Iñaki Egaña
Historiador

Contraterrorismo ilícito

Recuerdo haber leído hace años una especie de poesía sobre el color de la piel. Me impactó y, de paso, asocié aquellas frases a la hipocresía y manipulación del lenguaje. No tengo conciencia exacta del texto, que expresaba algo así como que los blancos al nacer son rosados, en la playa se ponen rojos, al enfriarse azules, al enfermar amarillos y al morir grises. Y tú, le respondía un negro, ¿me llamas a mí de color?

Noam Chomsky escribía que el «lenguaje es neutral por lo que se refiere a hablar y escuchar. Nuestro conocimiento es neutral, pero nuestra explotación de ese conocimiento no lo es». Quienes padecemos el relato de una clase dirigente, extendida en academias, bancos, cuarteles y medios de comunicación, nos hemos hecho a eufemismos, con naturalidad. El peso de la historia. No debería ser así.

Eduardo Galeano nos dejó una ristra de esos eufemismos, que no son sino trucos de los poderosos para dulcificar el lenguaje. Al imperialismo se le llama globalización, al oportunismo pragmatismo, a la traición realismo, mientras los pobres son personas carentes de recursos, y las torturas presiones, tratos degradantes o, en Washington, técnicas de interrogatorio violentas. Los muertos en un conflicto son bajas, y si se trata de civiles, son daños colaterales. Los derechos de las mujeres son relatados como de las minorías cuando, al menos en nuestro país, las mujeres representan un poco más del 51% de la población vasca.

Las guerras de conquista españolas recibieron el apelativo de pacificadoras, al igual que el Plan Zen. España pacificó a las Vascongadas, a los mayas, incas y aztecas. A los campos de muerte, desolación y exterminio que abrió en Cuba los llamó campos de concentración. A los cinco lustros de fumigación política tras su victoria, Franco le puso el titulo de «25 años de paz». Grupos ultras, de reminiscencias fascistas, se apropian de términos como dignidad, justicia, libertad o transparencia.


Vivimos en un engaño. Este verano me acopié de libros adquiridos a peso en un intercambio de segunda mano. Cayó en mis manos un trabajo de un tal Juan Ramón Lodares: “El Paraíso Políglota. Historias de las lenguas en la España moderna contadas sin prejuicios”. Semejante obra debería haber sido titulada conforme a su contenido, algo así como “Burla y mofa del euskara, catalán y gallego”. Cuando Lodares falleció en accidente en 2005, el vicedirector de la Academia de la Lengua española murmuró: «era el lingüista más prometedor e inteligente que teníamos en España».

Hace unas semanas, precisamente, la Academia hispana de la lengua, Real (monárquica) y RAE en su acrónimo, ha dado publicidad a su nuevo diccionario, con nuevas entradas y viejas palabras que ha mantenido en su excelso y monumental tratado. En total, 93.111 vocablos. Para evitar la «manipulación», los sabios ya han adelantado que ha suscitado «polémicas». En realidad, se trata de una nueva patada a la inteligencia. La comunidad rom ya a anunciado su recurso a Estrasburgo. Los gitanos son, al calor de la definición de la RAE, gentes que «con astucias, falsedades y mentiras procuran engañar».

La RAE se ha renovado, pero en algunas cuestiones sigue enrocada en donde la imaginábamos, tal que los académicos de la historia cuando hicieron su Diccionario Biográfico en el que Franco era definido como un ser afable y García Lorca y Antonio Machado como mala gente. Ahora, los gallegos, supongo que por eso de la procedencia de Rajoy, han dejado de ser «tontos y tartamudos» (nada más y nada menos que en 2014) pero el vascuence sigue siendo «lo que está tan oscuro y enrevesado que no se puede entender».


Hace un par de semanas, coincidieron causalmente dos actos de constitución de iniciativas memorialistas. Ambas en Gasteiz. Entonces, por esos vientos extraños que entran por los portales de la capital alavesa y agitan sus árboles singulares, nogal negro, secuoya o tejo, recibí una extraña mezcolanza de ideas. Me vinieron a la corteza frontal derecha, perdonen la pedantería, flashes de blancos y negros, citas de Chomsky y manipulaciones que me han escandalizado. Un aluvión.

Para darle un nuevo aire a la antigua sede del Banco de España, el actual ministro del Interior (en el siglo XIX cuando la Pacificación su título era de la Guerra) anunciaba un Memorial para las victimas del terrorismo. La víspera, frente a la tropa de un cuartel de infausto recuerdo, había arengado sobre la importancia de la «batalla del relato». Eufemismo para referirse a la manipulación de la historia.

Cerca de la Florida, también en Gasteiz, el Parlamento autonómico notificaba la puesta en marcha de un Instituto de la Memoria. ¿Competencia? Lo desconozco. Según leí en la prensa, el Instituto autonómico iba a arropar a las victimas del franquismo, del terrorismo y del «contraterrorismo ilícito». ¿Contraterrorismo ilícito? Pues sí. Han leído bien. Con lo sencillo que habría sido llamar al pan pan y al vino vino. Víctimas del Terrorismo de Estado.

La nueva expresión «contraterrorismo ilícito» viene a sustituir a otra tampoco acertada, «abusos policiales», superviviente en la época de Patxi López. Iñigo Urkullu, ya avisó que «estamos ganando un nuevo horizonte para Euskadi». Y en esa línea, entiendo, el retroceso lingüístico, conceptual, en términos por cierto nada neutrales. Urkullu profesor de pedagogía ideológica.

No se trata de giros del lenguaje al estilo de Borges, Cortázar o Cormac McCarthy. Ni de obabas, ni macondos. Estamos en el cosmos de una intensa manipulación ideológica e histórica. Porque, en primer lugar, si existe una expresión que se llama «contraterrorismo ilícito» es notorio que subyace otra denominada «contraterrorismo lícito». ¿Dónde está la frontera? ¿Son las violaciones lícitas e ilícitas las que concluyen en muerte de las víctimas? ¿Las torturas (técnicas de interrogatorio violentas) con heridos o muertos? ¿Los controles de carreteras disparando a las ruedas o a los ocupantes? ¿Las violaciones de derechos humanos si el fin justifica los medios? ¿Las ilegalizaciones, los cierres de medios de comunicación, las listas negras? ¿El uso de fondos reservados, narcotráfico, para financiar actividades contraterroristas o mediáticas?
¿Fueron muertos Mari José Bravo, Germán Rodríguez, Javier Batarrita, Josu Murueta, Jon Etxeberria, Mikel Salegi, Normi Mentxaka, Koldo Arriola, Alexandra Leckett, Esteban Muruetagoiena o el gitano hernaniarra Joaquín Antimasbere (ese que con «astucias, falsedades y mentiras procuraba engañar») por razones «contraterroristas»? Fueron los manifestantes contra la polución en Erandio (queremos respirar), los de Tudela (aún me conmueve tu inocencia Gladys), los obreros del Tres de Marzo (nos han subido el pan un 40%) unos terroristas?


El contraterrorismo o antiterrorismo, lícito o ilícito, ¿quién podrá la frontera?, ha sido descrito en acrónimos. Acrónimos históricos. Los recordarán. Anti Terrorismo ETA (ATE), Grupos Antiterroristas de Liberación (GAL), Mando Unificado de la Lucha Contraterrorista (MULC)... Levanten los vetos a la investigación, desclasifiquen archivos y quizás seamos capaces de marcar esas fronteras que hasta ahora son impuestas, como las cadenas que canta Fermín Valencia. La perspectiva semántica que nos ofrece este juego de palabras nos lleva también a otro concepto repetido hasta la saciedad en los prolegómenos del Instituto, la ética. El suelo. Aunque en este caso sería la «ética del lenguaje». ¿Lo tuvieron en cuenta? Probablemente, y para ello aplicaron lo que Kant hubiera firmado como «un código de demonios». Este código demoníaco parte de una vieja premisa. El no reconocimiento del otro. La negación de la alteridad.

Y en ese párrafo histórico se asienta el «contraterrorismo ilícito». Madrid continua en su negacionismo (del franquismo a la actualidad), en la negativa a no reconocer sus víctimas. La negación de su sarracina. En consonancia con aquel órdago de Basagoiti a Kofi Annan: «La realidad española es que ETA ha asesinado a 857 personas y los que defendemos la unidad de España, cero». Y Urkullu, síndrome de Estocolmo, agradecimiento al PSOE por apoyar sus presupuestos o vaya usted a saber por qué, avalando que, cuando se trata de víctimas, seguimos donde estábamos cuando en 1873 los bisabuelos del Plan Zen presentaron aquel proyecto llamado “El Quid. La Pacificación de las Vascongadas obtenida pronto, sin sangre y para siempre”. Fue impreso en Madrid, por supuesto, y costaba dos reales. El Gobierno de Gasteiz financió su digitalización. Así que lo tiene disponible desde Ajuria Enea, no lejos del Memorial inaugurado por el ministerio del Interior, y del Instituto de la Memoria que se anuncia desde el parlamento del parque de la Florida. El vals de la tortuga, la canción de Billy el Niño o el bucle de los que jamás tienen derecho a la existencia.

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