Alfredo Ozaeta

Declive cultural e izquierda

No es noticia que la actual situación de la izquierda y la de la mayoría de los sectores progresistas a nivel global no pasa por uno de sus mejores momentos. La degradación ideológica y su desorientación política la ha colocado en posiciones irrelevantes en el panorama mundial, privándole de toda influencia en la toma de decisiones y proceso de cambios que desde el neoliberalismo están tratando de dibujar en el diseño del futuro que nos espera.

La pérdida de los valores identitarios de estos sectores basados en la igualdad, justicia y democracia plena se han visto a la vez fagocitados por las agendas neoliberales en sus múltiples versiones: populistas, supremacistas o simplemente fascistas. La incapacidad para confrontar e incluso enfrentarse desde la izquierda a estas corrientes auspiciadas desde los centros de poder con claros objetivos de control de los recursos y de los medios es lo que está condenando al ostracismo a la oposición contra estas políticas.

Este declive ideológico ha ido forjándose en consonancia a la decadencia cultural de una sociedad donde el individualismo, egoísmo personal y falta de empatía social, propiciada por el feroz materialismo e ilimitado consumismo que las sociedades económicamente desarrolladas venden como estados de bienestar ha estimulado la pasividad y perdida de conciencia aludidas.

Paralelamente a que las nuevas tecnologías van vaciando nuestras formas de vida, los conocimientos o ambición cultural decaen progresivamente. El conformismo intelectual y borreguismo se ha impuesto al pensamiento razonado como argumento de valoración de hechos, pensamiento objetivo y conformación de criterios propios catalizadores de reivindicaciones sociales para un planeta más justo y habitable. Algo así como si la distopía se hubiera impuesto a la utopía.

Se están creando sociedades parasitarias e indolentes con las necesidades y el sufrimiento de los demás. Preocupadas únicamente por el bienestar personal y la acumulación de riqueza y poder. Han desaparecido las luchas globales contra las tiranías e injusticias, o contra las interesadas guerras y crímenes, que mientras sean lejos y no afecten a sus intereses, no importan. Los genocidios contra otros pueblos, como en el caso de los palestinos, tampoco suscitan alarma y condena, si es caso de que se ve afectado algún occidental, tal vez repudio en voz baja para no incomodar al «patrón».

Ejemplo, el castigo y venganza que aplican a los pueblos que se salen de la órbita de los imperios y buscan empoderarse o mantener la dignidad, como sucede con el criminal bloqueo y presión de EEUU contra el pueblo cubano u otros, por la simple razón de defender su soberanía en contra de la injerencia exterior. Contra esto tampoco casi nadie levanta la voz, otorgando carácter de «normalidad democrática».

No se trata de patrimonializar la cultura desde el progresismo, aunque es justo reconocer que histórica y permanentemente ha sido una prioridad y seña de identidad de la izquierda el socializar el conocimiento y dotar a toda la población de formación para su desarrollo personal, en contraposición de las derechas cuya difusión cultural se basa en el pensamiento único y en la imposición por la fuerza de su ideario supremacista o nacional fascista en contra de las libertades más básicas.

La opresión por parte de estas tendencias, que ahora eufemísticamente se les llama neoliberales contra el diferente, el molesto o la diversidad en sí, ha sido más que notoria. No podemos olvidar que los periodos más oscuros del desarrollo cultural han coincidido con la puesta en escena de regímenes totalitarios, con la consiguiente represión contra todo aquello que supusiera apertura o libertad tanto individuales como colectivas, desde la inquisición, hasta los años del golpe de Estado franquista y posteriores falsas transiciones, pasando por las distintas cazas de brujas a lo largo del planeta.

Basta con fijarse en el perfil de muchos mandatarios y líderes mundiales o simplemente en las bancadas de los hemiciclos de las cámaras legislativas, incluidas las de los organismos internacionales para ver el lamentable nivel cultural y humano de una gran parte de los que en teoría deben pilotarnos hacia el futuro. No sería de extrañar que reeditaran la frase del innombrable fascista, golpista fundador de la legión española, que todavía por la geografía española cuenta con nombres de calles y plazas: «muerte a la inteligencia».

Se habla mucho de la importancia de la ciencia y cultura para el desarrollo humano, como así nos lo han recordado históricamente todos los grandes hombres, desde los sofistas o sabios en la antigua Grecia hasta los brillantes científicos de nuestros días. Si se pierde la ambición cultural, se perderá el espíritu de lucha, Descartes ya nos dio una de las claves en su icónica reflexión: «cogito ergo sum» (pienso luego existo). Las derechas siempre han tenido en su manual que cuanto menos formadas estén las masas, menos pensarán y serán, por tanto, más manipulables y fáciles de adoctrinar.

Hay que recuperar y fomentar los espacios culturales y sociales, no solo para preservar nuestra identidad, también para desde la vocación solidaria e internacionalista de nuestra Euskal Herria participar en la contención global de la sinrazón que nos está invadiendo y rescatar la iniciativa en las luchas democráticas, medioambientales, feministas, etc. Todas aquellas que hagan posible un mundo más igualitario y transitable para todas.

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