Juanba Senar

Desescalada

¿Cuándo dejaremos de hablar y comportarnos como «cuñados», como «capitanes a posteriori», como listillos de tres al cuarto? ¿Cuándo nos toque a nosotros?

Voy a compartir unas reflexiones personales que hago desde mi posición de persona, hijo de octogenarios, padre y enfermero de UCI con más de 20 años de experiencia.

Hoy ha sido el primer día de «desescalada» y lo hemos disfrutado con enorme placer.

Terrazas a rebosar, grupos, cuadrillas y pandillas felices en su primer día de salida «legal», celebrando la «liberación».

Reencontrándose, en algunos casos y volviendo a verse, en otros.
Tras dos meses de confinamiento, semiencerrados (porque quien más quien menos, ha ido saliendo a comprar, a la farmacia, a trabajar...) por fin somos «libres» de salir, de vernos, de disfrutar un respiro sin ser amonestados o multados. Nos lo hemos ganado. Ya era hora.

Como veteranos de la guerra contra el Covid-19, hemos salido a compartir nuestra experiencia con los nuestros. A fin de cuentas, somos animales sociales y necesitamos interactuar, compartir, empatizar, comunicar... Bastante desgracia es no poder besarnos o tocarnos como para no poder, al menos, vernos y charlar en la distancia.

Ha sido muy duro, pero parece que la pesadilla comienza a desvanecerse y hay luz al fondo del túnel.

Ya sabemos lo de la «nueva normalidad» y aunque no sea lo que queremos, nos abrazamos a ella para llegar a la anterior porque, claro, llegaremos.

La primavera avanza hacia el verano, los campos rebosan vida, el sol comienza a acariciarnos con su calor y la luz a iluminar nuestra vida, alejando la oscuridad de la pesadilla que hemos vivido.

¿Quién puede resistirse a algo así? Con la falta que nos hacía... con la necesidad que tenemos. Nos lo hemos ganado.

Con un poco de suerte abrirán las piscinas, podremos ir de vacaciones (aunque sea a un camping cercano), haremos barbacoas y comentaremos lo mal que se organizó todo, lo exagerado de las medidas de confinamiento, la falta de lógica de algunas directrices y cómo a pesar de todo, salimos adelante.

Y todos contentos. Felices de estar a salvo y además tener una teoría sobre esta crisis y su solución, recién horneada, para compartir con los demás.

Todos excepto los viejos, los gordos, los enfermos crónicos, los discapacitados, los hipertensos, los que han pasado el covid y han sobrevivido…con un ictus, con los pulmones fibrosados, en diálisis... Es decir, como nuevos enfermos crónicos. También estarán en esa excepción los profesionales sanitarios que se han dejado la salud e incluso la vida, los que han perdido familiares, los que tienen que hacer un hueco para ese familiar que en febrero estaba estupendo y ahora está discapacitado, los que han perdido el trabajo, su futuro, el de sus hijos... y otros muchos.

Pero esos no cuentan: no estarán en las barbacoas ni en las terrazas. Muchos ni siquiera paseando por la calle. No se verán y en esta sociedad lo que no se ve, «no existe». Como los virus.

Hablamos de «ellos» con esa distancia de la tercera persona. Distancia que nos hace sentirnos a salvo.

Parece que no hemos aprendido nada y me temo que así es.

Si en vez de un virus invisible nuestro enemigo fuese una plaga de miles de millones de enormes ratas agresivas, mordedoras, enseñoreando las calles, autobuses y demás espacios públicos (y privados), imposibles de exterminar... Ratas que, saltando de persona a persona, en la mayoría de los casos sólo muerden y en un pequeño porcentaje matan y se comen a las personas (pero sólo a los débiles, no a nosotros... en general). ¿Actuaríamos igual?

¿Llenaríamos las terrazas con la misma alegría y falta de medidas de seguridad?

¿Saldríamos de casa sin protección?

¿Dejaríamos a nuestros hijos e hijas de 12, 13, 14... años salir a la calle en pandilla y sin protección ni acompañamiento, indefensos?

¿Pensaríamos que las medidas de seguridad adoptadas son una exageración?

¿Defenderíamos la teoría de que es mejor salir, a ver si hartas de mordernos a todos y comerse a algunos, las ratas se cansan de hacerlo y paran?

Alguien puede tener la tentación de considerar este un discurso demagógico, perola experiencia y las cifras, fríos números, dejan claro que no lo es: números de muertos, enfermos, gasto, colapso sanitario, crisis...

¿Cuándo dejaremos de hablar y comportarnos como «cuñados», como «capitanes a posteriori», como listillos de tres al cuarto? ¿Cuándo nos toque a nosotros? ¿Cuándo nos devoren las ratas?

Esta actitud nuestra, de los ciudadanos de a pie, de padres con hijos menores, de amigotes, es la que va a cerrar muchas de las terrazas que tanto nos gustan, muchos negocios locales que tanto reivindicamos, va matar a muchos de nuestros padres, de nuestros enfermos y a algunos de nosotros. También va a machacar nuestra «querida» sanidad pública como ente y a nuestros sanitarios-cuidadores como personas.

Todo porque no soportamos un tiempo viviendo con menos opciones y comodidades. Por no soportar una «temporada covid» en unas condiciones muchísimo mejores de las que disfrutaban dos tercios de la humanidad antes de la pandemia. Es vergonzoso.

Y a las ocho, todos a aplaudir a los sanitarios y a brindar al son del resistiré.

Recherche