Mikel Casado

Difícilmente esta Europa nos va a salvar de la antidemocracia

A pesar de las grandilocuentes declaraciones de líderes y comentaristas europeos sobre que hay una ofensiva contra las democracias liberales en general y la europea en particular, contra un sistema de reglas que nos dimos, y de que Europa debe salvarse manteniendo sus valores originales; a pesar de esto, digo, las políticas que llevan a cabo sus líderes, principalmente los liberal-conservadores de los partidos del PP europeo, así como otros partidos de derecha e incluso socialdemócratas, son de hecho favorecedoras de lo contrario, a saber, del aumento de la ultraderecha. Me explico.

Demos por válido el análisis según el cual el fenómeno de tal aumento de los partidos de ultraderecha es debido, en parte, a lo mismo que ocurrió en Alemania en los años de preguerra de la II Mundial: el desclasamiento de las clases medias y pérdida de poder adquisitivo por la crisis económica y la utilización de parte de la ciudadanía, la población judía, como chivo expiatorio de la causa de esa situación, que dio lugar al auge del nazismo y al holocausto.

En Europa, desde los años 70, se ha venido produciendo un continuo desmantelamiento del Estado de Bienestar resultado de un llamado contrato social posguerra, según el cual, por evitar revoluciones como la rusa, convivirían el capitalismo y la reducción de las grandes desigualdades existentes respetando las condiciones de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que son derechos democráticos civiles y sociales. Así, el poder adquisitivo y la vida misma de las rentas del trabajo ha ido disminuyendo paulatinamente a favor de las corporaciones energéticas, tecnológicas, bancos y rentas del capital que, viendo reducidos sus impuestos, subvenciones aumentadas, rescates en caso de pérdidas y la facilidad de enriquecimiento asegurada, han aumentado su acumulación económica y de poder político en un grado obsceno tal que, hoy, esas corporaciones son mucho más poderosas que los propios estados. No solo han sido favorecidos por los estados benefactores, sino que, ahora, quieren fagocitarlos y ser ellos mismas el Estado, como ocurre en EEUU.

No olvidemos que esas subvenciones y rescates son posibles por la recaudación de impuestos, que mayormente son pagados por las rentas del trabajo. No se puede hablar de mérito sino de consentimiento, de malcrianza a quienes lo tienen todo y quieren más. Su enriquecimiento no es más que el aprovechamiento de las condiciones de posibilidad favorecidas por una clase política determinada que ha legislado en contra de los derechos, que no intereses, de quienes cumplen con el contrato social: pagar sus impuestos, que no pueden evadir, al contrario de lo que hacen las élites. A cambio de ese cumplimiento democrático, el Estado debería garantizar una vida digna, respeto a los derechos fundamentales y una convivencia más igualitaria que la existente.

Los impuestos no deben ser concebidos solo como medio de financiación de las dotaciones sociales tales como sanidad, educación, etc., pues una visión así sería parcial. Los impuestos son condición de posibilidad del sistema social y democrático de derecho y deberían ser percibidos como agradecida devolución a la sociedad, que es la que consiente las actividades económicas, de buena parte de los bienes acumulados, que deberían ser redistribuidos para el bien común, no para el exclusivo bien particular. Es decir, la actividad económica debería ser vista como un permiso o concesión condicionado, bien regulado y temporal en favor del bien social común.

Hoy en día las grandes corporaciones económicas, egoístamente, no quieren que desaparezca el Estado, pues es su protección, su fuente de alimentación, tanto de mano de obra barata como de dinero público aportado, mayormente, por las rentas más bajas y medias. Las desigualdades existentes de hoy, sobre todo por la pauperización de estas clases en sucesivas crisis-estafa, han dado lugar a la indignación, desencanto, descontento y resentimiento de buena parte de la población que ha dado su apoyo a opciones de extrema derecha.

Si Europa, es decir, si los políticos y políticas europeas no hacen otra cosa que (aparentar) lamentarse por una democracia en peligro al tiempo que, alentando el miedo una vez más, continúan con reducciones de gasto público y posponen la transición energética en nombre del rearme sin aplicar una valiente y correctora política fiscal que grave los beneficios de las grandes corporaciones a favor de la mejora de la vida de todo ciudadano europeo, incluidos los inmigrantes; si muestra doble moral al cerrar los ojos a la práctica de la violencia del más fuerte en una continua conculcación de derechos humanos en Gaza por parte de Israel; si no se toman todo esto en serio, sino que, mimetizándose con partidos ultras secundan sus políticas y siguen favoreciendo el adverso caldo de cultivo social, de poco servirán los cordones sanitarios, pues estarán abandonando lo que supuestamente fueron los principios de la construcción de la Unión Europea, y estarán alentando el aumento de los enemigos de la democracia. En ese caso, la pregunta sería si realmente les importa la democracia de la que hablan o solo la conservación del poder político.


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