por no hablar de los propios partidos políticos de un signo o de otro, donde la obediencia ciega se convierte en el proceder habitual, y donde las discrepancias se castigan duramente. El dogma está presente en muchas órdenes de la vida. Y en la iglesia ha sido el signo de su existencia. Es por ello que en estos tiempos la iglesia vaya más lenta que el actuar de la propia sociedad y que no responda a muchas preguntas.  

Que la iglesia ha estado durante siglos y sigue estando aliada al poder no es ninguna novedad. Todos hemos vivido, en mayor o menor medida, la excesiva presión clerical. La deformación de la religión institucionalizada ha sido palpable a lo largo de la historia y dista mucho de lo que debió ser en su origen. La iglesia ha ejercido como fuerza represora más que liberadora, convirtiéndose en protector y amparo de los poderosos más que de los desposeídos, por no hablar de la perversión e implicación de tantas atrocidades cometidas.

La iglesia, aunque hoy en cierta decadencia, ha actuado durante siglos como impositora. Creo que fue el novelista Blasco Ibañez quien escribió que la iglesia, hablando a todas horas de la pobreza, extiende la mano no para dar sino para recoger. Y ¿a dónde va, pues, ese dinero recogido?, se peguntaba Blasco Ibañez: «a la aristocracia de la iglesia, a la verdadera casta sacerdotal». Y como afirma él, nada se escapa de su despotismo y espionaje. Muchos son los que durante siglos han sufrido las consecuencias de la dominación e intolerancia de la iglesia. Y ya se sabe que la excesiva intolerancia religiosa acaba siempre en barbarie, como es el caso del yihadismo.

El control del poder eclesial por el civil ha sido continuo en todas las épocas pasadas. El mando necesita de seres obedientes, y el poder no admite controversias. La ceguera de la obediencia, sin crítica alguna funciona en demasiadas órdenes de la vida.Y en la orden de los Jesuitas, como en toda orden, habrá de todo. Pero son muchos los jesuitas que pensando en valores, dispensan labores humanitarias y educativas, y podemos decir, que dentro del clero, eminentemente retrógrado, son la avanzadilla.

Claro que no hay duda del poder de los jesuitas en los cinco continentes. Por ello, se suele decir que es la multinacional de Dios. Su cuerpo de élite. Mikel Arizaleta menciona a los jesuitas que durante varias generaciones en distinta épocas ejercieron de confesores en reinados, en reyes, duques y emperadores de la corte. Pero también sabrá que los jesuitas fueron expulsados durante el siglo XVIII de la iglesia porque resultaban molestos a la orden vaticana y a los reinados que acompañaban a la curia en su actuar imperial. El Papa Clemente XIV suprimió la Compañía en 1773, aunque 80 años después, resurgió con más fuerza.

Discrepo del sentir de Mikel Arizaleta hacia Arrupe. La labor del general bilbaíno dista mucho de lo que opina Arizaleta sobre él. Acudí el año 2008 invitado por los jesuitas a Roma con la idea de que preparáramos y lleváramos a cabo el musical Arrupe en la Iglesia del Jessu, en el mismo lugar donde está enterrado Arrupe, así como San Ignacio de loiola, y el brazo de San Francisco de Javier. En aquel momento, ejercía el papado Rattzinger y el intento a pesar de todo nuestros esfuerzos, resultó infructuoso. Una nota escueta llegó del vaticano: «Arrupe non toccare».

En Roma chirriaba la estela de Arrupe. Apenas hubo actos de celebración en las fechas del centenario de su nacimiento, 14 de noviembre, ni en años posteriores. Hoy, con el Papa jesuita todo es más que posible. Al menos parece que ha nacido un periodo de transformación, un nuevo estilo. Muy significativo «su silencio» en los campos de Auschwitz; como significativo fue también la visita a la cárcel de máxima seguridad, al igual que Arrupe, en su reciente viaje a EEUU, Bergoglio me recuerda en muchos sentidos a Arrupe, esa es mi apreciación. ¿Conseguirá el Papa argentino canonizar al Padre Arrupe?

Así pues, como resumen, ni todos los papas son iguales ni todos los gobernantes son iguales, ni tampoco todos los jesuitas, aunque tengan o sirvan a un mismo patrón.

Arrupe creó el JRS (Servicio Jesuita de refugiados), donde trabajan en la actualidad en más de 40 países, con la misión de acompañar, y defender los derechos de los refugiados y desplazados forzosos. Justo debajo de la maravillosa iglesia del Jessu creó un centro de acogida donde dan diariamente comida y atención sanitaria a mas de 2.000 personas, refugiados que llegan de las guerras y las hambrunas.

Arizaleta hace mención a Ignacio Ellacuría y a Jon Sobrino poniéndoles como excepción. Traigo a colación las palabras de Jon Sobrino: «El Padre Arrupe fue muy cercano a nosotros, los jesuitas de Centroamérica, durante sus años de Superior General, de 1965 a 1983. Fueron años de una novedad radical, de generosidad y riesgos, de creatividad sin límites, y comenzó también la letanía de mártires jesuitas por la justicia, en número de cuarenta y nueve. En esos años, en nuestras relaciones con el Padre Arrupe hubo una primera época de tensión, otra de reconciliación y por último una época de agradecimiento y admiración profunda. Me tocó vivirlo de cerca, y eso es lo que quiero contar con sencillez. Lo que acabo de recordar muestra la honradez y delicadeza de Arrupe, pero también explica cómo abordó él la lucha por la “fe y justicia».

«No hay paz sin justicia social», proclamaba Arrupe. Y afirmaba: «Una  religión sin compromiso social sería una forma de alienación y una falta de caridad, dadas las situaciones injustas que el mundo vive». Hélder Cámara, defensor de los derechos humanos y figura de la teología de la liberación es otro de los grandes personajes que se sentía cerca de la mentalidad de Arrupe. Hay una frase del arzobispo brasileño, a quien la prensa mediática apodaba «el arzobispo rojo», muy sugerente: «Cuando alimenté a los pobres me llamaron santo; pero cuando pregunté por qué hay gente pobre me llamaron comunista».

Arrupe, creó dinamismo dentro de la iglesia y creó controversias. Revolucionó la compañía con el enfado y desautorización de Juan Pablo II que aplicó «la  ley marciana vaticana». El papa polaco, que era sostenido por el Opus Dei, acusaba a Arrupe de haber llevado a los jesuitas a la izquierda, sobre todo en América Latina.

«Nuestra misión ha de ser el servicio de la fe y la promoción de la justicia», y citaba en ocasiones las palabras de Teilhard de Chardin: «el mundo pertenece a aquellos que le den la mayor esperanza. La esperanza es la que hace mover los corazones», replicaba Arrupe.

En una de las escenas del musical, donde Arrupe viaja a México, en el aeropuerto le preguntaron los periodistas: «¿qué tal su relación con Monseñor Escrivá?» Arrupe, muy recatado y humilde como era, contestó. «Bien bien, pero me debe querer algo menos, porque antes cada vez que me veía me daba dos besos, y ahora tan sólo me da uno».

La vocación humanitaria y de compromiso de Arrupe y su capacidad aperturista y dialogante para interpretar los acontecimientos era evidente.  

Supongo que Mikel Arizaleta desconoce, entre otras cosas, que Negrín médico socialista y profesor de Arrupe, acudió a Loyola y visitó y abrazó al novicio Pedro Arrupe. Allí se abrazaron el futuro presidente de la República española y el futuro general de los jesuitas.  

Que en Hiroshima ahora hace 71 años recogió a cientos de niños y convirtió su despacho en sala de operaciones y salvó decenas de vidas. Supongo que desconoce que Arrupe escribió un telegrama a Franco pidiendo clemencia para evitar la muerte del militante de ETA Iñaki Sarasketa. O que, se reunió durante 65 minutos con el dictador y aprovechó la oportunidad para denunciar torturas de la policía.

-    Tiene usted pruebas de esas torturas?
-    He visto las espaldas de algunos jóvenes torturados, - respondió Arrupe.

Significativo y simbólico que en la Casa Arrupe de Loiola se juntaran en otoño del 2006 hasta 12 veces los representantes del PNV, HB y PSE para conseguir la finalización de la lucha armada de ETA y un acuerdo de paz. En la mesa de Loiola se tomó la discreción como norma.

El pasado viernes 29 de julio, Otegi visitó Arrupe Etxea y afirmaba que en Loiola están todas las piezas para un acuerdo básico. Ojalá sirva también Arrupe Etxea para poner voz a una situación silenciada de sufrimiento y dolor, y como lugar de acuerdo para acabar con la dispersión de los presos y traerlos a Euskal Herria.   

Por las decisiones tomadas durante su generalato, Arrupe tuvo que sufrir todo tipo de incomprensiones y contradicciones, incluso, de las más altas instancias de la Iglesia. De hecho, sus detractores llegaron a decir de él que «un vasco (san Ignacio de Loyola) había fundado a los Jesuitas y otro los iba a destruir». De Arrupe se puede decir que por sus hechos le conoceréis.

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