Ibon Cabo Itoiz

Economía «coast to coast»

Si queremos construir un país libre y socialmente justo debemos reconvertir nuestro modelo económico costero y a través de grandes acuerdos de país recuperar para la vida y para sus habitantes las villas marineras, esas que alguna vez fueron definidas como repúblicas bálticas en Bizkaia y como paraísos terrenales en Gipuzkoa.

En las últimas décadas, actividades como el turismo y la construcción han sido puestas como ejemplo para generar riqueza en los pueblos de la costa vasca y salir así de la dependencia del sector primario, de los problemas de una industria con dificultades para competir ante los grandes oligopolios y de otros problemas sociales que vinieron por el mar para instalarse en las ciudades a costa de los pequeños pueblos costeros. Sin duda este modelo económico importado como la NBA desde Estados Unidos, ha traído más problemas que soluciones a los pueblos del litoral vasco.

La costa vasca ha sido el motor económico, social y cultural de nuestro país durante varios siglos. Su importancia y belleza ha sido recogida en testimonios que van desde la leyenda de Juan de Alzate de Baroja hasta Humboldt, Gabriel Celaya, Domingo Aguirre, Kirmen Uribe, Jon Arretxe y otros tantos autores que a través de sus novelas o de simples entrevistas, declararon su amor hacia la costa vasca. Hacia sus rincones y hacia la forma de ser de su gente. Recientemente la Semana Internacional de la Música de Bermeo ha vuelto a unir, como en otras partes lo hicieron la coral de San Sebastián u otros de actividad análoga, la música y estos pueblos. También han sido pueblos de larga tradición religiosa como contaba en “Angelus” Pío Baroja o como han demostrado sus curas y párrocos a la hora de apostar por soluciones pacificas a un conflicto político largamente enraizado también en sus villas marineras. Al respecto, en Lekeitio se recuerda con cariño el encierro a favor de la amnistía celebrado en su iglesia en plena transición.

Esta idiosincrasia cultural y política, está ligada también a un tejido productivo que tiene su unión entre el campo y el mar; con sus horarios y temporadas ecológicamente encomiables, aunque, eso sí, socialmente crueles. Sin duda, todo esto ha forjado la personalidad de unas gentes acostumbradas a luchar contra viento y marea (nunca mejor dicho) y a sacrificar así su beneficio personal por el bien común del pueblo o de la familia. Las traineras son un deporte que arranca su origen de la tradición marinera y ensalza la destreza en el dominio de la embarcación pesquera en el mar por parte (ahora sí) de hombres y mujeres. Hasta Terranova llegaron a por ballenas marineros antes que bogaran por competir entre ellos y ellas y en tierras americanas, se quedaron los llamados indianos, habiendo partido muchos de puertos como Hondarribia, Getaria, Mutriku, Zumaia, Bermeo, Ondarroa, Lekeitio, Bakio y así hasta completar toda la geografía de puertos vascos.

Así pues, en las anteiglesias marineras durante generaciones se trabajaba lo propio, (agricultura, mar y sus derivados) o se buscaban mejores oportunidades fuera. Siempre desde el conocimiento de la importancia del mar y de su cuidado, aunque en eso, como todos, han tenido que evolucionar y aprender. Al respecto nos podríamos acordar que fue Lekeitio la primera villa en impulsar contenedores de basura selectiva para el verano, que Bermeo y Zarautz impulsaron durante tiempo (con poco éxito ante los pesqueros del otro lado de la muga) la pesca sostenible y que Getaria o Bakio son una de las cunas del txakoli y del aprovechamiento sostenible de terrazas escalonadas con riego electrónico a goteo para su cultivo.

A pesar de esto, las gentes del mar tuvieron que emigrar en distintas épocas para buscar una vida mejor. En tiempo de indianos, durante la época de industrialización en las capitales o las diversas crisis (sin pararnos a reflexionar sobre la inmigración forzosa que les ocasionó las diversas guerras) siempre han sido los grandes perjudicados en el reparto de las inversiones desde las capitales y sus flamantes diputaciones. Decía Nekane Jurado que la pobreza real se concentra en las tres capitales de la CAV, que esta tiene un teórico componente urbano y que Bizkaia costa tenía apenas un 6-7% de pobreza. Algo parecido ocurre según los datos macroeconómicos en Nafarroa.

Esto quizás pondría en solfa nuestra teoría. Sin embargo, si unimos la realidad de la pobreza a los índices de inmigración a las ciudades, al final, podremos observar como son los pueblos costeros quienes no solo asumen las dificultades económicas del sistema, sino la pérdida paulatina (comparativamente hablando) de población. Fenómenos como la «metrorización» en Bizkaia (compra de vivienda en poblaciones con metro), el abandono progresivo de la pesca o la desindustrialización de los polígonos industriales costeros no han ayudado a un crecimiento sostenido de las economías de los pueblos costeros.

Esto ha llevado a las autoridades políticas adoptar políticas de impulso de la actividad económica fundamentada en dos baluartes aznarianos; el turismo y la construcción. Ambas, consideradas fuentes de riqueza, han llevado a la sobrepoblación en época estival, la escasez de servicios y la imposibilidad de construir viviendas sociales pues los muelles están llenos de segundas viviendas para veraneantes (con esto último, no solo se les ha hurtado la riqueza sino también el reparto de la propiedad). Para nada significa que el turismo sea malo, al revés, es un factor de interés para el desarrollo, pero de nuevo este modelo se ha construido desde la capital, sin contar con las gentes que pueblan durante todo el año los pueblos costeros vascos. La falta de consideración presupuestaria para dar salida a infraestructuras necesarias (túnel de Sollube, tren a Lea Artibai, variante de Zarautz…) o a servicios sanitarios imprescindibles han llevado a estos pueblos en ocasiones al colapso estival.

Así pues, si queremos construir un país libre y socialmente justo debemos reconvertir nuestro modelo económico costero y a través de grandes acuerdos de país recuperar para la vida y para sus habitantes las villas marineras, esas que alguna vez fueron definidas como repúblicas bálticas en Bizkaia y como paraísos terrenales en Gipuzkoa. Debemos pasar pues de la economía «coast to coast» a la economía persona a persona. Con el tiempo y estos cambios volveremos entre todos y todas a escuchar el lenguaje del mar y articularemos un lenguaje político que de soluciones reales a las necesidades de las personas que allí habitan.

La mirada triste hacia el mar de los emigrantes e inmigrantes costeros, está fundamentada en una melancolía de lo que pudiendo ser, ha terminado tornándose en frustración y huida hacia delante. No hay que olvidar, que cuando ahora miramos de nuevo al mar para ver la tragedia del Mediterráneo, se nos olvida que nosotros siempre fuimos un pueblo inmigrante y que todos llevamos al respecto un inmigrante debajo de la rueda de nuestro coche o en nuestra propia patera, bien en el pasado, en el presente y a este paso lo seguiremos llevando en el futuro. Recuperamos el mar y sus pueblos, no como una mirada apagada al más puro estilo élfico sino con la fuerza y la ética de unas personas que durante generaciones nos enseñaron el carácter un pueblo.

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