José María Pérez Bustero
Escritor

Carta a los gobernantes de España

Podrán mirar desde sus oficinas de gobierno muchos más sucesos del dinamismo de estos y de otros pueblos y zonas, además de las insulares. Pero este simple vistazo debe advertirles que no hay tierras y gentes mudas en España.

Al no poder hablar directamente con ustedes, señores del próximo gobierno, he decidido a través de NAIZ darles un consejo para la gestión que les espera. Muy simple. Que no imaginen a las gentes y tierras de España como pasivas y mudas.

Y para que lo comprendan y asuman, les invito a hacer un pequeño repaso del proceso histórico y realidad de dichas zonas.

Empiezo por el noreste. Cataluña. Echando la vista atrás, tenemos a los condes que obligaban a la gente a vivir adscrita a las tierras que cultivaban. Y debían pagar un precio –una «remensa»– si decidían irse. Hasta que los campesinos se rebelaron (1462-1471) y lograron que anulasen dicha carga. Cuatro siglos más tarde tuvieron lugar las tres guerras carlistas, en las que Cataluña defendió sus fueros y autonomía. Y en el siglo XX tenemos la guerra de 1936, con miles de hombres y de mujeres rechazando la sublevación franquista. La actual autoafirmación sociopolítica es una muestra más de que no son gentes pasivas ni mudas.

Pasamos a Aragón. Dejamos a sus reyes centrados durante siglos en su expansión por el Mediterráneo, y llegamos a la «guerra de la Independencia» contra los franceses (1808-1814). La rebeldía de la población provocó una represión que dejó a Aragón arrasado. Pero la gente no se hundió. El año 1873 todos los escaños fueron al bando republicano. Y en la actualidad cabe citar los encuentros de «movimientos sociales, sindicales y políticos de Aragón», y las «Marchas de la dignidad de Aragón», que muestran un Aragón vivo.

Del País Vasco/Navarra les menciono su lengua, los siglos de gobierno propio, sus luchas durante una y otra época por recuperar la gestión de si mismos, la integración como nuevos vascos de gentes llegadas de la península, la búsqueda de mayor autogobierno asumido por la población. En ningún momento aparecen la mudez y la holganza.

Vamos a la cornisa cantábrica. En su día los romanos mencionaron las revueltas de «cántabros y astures». En el siglo VIII cobró impulso la «reconquista», o sea, búsqueda de nuevas tierras, porque era difícil vivir atascados entre montañas. Y mientras avanzaba la extensión leonesa y castellana, la gente de Asturias conservó su forma de organización. Los Reyes Católicos suprimieron posteriormente las normas de autogestión, pero no cambió la identidad asturiana. Cuando en el siglo XVIII comenzó la explotación de minas hulleras los asturianos crearon una gran estructura y conciencia obrera. Que condujo en octubre de 1934 a una verdadera insurrección en las cuencas mineras. Y en los tiempos del franquismo, el año 1962 tuvo lugar una huelga en la que participaron 60.000 trabajadores. No cabe, por tanto, imaginar a los asturianos como gentes quietas y mudas.

Entramos en Galicia. Entre 1467-1469 se produjo el «levantamiento irmandiño» frente a los grandes señores. Más tarde sobrevino la emigración masiva como escape de la penuria. Y en ese contexto, a mediados del siglo XIX surgió en Galicia el Rexurdimento, que recogía la percepción de Galicia como región olvidada. Y agitaba una nueva conciencia nacional. Desde ella nació en el siglo XX, el Grupo Nòs, e Irmandades de Fala, que organizaron actividades políticas y culturales. Asumiendo a Galicia como patria.

Saltamos a Castilla, y tenemos la «Guerra de las Comunidades» (1520- 1522) contra la prepotencia del rey, y de los grandes señores. Los comuneros se hicieron fuertes en numerosas ciudades. Finalmente fueron dominados por las tropas del rey. Y ejecutaron a los caudillos Padilla, Bravo y Maldonado, el 24 junio 1521. Pero la memoria de aquellos sucesos se conservó durante generaciones. En el siglo XIX los consideraron como precursores de la libertad. Incluso se creó en 1988 el movimiento «Tierra Comunera», que ve las tierras de Castilla como nacionalidad histórica.

Otra tierra: Extremadura. Al estar situada entre Lisboa y Madrid, la guerra de independencia de Portugal (1640) provocó el éxodo de gente y gran despoblación. Que se repitió con la guerra de sucesión (1702-1713), y la de «Independencia» (siglo XIX) por la penuria que acarrearon. Una enorme tragedia tuvo lugar el 14-15 de agosto de 1936. Bajo el ataque del franquista coronel Yagüe, las calles y la plaza de toros quedaron llenas de sangre de las personas asesinadas en ellas. Y ya en la segunda mitad del XX, de nuevo fueron miles las personas que emigraron hacia diferentes zonas. Está claro que no es tierra muda sino pisada y olvidada por los gobiernos.

Llegamos a Andalucía. A mediados del siglo XIX tuvieron lugar levantamientos populares y ocupaciones de tierra por parte de los campesinos. Poco después sucedió la revolución de 1868 con una intensa actividad popular. Que se hizo trágica con la insurrección anarquista de 1933 y la represión del gobierno. Seguida en la década de los 60 por el drama de cientos de miles de andaluces que emigraron ante la dura situación económica y falta de expectativas. Hoy sigue siendo zona de alto paro y baja renta per cápita. Turismo sí, pero sin reparto de beneficios. Un drama que a veces intentan tapar con simple folclore.

Desde luego, señores gobernantes, leídas estas reseñas, podrán mirar desde sus oficinas de gobierno muchos más sucesos del dinamismo de estos y de otros pueblos y zonas, además de las insulares. Pero este simple vistazo debe advertirles que no hay tierras y gentes mudas en España. Y que ustedes necesitan mirarlas al detalle. Y escucharlas. Sería una suerte para el país que ustedes no se consideraran gobernantes sino meros coordinadores de las gentes y zonas.

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