Aster Navas

Desde este lado del puente

La compra on-line ha crecido nada menos que un 24% y muchas pequeñas y medianas empresas se han visto abocadas al cierre o a aceptar como inevitable intermediario a Amazon.

Hace ya tiempo que la pandemia ha dejado de ser el mensaje, la noticia y se ha convertido en el contexto, un escenario paralelo sobre el que continúa la vida: una economía maltrecha, una política surrealista, una sociedad fragmentada.

Ya no son -que también- tan importantes los números del virus como los de las vacunaciones y los de de los ertes que se transforman en eres.

En este contexto –la expresión “estado de alarma” es muy elocuente– se puede perder fácilmente la perspectiva y el espíritu crítico. Algún día, cuando todo esto pase, quizá deberíamos analizar desde qué enfoque, desde qué orilla, desde qué lado lo hemos estado viendo y contando y lo que esa versión ha supuesto.

Escuchamos y leemos que la digitalización ha avanzado de una manera vertiginosa, que hemos cubierto en meses etapas para las que hubiéramos necesitado años. Son reflexiones que surgieron en centros de Business School y rotativos como “5 días”, en declaraciones de directivos de empresas energéticas y de comunicación como Telefónica y Naturgy y que la prensa, a finales del año pasado convirtió en titulares; era el lado bueno de esta crisis: «Los 60 días de confinamiento han acelerado seis años la digitalización del mundo» se podía leer en junio de 2020.

También en la escuela vivimos ese sprint pero de una manera mucho más atropellada y mucho menos cuantificable.

Y no, por supuesto, que no es una mala nueva; sobre todo si la entendemos como la capacidad de respuesta en una situación límite en la que nos hemos visto obligados a renunciar a las relaciones presenciales y sustituirlas por las telemáticas. Se podría decir, sí, que hemos estado a la altura, que hemos salvado el río.

Resulta innegable una transformación tan evidente, tan palpable, pero quizá deberíamos detenernos, girar la cabeza para ver qué está ocurriendo con todos aquellos que hemos dejado al otro lado del puente, en la rivera analógica.

Y es que esa digitalización de la que nos felicitamos y que además se retroalimenta ha agrandado la brecha digital con los colectivos más vulnerables:

– Hay un sector muy amplio de población que, por edad, carece hasta de email y que basa su administración económica en una libreta de ahorros de papel, en una cartilla convencional. Hay multitud de trámites incluso con organismos oficiales que difícilmente podrán realizar. En resumen, su precaria o nula competencia digital incide de lleno en su calidad de vida.

– Además el confinamiento sacó a la luz una versión refinada de la pobreza energética, la de la conectividad. Una de las mayores batallas que libramos las direcciones de los centros educativos el último trimestre del pasado curso escolar fue esa: facilitar portátiles y tarjetas SIM a muchos más alumn@s de los que estimábamos en un principio. Había un preocupante porcentaje de familias completamente desconectadas en una situación crítica.

– Hay un sector económico, el de las PYMEs, al que esa aceleradísima virtualización ha dejado literalmente sin aliento. Sus clientes, de repente confinados e hiperconectados, han comprado y adquirido todo tipo de servicios a golpe de clic a gigantes con los que les resulta imposible competir. La compra on-line ha crecido nada menos que un 24% y muchas pequeñas y medianas empresas se han visto abocadas al cierre o a aceptar como inevitable intermediario a Amazon. Quizá sean lentejas pero cuesta tragar las primeras cucharadas.

– Son numerosas las empresas que han descubierto las ventajas del teletrabajo. No son necesarios ya los espacios físicos ni los gastos que estos conllevan; las jornadas laborales pueden ser interminables. Hay instituciones públicas, como la Seguridad Social, que, encastilladas en los enlaces de sus webs ni siquiera cogen el teléfono y tienen desatendidos a los ciudadanos.

La punta del iceberg es curiosamente de carácter socio-cultural: los repartidores de paquetes de e-commerce y de compañías de Delivery como Glovo, Deliveroo, Just Eat que malviven de ese negocio que estamos montando entre todos en la Nube. Son nuestro único contacto físico, visual con los distribuidores: vemos desde la ventana sus furgonetas en doble fila, sus aparatosas mochilas fosforito. Parecen, al abrirles la puerta (puede que sean imaginaciones mías) tan cansados… No sé. En fin.

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