Maitena Monroy
Profesora de autodefensa feminista

Del «Emakunde no nos cunde» al «Emakunde se hunde»

Como bien señalaba la coordinadora feminista, Bizitzak Erdigunean, en los momentos de crisis se evidencian las verdaderas intenciones políticas de nuestros gobernantes.

La producción del deseo para construir identidad en torno a él deviene una necesidad para cualquier sistema de dominación. Quién produce nuestros «libres deseos» controla nuestras vidas. En los años 90 hicimos consigna el «Emakunde no nos cunde» para denunciar la falta de compromiso político a pesar de tener un espacio institucional pro-igualdad pero que considerábamos que no iba acompañado de un adecuado desarrollo de recursos para alcanzar el objetivo que teníamos por delante. Ahora, Urkullu, saltándose la propia legalidad, como han denunciado organizaciones, activistas y anteriores responsables de Emakunde, ha decidido que las políticas de igualdad deben de salir de la Lehendakaritza. Quizás la mayoría absoluta ha facilitado que Urkullu muestre dónde están sus compromisos.

En un momento de excepcional legitimidad del feminismo, donde hasta Cayetana Álvarez de Toledo se situaba a favor del feminismo, pero no del «victimista y radical», del otro, del feminismo aliado de los hombres. Es curioso cómo mujeres que tienden a restar legitimidad al movimiento que nos ha permitido a todas ser más libres, se suelen situar como aliadas de los hombres, a secas, como si el feminismo radical estuviera en contra de los hombres. Por eso, no me gusta la idea de bandos, de guerra, que se utilizan a modo de metáforas para movilizar emociones, porque promueven esa idea tan patriarcal de la «guerra de los sexos».

Muchas veces se tienden a pensar o argumentar que las políticas de igualdad tienen que ver con el 51% de la población, es decir, las mujeres. Sin embargo, como en el caso de la violencia, para que haya víctima tiene que haber agresor, para que haya un sistema de dominación tiene que haber privilegiados y personas desprovistas de derechos. Es decir, la igualdad interpela al conjunto de la sociedad.

Hace unas semanas June Fernández escribía un artículo sobre una relación de maltrato con un hombre de las nuevas masculinidades. Desde aquí, expresar mi sororidad hacía ella y agradecer la visibilidad que supone que alguien como June, reconocida activista feminista, cuente un maltrato no esperado porque seguimos creando estereotipos en nuestros imaginarios acerca de los agresores y, como no, de las víctimas de esos maltratos. Presuponemos que personas que se sitúan en determinadas etiquetas han realizado un camino de cuestionamiento de la normatividad pero, por desgracia, no siempre es así.

Este setiembre se publicaba, por el Ministerio de Igualdad, la macroencuesta de violencia contra las mujeres. En la misma se recoge que, porcentualmente, 11.688.411 mujeres han «revelado» haber sufrido violencia machista a lo largo de su vida. Este antidemocrático dato tiene un hilo narrativo que supone identificar quién ha agredido a esas 11.688.411 mujeres. Por eso, en el caso de la violencia, el foco debe de estar sobre los agresores, sobre quién construye la amenaza del terror sexual en las mujeres. Los hombres no se suelen percibir ni como machistas, ni como agresores. Sin duda, ello tiene que ver con una percepción de que su violencia, sus privilegios, no son tales, son lo normal.

La masculinidad, como la femineidad, es tóxica tanto para quien la ejerce como para quien la padece, además, instaura una violencia normativa intragénero que se ejerce desde las y los normativos contra todas aquellas personas que nos declaramos e intentamos cotidianamente practicar la disidencia de género. La normatividad de género mantiene las relaciones de poder que perpetúan el sistema, generando ese dulcificado, romántico y opresivo escenario de la complementariedad entre hombres y mujeres De ahí que el uno sin la otra y viceversa no pueden entenderse puesto que son uno. Otra cosa, que a veces se olvida, es que la violencia sexista no solo responde a esta complementariedad que legitima a los hombres a ejercer el poder de manera abusiva sino a la no aceptación por parte de las mujeres del peaje patriarcal.

Igual que no hay un racismo, un colonialismo tóxico, creo que no añadimos otros apelativos, conscientes quienes queremos acabar con todos los privilegios que no lo necesitan, que poseen la suficiente fuerza para describir que estamos hablando de sistemas de opresión, donde no hay puntos de fisura o de fuga. Me llama la atención que tras mi anterior artículo, algunos hombres de mi círculo me expresaran su disenso con que ellos deban de ser feministas porque, según ellos, el feminismo es una lucha imprescindible pero ellos tienen que hacer su propio recorrido y que «por tanto» no pueden ser feministas. No dudo del respeto al feminismo por su parte, pero me genera, cuando menos, incredulidad que para trabajar a favor de la igualdad no haya que nutrirse de feminismo. A mí me retrotrae al antiguo androcentrismo de lo de las mujeres y lo «particular» de lo suyo, como si las aportaciones teóricas del feminismo solo sirvieran para analizar lo que nos pasa a las mujeres, pero no a los hombres, como si no fueran identidades en relación de oposición y subvertir las normas de género no impactase en el conjunto de la población. Subraya la idea de que las mujeres, si tenemos algo de autoridad, es solo para analizar lo que nos pasa a las mujeres. Ahora bien, el feminismo no es la solución a todo y necesitamos enriquecernos y aliarnos con otras teorías críticas y transformadoras de nuestras maneras de estar en el mundo.

Como bien señalaba la coordinadora feminista, Bizitzak Erdigunean, en los momentos de crisis se evidencian las verdaderas intenciones políticas de nuestros gobernantes. Así que, ante una crisis de la magnitud que estamos viviendo, que Urkullu y su gobierno hayan decidido que las políticas de igualdad no vayan a estar presentes transversalmente en las políticas públicas vuelve a situar la igualdad como un problema departamental, sectorial, no del conjunto, de lo común que nos atraviesa sino de lo particular de las otras. ¿Se imaginan un mundo posible donde la igualdad no tenga que ver con la educación, la justicia, el urbanismo, el trabajo…?

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