Sergi Sol
Periodista

Cuando compartí cárcel con Tejero

La ministra de Justicia asistió al acto de Estado y escuchó impasible el «Viva Franco». La misma ministra abandonó ofendida un acto en Mauthausen, en mayo, cuando hijos de republicanos reivindicaron a Raül Romeva y a los «presos polítics».

Pues sí, estuve encerrado en la cárcel con Tejero. En verano del 91. Él había dado un golpe de Estado, entró a tiros en el Congreso. Y fue condenado a 31 años, por rebelión. El mismo delito que dio cobertura al auto de prisión incondicional contra Oriol Junqueras y el resto de presos y presas. Lo mío era más simple. Me declaré insumiso al servicio militar y me metieron en la cárcel, ipso facto, sin juicio alguno. El auto de prisión fue obra del juez militar Ramírez Sineiro, de A Coruña, donde debía hacer la mili. Presenté formalmente mi negativa. Y el tipo, sin verme, mandó encerrarme en la prisión militar de Alcalá de Henares.
 
Era el señor juez un patriota muy orgulloso. Viendo la última peli de Amenábar recordé su talante y proceder. El día que lo tuve ante mí, luego de mes y medio en la cárcel, me dijo que yo era una vergüenza para la patria. Me tomó declaración mientras agarraba la bandera española y me interrogaba sobre mi apego a la rojigualda. Le dije que ni fu, ni fa, ante la cara de horror de mi abogado, un buen hombre de Comisiones Obreras al que conocí en el despacho del señor juez. Luego me preguntó si mi madre estaba orgullosa de un hijo como yo, un «cobarde» que no sentía nada por la bandera. Cuando mentó a mi madre tuve la tentación de mandarle a tomar por culo. Pero respondí, con cautela, mientras el abogado me suplicaba calma. «Pues mi madre sufre porque usted me ha encerrado en la cárcel. Pero está muy orgullosa del motivo que me ha llevado a ella». Se quedó atónito, balbuceó algo incompresible, bajó la mirada, escribió algo en un papel que tenía delante y mandó que me sacaran de su despacho. Sin esposas, me las habían quitado un momento antes Tenía yo 20 años y el señor juez no me puso de patitas en la calle, sino que me mandó de vuelta a Alcalá Meco.

Luego, al cabo de unos años, Ramírez Sineiro fue procesado por corrupción. Igual si le hubiera soltado unos billetes, sobre todo si tenían la estampa de Franco, en vez de devolverme a la cárcel me deja ir, para casa. O igual era suficiente con gritar, firme y apasionadamente, «¡Arriba España! ¡Viva Franco! ¡Viva el Rey!». Pero vamos, al señor juez no le procesaron por exceso de patriotismo, sino por corrupto.

En la cárcel estuve con el coronel Tejero. A ese, Rivera jamás le ha llamado golpista. Mandaba entonces Felipe González, el mirlo blanco del socialismo español. Y estando yo en la cárcel con el bueno de Tejero, el ministro de Defensa de Felipe equiparó los insumisos a los terroristas de ETA. Así nos trataban.

Al que no vi nunca, por cierto, fue a Tejero. El valeroso coronel de la Guardia Civil estaba en la misma cárcel que yo. Bueno, en un chalet adosado a la prisión. Se hartaba de marisco. Jugaba a tenis y se daba chapuzones en la piscina. Yo solo pisé el patio de la prisión dos veces. Luego me tuvieron sancionado sin ver la luz del sol durante toda mi reclusión.

No me acordaba de Tejero, hasta que lo vi el otro día en la exhumación del caudillo Francisco Franco. La ministra de Justicia asistió al acto de Estado y escuchó impasible el «Viva Franco». La misma ministra abandonó ofendida un acto en Mauthausen, en mayo, cuando hijos de republicanos reivindicaron a Raül Romeva y a los «presos polítics».

Me suelo preguntar qué le pasa al PSOE, qué le pasa a la izquierda española. Y por qué convive con tanta tolerancia con el franquismo mientras reacciona con esa virulencia contra toda disidencia, por pacífica y democrática que esta sea. Luego veo a un tipo inteligente como Miquel Iceta, desfilando de nuevo en la calle junto a toda la derechona, a pies juntillas con los del «trifachito», y me pregunto qué representa hoy el PSC.

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