Jesús Valencia
Internacionalista

Dos gigantes

Mina y el Che; dos biografías diferentes con algunos matices comunes. Empeñados ambos en abrir caminos al futuro, pusieron sus vidas al servicio de pueblos oprimidos y ajenos que hicieron suyos.

Aquel 11 de noviembre de 1817, la noche cubría la extensa planicie del Valle de Elorz. Al cálido cobijo de los fuegos familiares, se mantenía viva la memoria de un paisano singular. Xavier Mina, tras combatir en Navarra al imperialismo francés, había viajado a las Américas para apoyar la independencia de otras gentes. Referencia vaga de una geografía que a sus paisanos les venía grande pero que se sustanciaba en lo fundamental. Los pobladores de aquellas aldeas, tardaron mucho en saber lo que estaba sucediendo a la misma hora en el fuerte de Los Remedios.

Capturado Mina por los realistas el 28 de octubre, fue tratado como trofeo de guerra. Para escarnio nuestro, fue un tal Orrantia quien dirigió su captura y un virrey Apodaca quien firmó la sentencia de muerte; la eterna ruindad de los adscritos al imperio, perseguidores implacables de sus paisanos para así complacer a sus dueños. Mina tuvo tiempo de despedirse en euskera de los navarros que participaban en la misma expedición. En sus últimos mensajes reafirma la decisión tomada y confía que la historia no se detendrá. Texto que rezuma nostalgia y que, aun sin citarlo, insinúa el recuerdo entrañable de la tierra en la que nació.

Siglo y medio más tarde, otro puñado de valientes también se hizo a la mar arrastrado por vientos libertarios: la primera y la segunda independencia. Los barcos que utilizaron –el Caledonia antes o el Granma después– quedaron en el litoral; sus ocupantes se internaron, revolución adentro, en las tierras que querían liberar. En ambos grupos, dos internacionalistas apasionados y jóvenes: Mina y el Che; dos biografías diferentes con algunos matices comunes. Empeñados ambos en abrir caminos al futuro, pusieron sus vidas al servicio de pueblos oprimidos y ajenos que hicieron suyos. Maldecidos por quienes repudiaban su presencia y denigraban su solidaridad. Clandestinos taladradores de fronteras para poder encontrarse con las gentes a las que apoyaban. Alzados en armas sin la fiereza militarista de los guerreros. Humanistas empeñados en que no se derramase una sola gota de sangre innecesaria; esmeradamente éticos hasta en el fragor del combate. Tan convencidos de las ideas revolucionarias, que intentaron seducir con ellas hasta a los soldados que les acosaban. Sensibles a los encantos del amor pero dispuestos a sacrificarlo en aras de la causa a la que servían.

Ambos fueron detenidos cuando militarmente parecían derrotados. El imperialismo los ejecutó con saña queriendo dejar constancia de que la libertad que defendían era inviable. Ocultó sus cuerpos con la esperanza de que también quedaría sumergida en el olvido la causa por la que habían luchado. Sus verdugos se equivocaron; las ejecuciones otoñales de Mina y  Che provocaron esplendorosas primaveras. En el reciente mes de octubre, ambos internacionalistas han sido honrados por las naciones a cuya causa se entregaron. Evo Morales, presente en el campamento multitudinario de Valle Grande, agradeció a Che su aportación al pueblo boliviano. El Museo Nacional de Historia, ubicado en el castillo de Chapultepec, fue el escenario mexicano del Congreso Internacional que glosó la figura de Mina. Por lo que respecta al pueblo llano, a los dos les concedió categoría de gigantes desde el día mismo de su ejecución. Quienes limpiaban el cadáver del argentino, guardaron mechones de su cabello como si de reliquias se tratara. Por lo que respecta al navarro, el imaginario popular también lo elevó al rango de mito componiéndole canciones y fabulando relatos. Material que ha recogido y acaba de publicar Kepa Larrea bajo el título: “Biba Mina. Kontuak eta Kantuak”.

El 11 de noviembre, la Navarra reivindicativa rendirá homenaje a Mina en su pueblo natal. Aunque sea con retraso, el acto dará cumplimiento a las palabras que Neruda, en su “Canto General”, le dedicara al de Otano: «Las hondonadas de Navarra guardaron el rayo reciente». En  dicha celebración se inaugurará un monolito presidido por el escudo de nuestro Estado y el arrano que lo sobrevuela. El texto rezuma hermandad y utopías: «De los pueblos de México y Navarra a Xavier Mina. Independentzia, Osasuna eta Askatasuna».

Dicho monolito presenta en su cabecera un orificio orientado hacia la Vía Láctea; supuestamente, el camino estelar que siguen recorriendo quienes pusieron sus vidas al servicio de la justicia.  Puede que en las noches limpias de Otano, alguien observe –a través de tal telescopio imaginario– el parpadeo vivo de dos estrellas resplandecientes y cercanas. Las encontrará en la constelación de las Revoluciones Libertarias.

Elkartasuna, itxaropena, mina, eta herrien arteko samurtasuna da!!

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