Olga Saratxaga Bouzas

Cuando de política se trata

Nadie elige ser persona en tránsito, nadie se despierta una mañana diciéndose: «Hoy quiero ser una persona refugiada».

En estos momentos de la historia en los que, hablemos de lo que hablemos, todo es política, hay quien se empeña en vivir al margen de la realidad y negar su relación con lo que acontece diariamente en todos los aspectos de nuestra vida.

Como si aquella (la política) no fuera con nosotras... como si pudiéramos pasar de soslayo por su orilla para no sentir la responsabilidad que nos corresponde, como si pudiéramos obviarla y el simple hecho de escuchar el concepto nos hiciera sentir culpables de haber intentado inmiscuirnos y ser partícipes de nuestro devenir.

En estos mismos momentos de contradicciones y sumisiones, de liderazgos, símbolos y otras idolatrías hay personas olvidadas, personas vulnerables lejos de su tierra y de su ideal original de existencia. La mayoría son personas que, ante causas ajenas a su voluntad, se ven obligadas a buscar otro lugar en el planeta Tierra, un horizonte de sosiego y dignidad donde lo único que anhelan es lo mismo que tú y yo: vivir íntegramente.

Porque nadie elige ser persona en tránsito, nadie se despierta una mañana diciéndose: «Hoy quiero ser una persona refugiada».

Hay un criterio bastante generalizado y, opinemos de lo que opinemos, para algunas personas «Todo es política» en el más banal de sus sentidos, si es que en algún aspecto puede denominarse así. Lo expresan denostadamente, generalmente confundiendo conceptos, equivocando el término con siglas de partidos políticos.

Reflexionar y participar en diálogos o debates sobre lo que ocurre a nuestro alrededor y más allá de nuestras fronteras territoriales o de identidad, supone en ocasiones una experiencia vana y superficial. Son situaciones en las que ciudadanas de primera se enorgullecen de ser apolíticas... y continúan andando su camino, el que se dictamina segundo a segundo desde fatuos despachos de potestad e ignominia, como si la cuestión no fuera con ellas, como si la gran manida frase de «todo es política» cerrase el ciclo de «!aquí no pasa nada!».

Todo es política... y ¡Ciertamente, lo es!

En estos momentos de la historia, se mire hacia donde se mire, sí, todo es política y la Europa de la vergüenza es un claro ejemplo de ello.

En ocasiones, preferimos volver la cabeza y evitar el drama ajeno, sin ni tan siquiera pensar que mañana puede ser el nuestro. Somos incongruentemente consecuentes y percibimos a la persona refugiada o migrante como enemiga, invasora de nuestro espacio vital. Vemos tambalear nuestro estatus social y laboral cuando lo cierto es que, en este contexto de sociedad interracial, hacia la que estamos abocadas, el fenómeno de la inmigración es sinónimo de diversidad y pluralidad, de riqueza, por supuesto cultural, y que también puede ser económica y de transformación individual y colectiva, si se establecen cauces para su aceptación y desde una actitud de voluntades estos son adoptados en términos de inclusión, tendiendo puentes para la convivencia y no campos de minas que mermen las frágiles relaciones del actual conjunto de microcosmos en los que las diferentes etnias nos refugiamos.

La exclusión de lo diferente sólo conlleva a una eterna batalla por la supremacía de lo establecido; dirimir la débil línea existente entre justicia y abuso de autoridad es condición sine qua non para tejer redes de igualdad.

Nos es difícil comprender y asimilar que el enemigo real es común; el poder de los estados y del capital. El mismo látigo que azota a nuestro pueblo económica y políticamente tiene sus cómplices en el resto del planeta. Aún así, algunas somos mucho más privilegiadas que otras por el lugar en que nacimos y habitamos...

El objetivo de este palabras no es otro que mostrar al mundo una realidad maquillada por los poderes públicos, en los que el poder político y sus representantes utilizan su función de cargo como herramienta de distorsión, manipulando a diestro y siniestro según conveniencia del momento. Es un intento, una y otra vez, de desenmascarar tabúes y hacernos despertar de nuestra zona de confort. 


Medios de comunicación reaccionarios y discursos que alimentan el odio y se fagocitan entre sí son el menú diario de espacios de información o, tal vez, debería afirmar espacios de «desinformación». Ante nuestra mirada ocurren continuamente hechos que derivan en consecuencias trascendentales para nuestro día a día y el del resto de especies. Políticas de todo tipo, contrarias a los derechos humanos universales, se ejecutan y practican, cuestionando incluso la propia concepción del sujeto de derecho, y contraponiendo cualquier atisbo de benevolencia se resisten a cualquier amago de empatía o sensibilidad.

Actualmente, durante los flujos migratorios desde África del Norte o países euroasiáticos, sigue dándose el acoso y devoluciones en caliente de personas en busca de asilo o simplemente una supervivencia de calidad, a las que se les niega el paso a la Unión Europea. Países considerados como Primer Mundo continúan aumentando su bagaje de indiferencia y crueldad, ante nuestra propia inacción y consentimiento.



El hecho de que en los grandes medios informativos ya no se ofrezcan imágenes de niñas o niños ahogándose en el mar Mediterráneo o los cadáveres de tantas y tantos Aylan Kurdi tendidos en la arena de una playa solo es debido a que apenas hay voluntariado de testigo para que podamos derramar la lagrimita de turno, porque así lo han acordado los poderes fácticos.

Las rutas migratorias, para miles y miles de personas en tránsito hacia Europa central, van cambiando, pero no van a desaparecer mientras haya personas decididas a llamar a la puerta de lo que consideran la panacea ante todos los males. La puerta de esa UE que cerró ojos y oídos hace mucho tiempo a esta crisis humanitaria del siglo XXI.

La misma que pone, continuamente, alambradas a los Derechos Humanos más fundamentales: el Derecho a una vida plena, allí donde la huída de las guerras, el hambre, el miedo, el terror o el anhelo lícito de desarrollar su existencia con fines de felicidad les obliguen a llegar.

En este momento, es difícil hablar de cifras; innumerables trabas burocráticas de facto dificultan la ayuda que desinteresadamente ofrecen grupos de salvamento marítimo civil. Cuantificar las violaciones de derechos que se están dando entre fronteras y calificar dichas agresiones en los distintos grados de vulneración que les puedan pertenecen resulta una tarea cada vez más complicada, y los datos que pueden obtenerse de primera mano desde los puntos de actuación civil humanitaria en situ no van a ser aceptados de manera oficial por los causantes del conflicto.

Quizás, por eso siga siendo tan fácil para algunas seguir viviendo en una ignorancia deliberada, mientras recitan como un mantra: Todo es política...

Recherche