Julio Urdin Elizaga
Escritor

Buldain, un «lupasquiano» arte

(En el primer aniversario de la desaparición del artista)

Ha podido llamar la atención esa aproximación al mundo ondulatorio y corpuscular tan particular de otros ámbitos aproximativos a la realidad, físico y hasta biológico, que realizara en el anterior escrito homenaje al recientemente desaparecido artista Buldain. No se trata de una ocurrencia, al menos por mi parte, puesto que este acercamiento ya fuera realizado en su día por el pensador de origen rumano, nacionalizado francés, Stéphane Lupasco, en breve ensayo sobre la relación dada entre Ciencia y Arte abstracto. Y así como la moda de la época hiciera que un economista de derechas, Rueff, y un ideólogo de la izquierda, Politzer, entre muchos otros, vieran en ello la oportunidad de una puesta en relación entre mundos en apariencia opuestos como los relacionados con materia y espíritu, remembranza, por otra parte, de regusto cartesiano, así también este autor intenta su «naturalización» mediante la necesaria conciliación de contrarios, existentes y necesarios, «de sus complementariedades antagónicas y contradictorias», puesto que: «Si la afirmación y la negación se separan demasiado fuertemente, si lo homogéneo y lo heterogéneo se actualizan con exceso, si lo continuo o lo discontinuo, lo ondulatorio y lo corpuscular, la apertura a las solicitaciones y agresiones del mundo exterior o la soledad biológica de la exclusión individualizadora ocupan el alma, el alma se debilita y muere». (Este autor percibía de tal modo el proceder de un alma, espíritu y mente enfermiza).

La obra de Buldain consiste fundamentalmente en combatir este declive «energético» que tanto él como Lupasco apreciaran en aquella `humanidad´ que les hubo tocado vivir formando parte de nuestra realidad actual. El primero de ellos lo hizo, a su manera, en "Tres tiempos" –título del catálogo encabezado por la reflexión del crítico Juan Zapater sobre El París que nunca existió, «salvo para quienes hicieron del arte un manifiesto de libertad–; tal y como anteriormente también Lupasco lo realizara en Las tres materias (Física, Biológica y Psíquica) cuando de forma inequívoca afirmara que «el fenómeno psíquico es la esencia misma del arte», puesto que tal y como afirma en otra parte, «los acontecimientos del «alma» no son ni reales, en cuanto actualidad, ni irreales en cuanto pura virtualidad. [...] Y el arte, muy especialmente el arte abstracto, no es más que la expresión de los estados del «alma» invariables, a la vez que cambiantes, permanentes y huidizos, que permanecen y discurren al mismo tiempo, pero sin permanecer ni discurrir». (Cabe recordar aquí que estas palabras, o parecidas expresiones, publicadas en el año 1963, cobrarían vida en aquellas animadas tertulias tan propias de los cafés parisinos frecuentados por círculos de artistas y pensadores. Buldain retornó de aquel exilio que iniciara el año 1948 domiciliándose en Uharte, en el año 1969, hasta su muerte en el de 2024).

Toda manifestación artística parte de un esfuerzo de abstracción. Aun el más realista, que también lo hace. Pero ante la pregunta sobre qué es lo que distingue al arte abstracto actual de otras manifestaciones coetáneas, Lupasco responde afirmando desde su tercio inclusivo, distanciándose de aquel otro aristotélico excluido, que: «En la base de todo conocimiento sensible, de toda prospección del universo llamado concreto (visual, olfativo, auditivo, etc.), y, por lo mismo, de toda elaboración mental se encuentra esta abstracción cuyas condiciones y cuyo mecanismo implican un antagonismo inicial, una agresión mortal y una reparación, en otros términos, una especie de prodigiosa sucesión de muertes y resurrecciones».

Tres tiempos vino a ser buena muestra de ello; de cómo en la dinámica generada por actualidad y potencialidad, el relevo está garantizado por ese mundo de contradicciones que surgen cada vez que uno piensa haber alcanzado la meta marcada. Decía Patxi al respecto, que su pintura no era la misma en aquellos dos lugares de adopción que fueran el universal París y el más local de Uharte. Tampoco el estado de ánimo, afectividad, que en momento dado afirmara de su obra estar en un período negro, oscuro, remitiéndonos a la paleta de colores usados en su realización. Y cuando se le preguntaba sobre la etiqueta de la misma, si figurativa o abstracta, él no tardaba en responder llamándonos la atención sobre el hecho de que toda selección fragmentaria de la misma es, en sí misma, un ejercicio «suprematista» (supermatista, en su particular manera de expresarse), conciliando de aquel modo polaridades opuestas tan propias del momento en que se viviera la forzada conciliación fruto de la toma de conciencia de la capacidad destructiva atómica en manos de la humanidad y de su consiguiente política de enfriamiento que supuso la división del mundo en dos bloques.

Su pintura, de esta manera, conciliaba los mundos, onírico y real, objetivo y subjetivo, corpuscular y ondulatorio, siempre abierto a la partícipe interpretación del observador. Lo mismo cuando pintando él mismo en el taller iniciaba a otros en el arte de hacerlo.

Pintor intuitivo, por antonomasia, no era amigo de eruditas disertaciones sobre las tendencias y corrientes de la estética, que despachaba con un irónico, cuasi onomatopéyico, ¡buah! Y cuando coloquialmente llegábamos al nivel de la trascendente inmanencia sobre orígenes y «avenires» (palabra que utilizara con frecuencia para referirse al por-venir) con visión desde el anarco-militantismo-materialista, terminaba zanjando la cuestión con una especie de visión pampsiquista, de condición atómica y nuclear, con la que también Lupasco cerrara, abriéndola, la cuestión sobre qué es lo que nos unifica diversificándonos.


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