Antonio Alvarez-Solís
Periodista

Del superhombre al gurrimino

Respecto al Sr. Macron, aparte de su im-presencia no debemos perder de vista que ha alcanzado su victoria por exclusión.

 

Hace cien años poco más o menos aún era perceptible mediante un vistazo, y sin mucho esfuerzo, captar la calidad de un hombre importante o de una mujer con estatura moral o social. Transmitían. Bastaba observar su porte y escuchar sus reflexiones. Infundían respeto tanto por adhesión como por oposición, sin más averiguaciones iniciales. Eran cultos, ricos de palabra, prudentes en la comunicación, creíbles en sus pretensiones. Tenían peso específico. Quizá en su interior muchos no poseían esa grandeza y les bastaba con ejercer el reglamento social, pero uno iba a verles con el mismo espíritu admirado con que se visita el Partenón en la pobre Atenas del presente. ¿Existen ahora esos personajes? Escasean mucho. Los últimos movimientos políticos en Francia quizá me den la razón. Yo creo que Francia perdió su prometedora seducción epidérmica, su facilidad para producir el orgasmo visual. Tiene unos líderes escasos de todo, incluso de estatura física. Cierto es que este tipo de especímenes cultos y sugestivos ha desaparecido de la epidermis pública en todo el mundo, sustituídos por ejemplares irrelevantes y, sobre todo, innecesariamente ruidosos, que pueblan los medios de información. Suelen ser algo así como gurriminos o individuos irrelevantes que no producen ninguna atracción noble. Uno siempre teme que sean radicalmente tontos. Tales ejemplares tienden a manejar un discurso hecho de simplezas que contribuye al empobrecimiento acelerado de la sociedad. Una señora parisina y espléndida a la que hice estas consideraciones simplemente estéticas me dijo que ella compartía mi postura dado que era consumidora para su mal de los amantes irrelevantes de los que yo le hablaba: «Generalmente te entretienen en la cama –me dijo– con una conversación tan vana que acabas concentrándote en el trabajo libidinoso a fin de regresar a casa cuanto antes para cenar en familia; mi marido detesta a esos amantes». Los últimos presidentes franceses podíamos catalogarlos en este capítulo. Cuando me contaron que el presidente Hollande se ponía un casco y se dirigía en una motoreta en plena madrugada a hacer pilates venéreos con una determinada señorita llegué a pensar si la motocicleta tendría alguna función ignorada por mi en tal situación, como ocurre con los afiladores gallegos, que usan la moto para el transporte y luego con la rueda afilan.

En cada elección de candidatos a gobierno, negocio significativo o representación solemne se van multiplicando estos seres inertes hechos de material ligero, como esas cosas que se elaboran por ordenador. Por ejemplo, ahora, me inclina a esa sugestión el nuevo presidente francés, Sr. Macron, que parece por su apariencia un corredor ciclista del tour. Creo que ha sido ministro en un departamento económico con el presidente que ahora cesa, Sr. Hollande, que pasará a la historia por su cortejo amebiano a la Sra. Merkel y por hablar francés, que vuelve a ser una lengua resucitada principalmente por los diseñadores de alta costura. En inglés no hay términos con los que se pueda decir adecuadamente eso tan incitante de «soutien-gorge».

Respecto al Sr. Macron, aparte de su im-presencia no debemos perder de vista que ha alcanzado su victoria por exclusión, ya que los representantas socialistas o del Partido de la République no han logrado suscitar ninguna adhesión válida en un electorado que echa de menos la «liberté, la égalité y la fraternité» adheridas antes a unos salarios relativamente fructuosos y que ahora se los está llevando el viento de la desindustrialización. Cuando el Sr. Macron dijo la frase cumbre de «seré el presidente de todos los franceses» creí escuchar la última trompeta de Roncesvalles. Que será presidente de todos los franceses es obvio, pero la cuestión estriba en cómo lo será ¿Le aceptará Europa sus deudas? El presidente de la Comisión Europea, que pertenece al bloque nibelungo, ya ha advertido que Francia gasta demasiado dinero. De momento no perdamos de vista la felicitación expresada por la portavoz del gobierno alemán en la que felicitaba al Sr. Macron y reafirmaba el máximo apoyo a Francia aunque la cuestión del dinero para subvenir a la deuda francesa, advirtió, era cuestión exclusiva de París. Alemania no repartirá ni su dinero ni su trabajo. Por su parte ya han empezado las algaradas obreras en la capital francesa, pues esto de tener por presidente a un banquero, además joven, les hace temer más recortes en pro del complejo financiero anclado en Bélgica.

Creo que la France de Mariana desapareció con la nariz del general De Gaulle, que siempre me recordaba al gran pico agresivo y peligroso de esas aves coloridas que habitan las islas francesas del Pacífico. Muerto el general, que saludaba como nadie a su bandera, se han sucedido una serie de presidentes que solamente se han destacado, o poco más, por su afición a las bailarinas y otras señoras muy concluyentes. Yo creo que la sexualidad intelectual francesa ha naufragado definitivamente. Al menos desde el llamado Mayo Francés el horizonte de Francia ha quedado desdibujado en la bruma. Hay algunas excepciones, pero con las excepciones la nostalgia crece.

Los vítores desde París al joven Sr. Macron, prodigados entre los dirigentes de Bruselas y en columnistas muy significados diciendo que Europa está a salvo, son expresiones angustiadas de náufragos. Ahora vendrá el día a día de este joven neoliberal que habrá de enfrentarse, tras unas elecciones legislativas endemoniadamente difíciles, a un radicalismo tenido por «populista» que favorecerá el hervor ideológico de Francia y que ha hinchado las banderas de la Sra. Le Pen, ya sea directa o indirectamente. La Unión Europea ya no es más que una Alemania enriquecida y una banlieue sometida a una pobreza creciente y a una disciplina campamental que se puso de relieve con el ejemplo de lo sucedido a Grecia. Una Europa donde las estrictas minorías poderosas de esas naciones exprimidas siguen siendo globalizadoras y europeístas para acomodar en una dramática disciplina la explotación de las masas ciudadanas de su propio país. Esas minorías poderosas que integran el verdadero poder mundial, los mercados, son las que ahora sahúman al joven Sr. Macron, encabezadas por los Sres. Junkers, Tusk y Schulz, dirigentes de las tres grandes instituciones comunitarias. Los medios de comunicación, verdaderas palancas de la globalización, hablan de la satisfacción de Europa ante la elección del subkaiser de París, pero me pregunto ¿qué Europa prorrumpe en esas muestras de victoria? ¿Acaso las calles de Chequia, Eslovenia, Bulgaria, Rumania, Grecia, Polonia, Portugal, la misma España…?

¿Cómo manejará ahora el nuevo presidente francés a sus retorcidos y resecos socialistas, que son el abono de una derecha insaciable; a sus variopintos republicanos, a sus escasos liberales? ¿Logrará encontrar acomodo para tanto dirigente nacional, departamental o municipal que han hinchado sus velas prestadas y con tal variedad de colores? ¿Conseguirá el Sr. Macron atender a todos los picos que pían desde el nido de Bruselas? ¿Y Alemania, qué hará? ¿Exigirá para ella el único mercado significativo con economía real que queda en Europa? Yo creo que sí y ya ha empezado a decirlo.

Mala época nos espera a los pobres o mal empleados, que andamos por más del 60% en la Unión. En la catástrofe de la economía europea ha surgido un routier que nadie esperaba en el circuito. Mala época en lo material y en lo político, porque los mercados andan ya tras los populistas, los radicales, los antisistema que se van subiendo a las barbas del reumático gigante europeo. Son muchos y empiezan a manejar razones que la razón especuladora no comprende. No triunfará ahora el juego lingüístico de hablar de la ultraderecha, porque para cualquier ser con capacidad de razón la ultraderecha es la que va ocupando todas las presidencias y gobiernos de los países históricamente más significativos. Los otros, no son ultraderecha pulida, sino cabreados rústicos que quieren pagar la luz y la renta de su casa. O sea, radicales.

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