Jone Bengoetxea
Responsable de Políticas de Igualdad de Género de ELA

De esenciales a invisibles... ¿otra vez?

No podemos olvidar en este punto, a las trabajadoras de hogar y de cuidados que no tienen el derecho a huelga ni los mínimos derechos laborales garantizados, y representan el último eslabón de la gran cadena de los cuidados.

«Me han dicho que si salgo que no vuelva» (trabajadora de hogar y de cuidados interna); «tuve más miedo de perder el trabajo que los efectos del virus en mi organismo» (trabajadora de un call center); «psicológicamente estamos muy tocadas» (trabajadoras de residencias de mayores); «esto ha sido una pesadilla» (limpieza de hospitales). Tristeza, pena, rabia, ansiedad, angustia, impotencia…

Recoger en unas pocas líneas las vivencias y emociones de las trabajadoras de sectores laborales feminizados y precarizados como los arriba mencionados y muchos otros en esta era de la pandemia covid-19 del año 2020, no es solo un ejercicio de reconocimiento y de memoria sino de un mínimo de justicia social y feminista.

Se acerca el Día Internacional Contra la Violencia Machista, el 25 de noviembre, y a pesar de que una amplia parte del imaginario social pueda percibir que la violencia machista se limita al ámbito privado de la vida (a la violencia física, psicológica o a sus expresiones más extremas; el feminicidio), desde el mundo del trabajo y desde el sindicalismo, desde ELA, esta vez queremos remarcar la presencia de la violencia laboral patriarcal que es sistémica y se reproduce cada día.

Una violencia que va más allá del acoso sexual y sexista. Una violencia más sutil, invisible y simbólica que hace que los trabajos de cuidados (tanto en el mercado laboral formal como fuera de él), que son precisamente los trabajos que sostienen nuestras vidas, sean invisibles y no cuenten con el reconocimiento y prestigio social que les corresponde.

Que las vidas y los trabajos que realizamos las mujeres valen menos es un clásico de hoy y de siempre. La división sexual del trabajo así lo marca, pero quizá, la irrupción de la pandemia del covid-19 lo ha hecho aún más evidente a pesar de que los trabajos esenciales para la vida están volviendo a ser invisibles.

Muchas trabajadoras (personal sanitario, de residencias, trabajadoras de hogar y de cuidados, de limpieza…), reconocidas vía decreto como trabajadoras de servicios esenciales en la primera ola de pandemia, pusieron sus cuerpos y sus vidas a disposición de sus empleos y fueron abandonadas a su suerte. Ahora, ya ni los aplausos quedan y nos enfrentamos a crudas realidades laborales tales como, reducciones de personal, despidos,etc.

Resulta alarmante y descorazonador a la vez, que, como sucede en el caso de las residencias privatizadas, la mano pública no asume ninguna responsabilidad ni gesto de reparación con las trabajadoras, residentes y/o familiares, y los intereses económicos del negocio siguen primando por encima del derecho a ser cuidadas de manera digna. Abandono y violencia institucional, en pocas palabras.

De mientras, «la vida y los cuidados en el centro» se está convirtiendo en mantra, eslógan y reclamo de gobiernos e instituciones como si todas y todos estuviéramos posicionadas en el mismo lugar y compartiendo las mismas responsabilidades individuales y colectivas. Un eufemismo y una burla.


En este supuesto oasis vasco de igualdad en el que vivimos en el que los vecinos siempre están peor que nosotras, miles de trabajadoras del sector de los cuidados (residencias y centros de día, ayuda a domicilio, centros de atención a la discapacidad, a menores, a personas en riesgo de exclusión) fueron convocadas a la huelga este 17 de noviembre por el sindicato ELA, y no por capricho. Una irresponsabilidad para las administraciones vascas, una urgencia en los tiempos que corren para la movilización social y sindical.

Entre las reivindicaciones centrales de esta huelga estaba la publificación de los servicios de cuidado a personas en situación de especial vulnerabilidad; la contratación de 10.000 trabajadoras; la mejora de los ratios de atención directa y la garantía de la salud laboral además de un plan de reparación emocional para las trabajadoras que palíe, al menos en parte, las graves secuelas de la pandemia.

No podemos olvidar en este punto, a las trabajadoras de hogar y de cuidados que no tienen el derecho a huelga ni los mínimos derechos laborales garantizados, y representan el último eslabón de la gran cadena de los cuidados.

Así, el reconocimiento de las reivindicaciones y de los derechos laborales de las trabajadoras sería un paso gigante no solo en el camino de la erradicación de las desigualdades estructurales de género sino en la lucha contra la violencia patriarcal en sus múltiples expresiones. De esta manera, seguimos creyendo que las huelgas laborales feministas son herramientas fundamentales para ayudar a conseguirlo.

Porque lo esencial no puede ser invisible.

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