Josu Iraeta
Escritor

Con paso corto

Cuando uno accede a leer la prensa diaria, es consciente de que el contenido, a semejanza de los «catecismos» de las diferentes religiones y creencias, es variable. Nadie miente y aunque todos hablan de lo mismo, todos dicen diferente. Es la democracia.

Una democracia delgada y hambrienta, desmemoriada y corrupta. Una democracia que no admite sus errores. Una democracia que «salvó» al mundo de la competencia militar, económica y política que representó el «socialismo real» y que hoy se encuentra sumida en un marasmo cuya primera consecuencia es el permanente cuestionamiento del modelo neoliberal vigente.

Una democracia que ha contaminado el planeta de norte a sur, tanto política como físicamente. Que ha impuesto la economía del enriquecimiento rápido y la pobreza creciente. De los industriales millonarios y las industrias en quiebra. De los banqueros pletóricos y corruptos, «amos y señores» de los Estados pobres. Todos ellos han puesto al mundo en una posición difícil y peligrosa.

Es insoslayable establecer una relación directa entre el escándalo del hambre y la especulación mundial desenfrenada. Entre la pobreza y el racismo. Entre el aumento de los conflictos y los intereses belicistas de los «poderosos».

Hoy nadie pone en duda que las «crisis» del capitalismo son cíclicas, esa es una de las razones por la que la inercia de aquellos años continúa. El tiempo ha trabajado voluntades y como consecuencia Europa ha llegado a ser proclamada «Unión», pero lo cierto es que los conflictos sociales y las dificultades que todavía afrontan los Estados más pobres, ponen en cuestión el modelo.  

También como entonces, desde el Este, y sobre todo del Sur, aumenta sin descanso la presión migratoria. Los ciudadanos se resisten a soportar la desenfrenada corrupción y a seguir pagando los costos sociales del falso «progreso» neoliberal.

Lo cierto es que todo se mueve como si, en cuatro décadas de interesada, hueca e irresponsable euforia, los mecanismos del sistema se hubieran enajenado de golpe y amenazaran al propio sistema desde su interior. Y es cierto, por que eso es lo que ocurre, ese es el cáncer congénito del sistema capitalista.

El resultado es un mundo fracturado, roto, en continuo estallido, como si el «santa bárbara» de cada país estuviera conectado de continente a continente. Muchos de ellos muestran todavía las cenizas que delatan la verdad. Unos arden hoy, como antes ardieron otros.

Todo lo expuesto es cierto, inapelablemente cierto, es por eso que, -en mi opinión- las personas críticas, que razonan y cuestionan, debieran sentir la necesidad, el deseo de difundir, de convencer, que existen alternativas a la crisis capitalista, al mundo de «países chabola». Que es posible mitigar, debilitar el control militar del planeta al que nos dirigen quienes –a muchos miles de kilómetros de sus hogares- no vacilan en invadir, saquear y masacrar países, para mantener su hegemonía.

Para entender las consecuencias prácticas de los actuales regímenes políticos, no es necesario viajar mucho, si levantamos la cabeza y observamos con detenimiento los «aconteceres» de nuestros vecinos, tanto del norte, como del sur, podríamos pensar que el «socialismo democrático» debiera haber encontrado, por fin, su oportunidad, pero lo cierto es que sus continuas «renuncias» ante la presión neoliberal, lo han evitado.

Si miramos al sur, en España, a pesar de que hace tiempo que «huele» a fin de reino, este no se ha concretado, porque sus socialistas, cada vez que llegan al gobierno olvidan la prédica que les distinguió en el pasado, un pasado tan lejano como diferente.

Si miramos al norte, observaremos que los socialistas que han gobernado la República de Francia, hace ya mucho que plegaron las velas ante el neoliberalismo. Quizá no sería exagerado afirmar, que, en primera instancia, «sacrificaron» el socialismo, hoy es posible que estén cerca de acabar con los socialistas.

Vivimos momentos convulsos por diferentes razones, razones que convergen en la respuesta que genera el «limbo» jurídico-político que permite –incluso en pleno siglo XXI- el colonialismo y la dominación. Sin embargo, el mensaje que se percibe de uno y otro lado, nos dice que cada uno está donde le corresponde, que su situación es lógica, que está obligado a «adecuarse» a su posición.

No es cierto, ante este mensaje fraudulento y perverso, debemos responder que el mundo hacia el que nos dirigimos, no es aceptable, ni lógico. Y no lo es porque de serlo, la sociedad civil estaría aceptando el fin de su proyecto de vida, del derecho a realizar sus sueños y aspiraciones. Significaría, de hecho, un legado mortal para el futuro de nuestros hijos.

En las últimas cuatro décadas hemos aprendido a medir con serenidad la distancia recorrida. Hemos aprendido que, salvo los fundamentos que mantienen vivo a un pueblo como el nuestro, «casi» todo es negociable. También hemos aprendido a no dejar a nadie atrás, y eso se consigue avanzando con paso corto.

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