Iñaki Egaña
Historiador

Cada palo que aguante su vela

La prepotencia en política es sinónimo de sectarismo. Es decir, pretender que el otro sea como yo quiero. Marcarle su progresión, acotarle su espacio político e incluso mostrarle qué letras y qué términos deben de salir por su boca.

Ese parece ser el juego de los jeltzales Urkullu, Egibar y Ortuzar (UEO), un trío que en los últimos días se ha destacado por indicar a la izquierda abertzale los moldes de su mensaje. Eso, efectivamente, es prepotencia.

Prepotentes porque no eligen el medio para el debate, sino que se rodean de besamanos que mueven sus orejas para aplaudir, de transmisores de un mensaje muy determinado. El Nodo del siglo XXI, tan viejo como el control de los medios. Salen a la palestra no para lanzar una opinión, sino para marcar ideología. Y en esa ideología conservadora, la central la subrayan con fosforito: la izquierda abertzale está inhabilitada para hacer política mientras no renuncie a su propia historia.

Una petición de la que están exentos el resto de sectores del país, desde la derecha ultramontana y posfranquista, con la que UEO (PNV) mantienen una alianza estratégica en los temas de fondo de estructura económica y militar (gestión neoliberal con Kutxabank de faro y OTAN los más notorios) hasta los social-liberales del PSOE, hoy arropando al PNV en gobiernos capitalinos y en el Parlamento de Gasteiz.

Este trío, PNV, PP y PSOE, ha sido el que ha mantenido la estabilidad de Hego Euskal Herria frente a las apuestas serias de ruptura. En los momentos estratégicos, cuando la comunidad internacional, económica o militar lo ha pedido. También en los detalles, en el desahucio de los jóvenes, en el castigo a los presos y sus familiares, en la ocultación de la tortura, responsables de la guerra sucia, en su servidumbre a las patronales y sus reformas. En los momentos más tensos, el PNV ha sido precisamente el encargado de legitimar en Euskal Herria a un Estado infame.

Los altibajos históricos del PNV están ligados a su coyunturalismo natural. La máxima de «Euskadi es la patria de los vascos» tiene un anexo importante en lo que se refiere a su actividad, gestionar el dinero público con vocación privada. Y ya se sabe la de trampas, triquiñuelas, cambios de cromos y apuestas que hay que realizar para avanzar en esa privatización de lo público. A ello habría que añadir el mantenimiento de una numerosa plantilla que exige su porción cada legislatura, aunque no sepa hacer la O con un canuto.

No quiero por ello modificar, ni señalar al PNV lo que tiene que decir. Lo que tiene que hacer. Creo reconocer aproximadamente su ADN, su lacayismo frente a los poderes reales, su verborrea según las circunstancias (ultra, socialdemócrata, pactista, violenta, pacifista…) que no se corresponde con su praxis. Su gestión interna y externa, dependiente de decenas de empresas de marketing que le marcan pasos, palabras y gestos. Para que todo siga en su sitio, como los años del partido, 120. Hace mucho tiempo que sabemos de qué se trata cuando nos referimos a los que se llamaron «cristianodemócratas», en cuyo nacimiento participó el PNV.

Por eso, no pretendo arrimar el ascua a la sardina. El PNV es como es, como lo fue. Y su itinerario político ahí está, sin necesidad que ahora lo modifiquen edulcorando un relato accesible a las nuevas generaciones, transformando sus errores estratégicos en olvido, mostrándose como el único ganador de un Oscar, como el más apropiado para gestionar la penetración multinacional, la deslocalización, el despido libre y la modernización de nuestras infraestructuras.

No sé qué futuro nos deparará el país, pero sí creo de veras que llegado un hipotético momento de confrontación democrática sobre la soberanía económica, la UEO (PNV) tendrá de colegas a Christine Lagarde, Luis de Guindos, Roberto Larrañaga, Eduardo Arechaga, Mario Drahgi y crucificará (espero que sólo en sentido metafórico) a Txiki Muñoz y Ainhoa Etxaide. Por citar nombres.

Por ello me resulta tremendamente cansino, aburrido, escuchar una y otra vez esa cantinela de que la izquierda abertzale debe renunciar a todo y convertirse, por lo visto, en una tendencia del abertzalismo jeltzale. Una petición que no es de estos últimos meses, semanas, que parece novedad, sino desde que mi memoria alcanza. Incluso desde épocas en que unos y otros teníamos prohibida la vida pública política.

Cada uno, cada sector, debe aguantar su vela, el movimiento de su llama. Y en esa reflexión, cargar con sus culpabilidades, sus errores, sus fracasos y, por extensión, sus éxitos. Marcando las franjas que separan a la confrontación política, sin caer en el manido buenos y malos. Sin arrogarse las victorias, que las hay, generadas por el impulso y el compromiso del otro.

En esa línea, me parece muy poco ético, por utilizar un término en boga, toda esa parafernalia posmoderna en la que los jeltzales intentan maquillar su posición para zurrar a todo aquello que no se deslice de su discurso. Sin la izquierda abertzale y otros sectores populares entonces aliados, nuestro país habría contado con el mayor índice de centrales nucleares per cápita de Europa, tasado con el menor número de zonas naturales protegidas del Estado, toda su costa sería un Benidorm «etxeko», incluidos puertos mastodónticos, y Leizaran computaría gasolineras cada 20 kilómetros en vez de arropar un poco del aire que nos queda. Por citar ejemplos ambientales.

Me parece poco ético que nos hayan estafado con un producto made in basque, naranja y con franjas en el culotte, «gran logro» del apoyo a los presupuestos de Aznar, para luego venderlo a un fondo buitre norteamericano, que hagan negocio con el petróleo, la energía o los medicamentos, para compartirlo con estados terroristas como Qatar, con multinacionales depravadas. Me parece innoble que retiren el simbólico impuesto a la riqueza para contentar a medio centenar de empresarios cuya patria vasca está en Madrid, Luxemburgo o las Islas Caimanes.

No es de recibo acordarse de las torturas en 2016, cuando la picana afectó a miles desde antes que tuviéramos conciencia, no es demasiado lógico abanderar la reparación a las víctimas del franquismo en el siglo XXI cuando tuvieron una oportunidad de oro de hacerlo desde 1979. No es ético hablar de ética cuando su proyecto amoral o inmoral, desconozco la línea que los separa, desprecia a esa inmensa mayoría que se desespera cada mes por llegar dignamente a su fin.

Yo no pido, y lo hago en singular para no incomodar a algún colega, que el partido de los 120 años de historia renuncie a la suya. Sé perfectamente cuáles son sus razones, sus aliados y sus objetivos. No me convencen, obviamente, no los comparto. Es el pueblo vasco quien ha dejado su estela, no un partido u otro. Los que intentaron avanzar, modificar y voltear situaciones de asfixia, aún con el peligro de perderlo todo (muchas y muchos lo hicieron en su particularidad), y los que defendieron su posición, aquellos a los que no solo nuestra generación sino anteriores tacharon de inmovilistas.

El pasado es irrenunciable, por razones biológicas únicamente, ya que el tiempo es un concepto filosófico. Por ello, intuyo que cuando piden a la izquierda abertzale que renuncie a su pasado, lo que están pidiendo, en realidad, es que dimitan de su futuro. Que es la batalla en la que, a fin de cuentas, estamos todos inmersos.

Recherche