Mikel Malatu
Músico y filósofo

De moderados para abajo

La sociedad vasca en su conjunto, así como los distintos agentes sociales, sanitarios y trabajadores de los sectores esenciales, han demostrado un comportamiento ejemplar ante esta crisis. Ahora solo queda esperar que las decisiones de nuestros representantes políticos vayan en la misma línea.

Decía Aristóteles en la "Ética a Nicómaco", que entre los extremos se encuentran categorizados cuatro tipos de carácter distintos. Estos –según el estagirita– serían el virtuoso, el moderado, el intemperante y el vicioso. Estas disposiciones estarían organizadas en base a los comportamientos de las personas y más concretamente a sus actos. Trataré de ir describiendo cuales serían las características o comportamientos que dicha categorización requiere recreando una situación ficticia, a modo de ejemplo, sobre la cual aplicar las distintas categorías éticas.
    
Supongamos que una persona atropella con su coche a otra y –de repente– se da cuenta que ha olvidado renovar el seguro, con lo que se encuentra fuera de cobertura. Bien. Existen distintas maneras de actuar ante esta situación: digamos que si el conductor del vehículo lo primero que hace es bajarse inmediatamente del mismo, socorrer a la persona atropellada, llamar a una ambulancia y quedarse acompañando al herido hasta que esta llegue, la categoría de este sujeto podría ser bien la del virtuoso o bien la del moderado, pues este antepone la salud del atropellado a las posibles consecuencias que tendrá él al encontrarse sin seguro. Para que dicho sujeto sea introducido en la categoría virtuoso, no es suficiente con que actúe de esta manera, lo que lo hace virtuoso es que se haya comportado así instintivamente, es decir, que no haya valorado las consecuencias negativas de dicha acción para tomar la decisión correcta. En caso de haber actuado de igual manera pero por una especie de remordimiento ante lo sucedido, el sujeto entraría en la categoría moderado. Esto se debe a que ha valorado las consecuencias negativas para él pero, aun así, ha decidido socorrer al herido, seguramente, guiado por una pesada carga moral que le impide actuar de otra manera, aunque él, quizá, preferiría no haber actuado así. Digamos que el moderado se halla en una constante lucha entre lo éticamente correcto y sus deseos reales. La categoría de intemperante, en cambio, se caracteriza porque el sujeto, aun sabiendo cual es la opción correcta, no actuará de esa forma. Decidirá seguir su camino a pesar de tener que cargar con ciertos remordimientos. Es decir, no actúa correctamente pero se sentirá mal por la decisión tomada. Es consciente de cual es la manera adecuada de actuar en estas circunstancias pero prefiere salvar su pellejo. Y por último tendríamos al vicioso: este actuaría de la misma manera que el intemperante pero lo haría sin remordimiento alguno. No posee esa carga moral que le hace sentir mal por la decisión adoptada. Lo hace mal pero no le importa, la decisión se ajusta a sus valores morales.

Ahora, descritas a grandes rasgos las distintas categorías éticas, pongámoslas en práctica en el ámbito de la gestión política actual en relación con la crisis sanitaria en la CAV. Situemos en el centro del análisis a dos de los máximos responsables en la gestión de esta crisis: Por un lado estaría el lehendakari Iñigo Urkullu, como máximo responsable de la gestión política en todos los ámbitos; sanitarios, económicos, sociales, etc., y por otro lado estaría la consejera de Sanidad Nekane Murga, cabeza visible y máxima responsable de las decisiones a tomar en torno a la pandemia en la CAV.

Primero analicemos el papel que el lehendakari ha llevado a cabo en toda esta crisis. Si hacemos memoria, en un primer momento pareció aceptar de buen grado las medidas de confinamiento decretadas por el Gobierno central, aunque le costó bastante reconocer que no había otra salida que tener que suspender los comicios previstos para el 5 de abril. Permaneció con la idea de celebrar las elecciones durante mucho tiempo, a pesar de las advertencias de los epidemiólogos, la OMS y la oposición de los diferentes grupos políticos vascos, pero –sobre todo– del sentido común. Al final lo hizo. Digamos que para tomar tal decisión se pudo sentir presionado por los grupos de la oposición y por la arrolladora realidad de la pandemia, pero sus deseos eran otros. Así pues, en esta ocasión, podríamos situarlo en la categoría de moderado: actúa de la manera correcta aunque en contra de su voluntad. Queda, pues, fuera de la categoría virtuoso a pesar de haber tomado la decisión correcta. Podría haberse colocado la medalla de la virtud si desde el primer momento hubiera optado por la protección de la sociedad a la que representa pero no lo hizo, hubo que esperar a ciertas presiones externas a su partido para que se tomara dicha decisión.

Avancemos ahora en el desarrollo de la crisis y situémonos en la famosa «vuelta a la actividad económica no esencial». Por todos es sabido que, el PNV, con el lehendakari a la cabeza, estuvo presionando al gobierno central, día sí y día también, para que se volviera a la actividad económica no esencial lo antes posible. En esta ocasión, la actitud del lehendakari solo puede situarse entre los modos intemperante y vicioso, pues a pesar de las indicaciones de todos los expertos sanitarios y científicos internacionales que aconsejaban salvaguardar la salud de la población no levantando tan pronto el confinamiento, el lehendakari prefirió dar prioridad al aspecto económico que a la salud de las personas. Queda saber si el lehendakari tomó estas decisiones en contra de su voluntad o si estaba de acuerdo con ellas. Si las tomó con cierto remordimiento estamos hablando de un ser intempestivo, pero todo apunta a que la categoría correspondiente es la del vicioso, pues en las ruedas de prensa que en su momento dio no se apreció en ningún momento carga moral alguna por las medidas adoptadas, es decir, estas fueron tomadas sin ningún tipo de complejo y con la idea clara de querer reactivar la economía en detrimento de la salud de los trabajadores lo antes posible. La soberbia con la que hizo presentes dichos deseos en las consecutivas ruedas de prensa así lo atestiguan. Todo esto, sabiendo que en la mayoría de las empresas ni siquiera iban a tener los materiales necesarios para la protección de sus trabajadores; no los había para los que están en primera línea de los hospitales y residencias, tampoco en las farmacias para la población en general, como para haberlos en todas las fábricas, talleres y demás centros de servicios no esenciales de la comunidad. A este comportamiento se le pueden añadir algunos más que por el camino han ido surgiendo, el más destacable y que iría en esa misma línea viciosa, sería el del anuncio de volver a realizar los comicios cuanto antes, sin saber aún cómo va a ser el desarrollo de la pandemia una vez iniciada la tan ansiada desescalada. Con un problema sanitario como el que tenemos encima de la mesa, estar pensando en cual será el mejor momento para su formación en términos electorales roza lo miserable, por mucho que trate de justificarlo con la «necesidad de un gobierno estable para un futuro próximo en relación a la pandemia». Juzguen ustedes mismos.

Vayamos ahora con la consejera Nekane Murga y el polémico caso de los PCRs desarrollados por científicos vascos y miembros de la Universidad Pública Vasca. Según la máxima autoridad sanitaria (OMS) y distintos virólogos y epidemiólogos estatales e internacionales, la mejor prueba de diagnóstico y prevención del Covid-19 es, sin duda, la de los famosos PCR. La realización masiva de estos test es la mejor arma contra esta pandemia, pues permite diagnosticar con gran precisión los casos positivos y negativos de la población para, tras hacer los análisis pertinentes, aislar a aquellos que pudieran suponer un claro foco de infección, tener constancia de los posibles inmunizados, etc. Claro, para que esto sea efectivo, la realización de este tipo de test debe ser masiva, pues permite hacerse una idea cercana al número real de infectados y, en consecuencia, tomar las medidas oportunas. Pues bien, como todos sabemos, un equipo de investigación de la UPV/EHU, junto con otros científicos vascos, habían creado unos test PCR capaces de ser realizados masivamente y con un margen de error mínimo, además de ser muy económicos, rápidos y de titularidad pública –no olvidemos este último dato. Estos test recibieron el visto bueno del Instituto de Salud Carlos III y podían estar llevándose a cabo en la sociedad vasca desde hace ya más de quince días, cuando fueron homologados. Pero, ¿qué es lo que ha pasado para que el ejecutivo vasco y la consejera Nekene Murga en un principio ni hablaran de ellos, tratando de ocultar a la sociedad vasca los beneficios avalados por diferentes entidades sanitarias y científicas? Pongamos que es cierto, que dichos test deben cumplir un proceso de validación, un protocolo complejo para el buen manejo de los datos suministrados, etc., pero, ¿por qué tratar de invisibilizar aquello que, según organismos sanitarios de todo el estado, era un descubrimiento de altura en lo que a tecnología sanitaria se refiere? No se entiende. Y después, tras ser acorralada por la oposición y por los distintos medios de comunicación que preguntaron en torno a este tema, ¿por qué se muestra notablemente irritada y actúa con la prepotencia de aquel que está por encima del bien y del mal? Pues, al final, no le ha quedado más remedio que reconocer que sí, que su utilización es posible si se tiene voluntad para ello. Pero por el camino ha habido una serie de filtraciones que, desde luego, no dejan en muy buen lugar al ejecutivo vasco y menos aún a su consejera de salud: los científicos que han desarrollado dichos tests comunicaron que la única comunicación posible era la imposibilidad de comunicar nada al respecto. Terrible. Tras el intento de ocultar los detalles de los PCR, la consejera Murga impone la ley del silencio a aquellos que lo han desarrollado y que están dispuestos a realizarlos cuanto antes. Resumiendo, el comportamiento de la consejera en este caso ha pasado por la ocultación de información relevante para la sociedad, más tarde por negar la evidencia, después admitirla pero a regañadientes y finalmente –prácticamente desacreditada por toda la comunidad científica– no le ha quedado más remedio que reconocer que, ahora sí, estos test podrán ser utilizados. Vistos los acontecimientos, en este caso, creo que no hay demasiadas dudas para poder situar a nuestra consejera en el escalafón más bajo de la categorización aristotélica, pero dadas las circunstancias, quizá, debiéramos ser un poco más permisivos. No lo sé. Es posible que en determinadas circunstancias la gente queriendo obrar de la mejor manera consiga un resultado opuesto al deseado. Quién sabe. Yo tengo mis dudas.

No se puede negar que la gestión de una crisis de estas características es de una complejidad sin parangón en los últimos tiempos. La incertidumbre en torno al desarrollo de algo desconocido hasta el momento, la falta de medios para enfrentarse a una situación nueva, el ambiente de pánico, el caos generalizado y multitud de improvisaciones necesarias, pueden justificar las decisiones tomadas –en ocasiones desafortunadamente– por cualquier ejecutivo. Ahora bien, no hay que perder de vista la intencionalidad de las medidas adoptadas en cada momento y valorarlas con la mayor objetividad posible. Cuando las directrices sanitarias van en un sentido y tú vas a la contra; o bien explicas el porqué de esa decisión con argumentos sólidos o la realidad de tu intencionalidad quedará claramente expuesta. La sociedad vasca en su conjunto, así como los distintos agentes sociales, sanitarios y trabajadores de los sectores esenciales, han demostrado un comportamiento ejemplar ante esta crisis. Ahora solo queda esperar que las decisiones de nuestros representantes políticos vayan en la misma línea que demuestra la población en general, pues si no es así, siempre tendremos la opción de categorizarlos en esta tabla ética –tan básica– sacando a relucir sus miserias.

Esperemos que con la lección aprendida vayan subiendo posiciones en esta clasificación ética. Aunque sea de manera artificial, como buenos moderados. Hasta el momento ya hemos visto que –siendo generosos– esa es la posición más alta que han conseguido alcanzan en la gestión de esta crisis… y en general, de ahí para abajo.

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