José María Pérez Bustero
Escritor

Cataluña, 1.200 años de autoafirmación

Y esa conciencia colectiva de identidad se hizo más cruda en el XIX ante la política centralista de los liberales.

Cataluña va siendo noticia desde que el 27 de octubre del año 2017, tras la celebración de un referéndum, se hizo declaración de independencia en el Parlamento catalán; a la que siguió, por temor a la represión, la marcha al exilio de diversos dirigentes, y la entrada en prisión de los nueve que habían permanecido en su tierra.

De nuevo dirigió la prensa su atención a Cataluña cuando Pere Aragonès tomó posesión del cargo como president de la Generalitat el 24 de mayo de este año 2021, y cuando el Tribunal Supremo manifestó dos días después su oposición a un posible indulto de los presos.

Desde luego, se pueden hacer múltiples análisis y recogida de opiniones sobre estos sucesos. Pero lo realmente explicativo es echar la vista atrás y mirar el proceso de Cataluña a lo largo de los siglos, ya que esa perspectiva hace comprender la autoafirmación que se mueve en las vísceras de esa tierra.

No hace falta ir a la prehistoria. Pero resulta aclaratorio echar un vistazo ya al siglo VIII, cuando los francos, tras frenar el avance musulmán en Poitiers, el año 732, crearon la llamada «Marca Hispánica»: una barrera defensiva, dirigida por condes francos, para frenar posibles nuevas incursiones musulmanes. Dichos condes establecieron una relación cada vez más estrecha entre ellos y, a primeros del siglo X, funcionaron con plena libertad frente a los reyes francos, organizaron como forma de gobierno las llamadas «Cortes de Cataluña», y se extendieron por la costa, llegando a ocupar Tarragona el año 1116 y, un siglo más tarde, el año 1229, incluso tomaron la isla de Mallorca.

Cuando sobrevino el descubrimiento de América y la sucesiva colonización, desde finales del siglo XV, Cataluña se mantuvo ajena a esa dinámica. Su campo de acción era el Mediterráneo, que tenía una actividad comercial muy importante entre los diferentes pueblos asentados por sus costas.

Paralelamente había una conciencia intensa de derechos entre la población catalana. Ante la querencia de los dirigentes de establecer una sociedad feudal, en la que los campesinos quedaran adscritos de modo forzoso y hereditario a los campos que cultivaban, se generó un descontento general que llevó a las llamadas «guerras remensas» de la población contra los dirigentes, que duraron desde el año 1462 hasta el 1485.

Con esa autopercepción de la población catalana, se comprende lo sucedido dos siglos después, cuando el ministro Olivares, valido del rey Felipe IV de «España» (1640-1652) impuso impuestos por toda la península para reforzar y unificar el ejército, con la intención de involucrarse en la guerra de los treinta años entre Francia y el imperio de los Habsburgo, para retener las posesiones de los Países Bajos. Con ese propósito decidió asentar tropas mercenarias en Cataluña para enfrentarse al ejército francés. Esas medidas motivaron la rebelión de la gente (guerra «dels segadors») contra dichas tropas. Vale la pena anotar otra consecuencia: que Rosellón pasó a la corona francesa.

Siglo XVIII. Al morir el rey español Carlos II sin dejar un heredero directo, se produjo la llamada «guerra de sucesión» (1701-1713) entre Austria y Francia para hacerse con el trono hispano. El abandono del pretendiente austríaco supuso la llegada al poder de los reyes Borbones franceses. Y estos, herederos del centralismo francés, diseñaron la «España Vertical», con la abolición general de los fueros, y centralización del gobierno en Madrid.

Las zonas se quedaron resentidas. Y esa conciencia colectiva de identidad se hizo más cruda en el XIX ante la política centralista de los liberales que no valoraban la diversidad peninsular. Se produjeron las llamadas guerras carlistas por diversas zonas, destacando las del norte, especialmente dramática en Cataluña.

Otro elemento a tener en cuenta en dicho siglo es que estaba surgiendo un gran desarrollo industrial, y un intenso movimiento obrero en Cataluña. Por otra parte, la conciencia de ser una zona con andadura y derechos propios llevó a crear el año 1891 la Unión Catalanista, que defendía el derecho catalán frente al Código Civil firmado en Madrid dos años antes.

Entrando en el siglo XX, hay que recordar la dictadura de Primo de Rivera (1923-1930) con su proclamación de «España, Una, Grande, Indivisible», y la prohibición de lenguas diversas al castellano, entre ellas, el catalán. Con ello se renovó la conciencia en Cataluña, con iniciativas en el campo cultural, y el tanteo de una insurrección.

Esa conciencia no se perdió con la llegada de la Segunda República española (1931-1936) pues el gobierno central no mejoró el trato a Cataluña.

La guerra franquista, por su parte, y el subsiguiente régimen supuso el exilio de gentes fuera de la península, y la abolición de las instituciones catalanas, incluyendo la prohibición de su lengua. A pesar de esa represión no quedó anulada la autoafirmación de Cataluña, pues se dieron expresión de autoafirmación a nivel intelectual y cultural.

Llegamos así a la actualidad. Desde luego, Cataluña no es una tinaja de personas, sino se dan tipologías distintas. Por su parte, el gobierno central, que ha dado la que llaman autonomía a Cataluña, arrastra, aunque lo oculte, el mensaje de una España que, en definitiva, está bajo el gobierno de Madrid. Cuando el presidente Sánchez expresó el 25 de mayo de este año su querencia de no quedarse atrapados en la revancha ni en la venganza, habría que decirle: Muy bien, señor presidente, pero le queda pendiente la tarea de conocer la realidad de Cataluña, parida tras un proceso secular de autoafirmación.

¿Habría un consejo que enviar también a Pere Aragonès, presidente de la Generalitat? Que fomente el sentido de vecindad de los catalanes con el resto de las tierras peninsulares. Muchos catalanes proceden de ellas o son hijos de los que vinieron. Otro punto, señor Pere: saber que muchas de esas zonas tienen procesos semejantes al de Cataluña.

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