Alfredo Ozaeta

Contexto y entornos

En numerosas ocasiones y a la hora de analizar situaciones o tomar decisiones de cualquier naturaleza obviamos la conveniencia, y en mi opinión necesidad, de contextualizar las razones o argumentos que nos sugieren realizar alguna acción tanto personal como colectiva. Incluso, cuando nos creamos una opinión sobre hechos observados o análisis oídos o leídos, es recomendable parametrizarla, aunque ello incomode o interfiera en nuestra forma de pensar o de actuar. Además de dotarnos de una mayor visión y más objetiva, también de alguna manera nos ayudaría a entender lo realizado o decidido por terceros.

Hemos llegado a un punto donde la información se mimetiza con la desinformación exigiéndonos grandes dosis de criterio y análisis compartido para poder discernir entre lo que es verdad o lo que quieren que nos creamos, sobre lo que objetivamente es justo o injusto, o sobre lo que pretenden dogmatizar como correcto o incorrecto. Los mensajes que normalmente recibimos sobre cualquier hecho o dato preceden a los estereotipos enlatados ya cocinados por los lobbies y difundidos profusamente por sus plataformas creadoras de estados de opinión o pensamiento único. Así, intentan formatear nuestro criterio o juicio sobre quiénes son los terroristas y quienes no, quienes tienen derecho a defenderse y quienes no, que se puede decir y que no. En definitiva, la sucursal terrenal sobre los juicios divinos del bien y el mal.

Por fin, de alguna manera ha llegado el reconocimiento religioso, en sus múltiples variantes mercantiles, de que el cielo y el infierno están en la tierra en función de donde te haya tocado nacer, pacer, o como morir en razón a los caprichos del destino. Dejando claro que los méritos para merecer el paraíso o el averno se deciden desde el poder y el dinero, en ningún caso a través de las razones, manuales de comportamiento o bondades que los empleados de sus multinacionales intentan prescribirnos.

La actual degradación del contexto en amplios sectores del estado español, y en otras muchísimas sociedades, no tiene precedentes en las últimas décadas, el fascismo campa a sus anchas, los poderes les aplauden y cualquier atisbo de progresismo, avance social en derechos e igualdad es vilipendiado por la mayoría de los medios. La simple y lógica voluntad de dar solución a problemas generados por déficits democráticos es saboteada y demonizada por los sempiternos reaccionarios. Los facinerosos golpistas acusan a los demócratas de golpismo, los totalitarios hablan de derechos que permanentemente ellos niegan, los que durante décadas han causado terror llaman terroristas a los que han osado plantarles cara, los asesinos de un régimen dictatorial exigen a los demás lo que ellos jamás hicieron. La perversión de los valores y principios democráticos más elementales es total.

Su nula cultura democrática no admite hechos diferenciales, al igual que no acepta el valor y capacidad de decisión de las mayorías, no entra en su esquema que no sean ellos los que dominen o los que ostenten el poder e impongan su retrógrado ideario y falso relato. Están acostumbrados a que nadie les interpele y mucho menos les remueva conciencias o recuerde su pasado. Su impunidad es absoluta, insultan, calumnian, difaman y amenazan con total ligereza y dispensa, sabedores que la judicatura está de su parte. ¡Cuantos años de prisión han penado injustamente jóvenes y no tan jóvenes vascos y de otras latitudes por bastante menos o por nada! Pero claro, su osadía fue el intentar traer las libertades, no el cercenarlas.

Desgraciadamente, el presente y complejo contexto tanto cercano como lejano no presagia optimismo tanto en el ámbito político, cultural como puramente democrático. Las injusticias, escándalos o conflictos han dejado de formar parte de las memorias colectivas como vínculo y exponente de lucha o impulso social para su justa solución. Actualmente, estamos asistiendo a un criminal genocidio sobre el pueblo palestino de dramáticas consecuencias sin que desde ningún estamento social o político se esté consiguiendo pararlo. Otro ejemplo más de lo poco o nada que importamos las personas y de cuáles son las prioridades de los poderes.

El individualismo y la perdida de conciencia provocada por las corrientes neoliberales, con la inestimable ayuda de la globalización de las nuevas tecnologías, también está penetrando en sectores juveniles que no olvidemos, son una parte fundamental del futuro de cualquier sociedad y el motor de cambio en la regeneración hacia un sistema más justo.

Afortunadamente, también contamos con entornos, y no solo en nuestro pequeño país, también en los de los vecinos cercanos y lejanos, con niveles de concienciación y notoria sensibilidad progresista para todo aquello que los grandes poderes intentan denostar: solidaridad, igualdad, libertad, derechos, justo reparto de la riqueza, etc.

Y al igual que la lógica de la teoría de conjuntos, y desde el respeto a las libertades de cada cual, debemos reforzar y alimentar estos entornos progresistas poniendo en común todo lo que nos une y dialogar sobre lo que nos separa, sin equivocarse o confundirse de enemigo y por supuesto ignorando a quienes pretenden que nademos sin agua. Solo mediante la acumulación de estos entornos renovadores podremos revertir el contexto.

Sabemos de primera mano lo sufrido y difícil que es abrir ciclos ilusionantes en valores progresistas hacia los derechos y libertad, no perdamos, por tanto, más tiempo ni energías en estériles debates y centrémonos en la mejora de vida e igualdad para todas.

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